jueves, 16 de junio de 2016

Relatos: PIGS (completo)

Con el final publicado ayer, ya puedo hacer la recopilación y colgar el texto completo, por si alguien
lo quiere leer del tirón. Es un texto muy largo (más del doble que mi siguiente más extenso), pero ya más de una persona me ha comunicado que prefiere disfrutarlo de esta manera.

Os recomiendo concienzudamente que lo leáis con la lista de música preparada para la ocasión. El relato se escribió con ella siempre presente, y creo que la atmósfera que quería mostrar está muy bien contenida en las letras y la música de Waits.
 
Playlist TOM WAITS for PIGS


Y nada más. Este ha sido un viaje agotador y ahora toca desintoxicarse. Si os ha gustado, compartidlo con vuestros allegados. Si lo habéis detestado, hacedlo con vuestros enemigos, que, como mosca cojonera, Frank no tiene parangón.

Y gracias por dejarme compartir las copas con vosotros.


— PIGS —

I - Cóctel de bienvenida

Justo antes de llegar al polígono industrial, alejado de las calles del centro, se esconde un viejo local, cloaca de encuentro para solitarios tristones, aventureros en busca de la última. “Bienvenidos al mayor tópico de la ciudad”, parecen gritar sus puertas, olvidada madera carcomida donde se amontonan termitas en tedioso banquete. Por aquí ya no pasean ni las prostitutas y los policías hace tiempo que dejaron de fardar de neones parpadeantes. Solamente tienen que fijarse en el cartel colgando del tejadillo, una botella medio vacía, para hacerse una idea del tipo de gente que van a encontrarse si se aventuran a pasar. Es atravesar el umbral y golpearte un tufo dulzón, olor a vómito y pesimismo. Cada vez que inunda mis fosas nasales me pregunto por qué demonios sigo viniendo a trabajar a este decadente lugar.
Pero no es mi intención disuadirles. ¿Me acompañan a su mesa?
 
Esta noche, como casi todas, Frank aporrea el piano con cierta desgana mientras tararea historias en las que siempre llueve, salpicadas todas ellas de borrachos buscavidas y mujeres que escapan en trenes con destino a ninguna parte. Igual las canta en inglés que en castellano que se arranca en un idioma que sólo él podría entender. Lo que es seguro es que cuando llegue al estribillo se vendrá arriba y nos deleitará con frases cargadas de filosofía barata, metafísica de sábanas empapadas en alcohol.
Les advierto que, si se toman muy en serio la letra, puede que vuelvan a casa con el estado de ánimo propio para no levantarse de la cama en una semana. Pero que quieren que les diga, este es justo la clase de veneno con el que medicamos aquí. Triste autocomplacencia lo llaman los estirados; nosotros, más sentimentales, lo bautizamos como la dulce ambrosía del fracaso. Un poco redundante, mas, que duda cabe, mucho más apetecible.

Volviendo a nuestra estrella; imagino que no se les ha escapado que el tipo es todo un personaje. Con su aspecto de bohemio de catálogo, sombrero de ala ancha y americana descosida, sólo le faltaba el nombre estrambótico que resaltase su excentricidad. Por si no fuera suficiente, desgarra las notas con unas cuerdas vocales arañadas por años de etílico elixir, haciéndole cumplir el arquetipo de cantautor de esos de bar de mala muerte, de empinar codos para olvidar faldas.
Pobre diablo, a veces me pregunto si aún sueña con grandes escenarios.

Pero discúlpenme tanto preámbulo, seguro que tienen ganas de sentarse. Su mesa reservada es la de aquella esquina. Les aviso que la luz está baja, apenas unas luciérnagas en cada lámpara, instrucción muy clara del dueño, que así da intimidad y los clientes se quedan un poco más. Y más valen diez whiskys que nueve. Además, creando atmósfera casi parece que Frank canta algo mejor, ¿no creen?

Un ligero adelanto: mientras les traigo sus bebidas, no dejen de prestar atención al otro extremo de la sala. Esta noche el espectáculo consiste en ofrecerles un pequeño agujero por el que echar un vistazo al patetismo que todos escondemos bajo elegante apariencia. Alejados lo más posible de los berridos de nuestro borracho pianista, observarán en la penumbra a dos hombres sentados, las cabezas gachas y la tercera copa a punto de abandonar el vaso. Si se fijan un poco más, comprobarán que no parecen divertirse como cualquier joven al que se le especia la bebida. Al menos, de vez en cuando empiezan a discutir, quizás para desperezarse un poco y distinguirse de las estatuas. Sin duda, los clientes ideales de cualquier antro, con la garganta caprichosa y ningún ligue que los saque de la dinámica de saciar el gaznate.  Antes de juzgarlos, piensen que podrían ser ustedes. Al acudir a este bar, apostaría que más de uno acabará en su misma situación. Pero, no se preocupen, hoy la historia va con ellos, pueden relajarse y emborracharse. Esta noche todos sus pecados serán un secreto bien guardado bajo llave.


II - Primera copa

Muchos de los clientes han empezado a marcharse. Que nuestro pianista se haya atrevido a cantar una especie de lacrimógeno vals, ha sido demasiado para sus oídos. Ni los irrisorios precios han conseguido contrarrestar tal tormento. Aun así, les pediría que aguantaran un rato más, no me gustaría que se fueran antes de que comience lo más interesante. Por eso, mientras se fragua la narrativa, y si me lo permiten, voy a volver a mis obligaciones tras el mostrador. Hay un protagonista que me solicita.

Frank bebe en la barra whisky del bueno, que para eso es el artista allí, y si no ya sabemos cómo se las gasta de genio. El aire decadente que aporta bien merece unos tragos a cuenta de la casa, o al menos así piensa él.
Me pide otro levantando un dedo, como si fuera un ‘gentleman’ de las películas.  No sé si se siente Bogart al principio de Casablanca, o si por el contrario ya es consciente de que la Bergman se ha marchado con otro.

— ¿Por qué bebemos hoy, Frank? — le pregunto.

— Por el hígado, que nos aguante otra noche.

— Vamos, hombre, que me vas a deprimir. ¿Tantas canciones y no tienes nada mejor por lo que brindar?

El tipo me mira con ojillos de gato, escrutando la pregunta como si se tratase de un desafío. Finalmente asiente cómplice.

— Tienes razón. Por eso dicen que los que estáis detrás de la barra sois más sabios que los filósofos. En Grecia te habrían hecho rey, chaval.

Sonrío agradecido. En realidad no he dicho una mierda, pero mi sentido común me dice que Frank no es el mejor tipo con el que discernir sobre Platón.

— Pues entonces brindo por… —se detiene un momento en busca de una idea— la globalización.

— ¿Y eso?

— Joder, porque si el mundo fuera igual que antes, no tendríamos en este sitio a una diosa como la ‘morilla’.

Miro de soslayo a la compañera al otro extremo de la barra. Ella, ajena a la lasciva mirada de mi partenaire, friega los vasos con energía.

— ¡Por ti, guapa!— grita alzando la copa en dirección a la chica

Zulema recibe el halago con una mueca forzada, sin tratar de disimular lo harta que esta de piropos regados de licor. Visiblemente enfadada, comienza a frotar con más virulencia, como si imaginase que el cristal se hubiese transformado en las arrugadas mejillas de Frank. Cualquier día de estos nos tenemos que llevar al tipo con una brecha en la cabeza.

Aunque, para ser justo con el cantante, hay que reconocer que la muchacha, de piel café y labios menudos, es una belleza de las que cuesta no admirar.
Para que se hagan una idea, cada vez que emerge de entre las brumas (la ley antitabaco nunca traspasó nuestras puertas), el cabello siempre atado en la coleta y la raya azul rodeando unos negrísimos peñascos de carbón, tienes la sensación, tonta e infantil, de haber sido transportado al final de un sueño, ese con el que te quieres quedar cinco minutos más durmiendo. Y claro, de tanta emoción, hay días que uno se queda agilipollado, con una sonrisa bobalicona dibujada en la cara, da igual que la suya muestre su habitual expresión a cara de perro.
Porque no me negaran que la chica es de las que, hasta vestida con nuestro ridículo delantal lleno de manchas, brillaría en cualquier lugar.

Y qué decir de su cuerpo que no hayan susurrado tantos tras un par de cervezas. Seguro que alguno de ustedes ya se ha quedado prendado de esas caderas que son como una carretera de esas antiguas, de las que marean. Casi todos los perdedores que vienen cada noche ansían conducir por ella y más de uno lo ha intentado sin éxito. Frank no es una excepción. Otro fracaso para hacer una canción.

­— Bendita inspiración la niña. — afirma tajante sacándome de la ensoñación.

— ¿Mascullando un nuevo tema, Frank?

— Cada minuto, chico, cada minuto.

En su respuesta creo intuir un resquicio de cansancio. Sería muy cruel recordarle que lleva años cantando lo mismo.

— ¿Otra ronda?— le ofrezco tratando de volver a animarle.

— Ya estás tardando.

Durante unos minutos, degusta en silencio un trago de su escocés preferido, quién sabe si lamentándose de su monótona existencia o perpetrando un nuevo movimiento hacia la camarera. Mientras que su mirada vagabundea por la estancia, recae en algo que le llama la atención lo suficiente para soltar el vaso por un momento.

— ­¿Cuál es la historia de esos dos, Mateo?— me pregunta intentando disimular su curiosidad.

No se sorprendan de lo rápido que ha picado. Era de esperar, siempre anda buscando algún despistado al que calentar la oreja.  Den las gracias de que no se haya fijado en alguno de ustedes.

— No sé, Frank. Pero me apuesto lo que quieras a que es algo gordo. – le digo haciéndome el interesante.

El cantante frunce el ceño y se levanta de la barra con inusitada energía. Definitivamente le han intrigado los dos tipos con cara de funeral. No le vendría mal algo de cotilleo antes de irse a la cama.

Cuando llega a la altura de sus nuevos anfitriones, abre exageradamente los brazos y les regala la mejor de sus sonrisas.

— ¡No se preocupen, amigos! ¡Aquí está el tío Frank para alegrarles la noche!



III – Ronda de chupitos

Decía mi madre que la vergüenza hay que dejarla para los muertos, y que la vida está para comérsela a dentelladas. No puedo decir que me aplicase el cuento a rajatabla, a la vista está, pero al menos tengo a Frank para demostrarme cada día que mi progenitora no andaba desencaminada.
Porque, como habrán podido apreciar, los rostros estupefactos de esos dos ante la eufórica entrada del músico, no han impedido que éste se haya sentado a la mesa con ellos. Con la silla volteada y la expresión de un niño que espera los regalos de navidad, agita nervioso el pie, deseando que empiece la fiesta.  

— ¿A qué vienen esas caras, compadres? La noche es joven y el local invita a otra ronda.

Los hombres permanecen aún desconcertados por la esperpéntica escena, pero ninguno parece atreverse a mandar a paseo a su nuevo anfitrión. El que está a la izquierda de Frank, un tipo delgado y alrededor de la cuarentena, se ajusta las gafas al tiempo que se atusa la canosa perilla visiblemente incómodo. El otro, en cambio, se diría algo enfadado ante la intrusión.

— ¿Y tú quién eres? ¿El dueño? — le increpa.

— Qué dios me libre. — contesta Frank con sorna mostrando unos piños amarillentos — Digamos que tengo un acuerdo con la casa. ¡Pidan, pidan, no se queden con las ganas!

El chico, un poco más joven que su compañero y algo entrado en carnes, arquea una ceja, como si no terminase de fiarse de tan buenas intenciones. Con sus diminutas pupilas moviéndose de un lado a otro, espera encontrar cualquier resquicio que le descubra el timo. Tal que un policía en la rueda de reconocimiento, va fijando la vista en cada uno de los elementos que trae consigo el sospechoso, desde su inseparable sombrero de fieltro moteado de lamparones, hasta su barba a medio afeitar, un paisaje de desniveles castaños, posiblemente recortado con algo similar a unas tijeras de podar. Pero toda la parafernalia pasa desapercibida ante el llamativo buzón que gasta el tipo; una bocaza que se expande como luna creciente y en la que no para de moverse una lengua revoltosa en extraña y rítmica cadencia.
Si estuviesen en el lugar del chico, den por hecho que también lo observarían con lupa.

Mas la desconfianza es algo que da mucha pereza. Por consiguiente, a pesar de las lógicas suspicacias y tras un tenso y silencioso minuto, el joven acaba bajando la testa, derrotado ante la cara de inocencia de aquel loco. Con un “vale, como quieras”, deja zanjada la cuestión dando vía libre al pianista para que siga sangrándonos la contabilidad del bar.

Envalentonado y sacando pecho, Frank levanta el dedo en dirección a la barra donde me encuentro. Le pongo mala cara, que no me gusta que me utilice para dárselas de importante, pero el tipo sólo se ríe y se señala el reloj. Como si no supiera todo el mundo que no tiene ningún sitio dónde estar después.

— ¿Qué va a ser?— elevo la voz tratando de hacer visible mi enfado.

Sí, ya sé lo que se les está pasando por la cabeza. Mi compañera no es a la única a la que Frank saca de quicio. Me gusta pensar que al menos así compartimos un vínculo muy especial. Soñar es gratis y alguna ventaja tiene que tener el aguantar las vaciladas del personaje.

—Señores— alardea mirando con arrogancia a los dos chicos— ¿Estoy sentado con hombres? ¿O alguno quiere una ‘fanta’?

El carraspeo de uno y la sonrisa nerviosa del de las gafas son suficiente respuesta para Frank que se gira y me echa una mirada desafiante.

— Tráete el ‘scotch’, Mateo. Pero del de mi botella, no de la bazofia esa que servís a los idiotas.— Vuelva a girarse y susurra a sus nuevos amigos — Sin faltar, pero es que os bebéis cada mierda que…

Aunque me dan ganas de entrar al trapo, ya he aprendido que no sirve para nada y que el tipo, falto del cariño de los admiradores que nunca ha tenido, sólo busca aparentar que es algo más que un cantante de cuchitriles. Además, no es cuestión de darles un espectáculo que les distraiga del verdadero quid de la cuestión. Y, por cierto, no se crean las patrañas de éste: lo que él bebe es tan malo como lo que ustedes están tomando.

— No sé si deberíamos mezclar…— balbucea dubitativo el joven gordito—Hasta  ahora estábamos con el vodka.

El otro le da un manotazo.

— No digas bobadas, a saber cuando podremos volver a beber algo tan caro.

— Di que sí, que el vodka ese es de nenazas.— proclama Frank con una carcajada que resuena siniestra en el prácticamente vacío local. — Bueno, ¿por dónde íbamos, colegas?

Los dos tipos, indecisos, vuelven  a cruzar miradas, dudando si darle al carroñero la presa por la que suspira. Pero, como buenos observadores que intuyo son, ya habrán notado que estos tristes están deseando soltar toda la mierda que llevan mascullando durante horas. Por eso únicamente pasan unos segundos hasta que el delgado se pone a hablar.
­­
— Pues nada tío. A éste que lo ha dejado la mujer.

Frank mira con exagerada cara de sorpresa al otro chico. Éste se encoge de hombros en un revelador “ya ves”.  La expresión de cabreo ha dado paso a algo más parecido a la de un niño al que le hubieran puesto una mochila de cien kilos a la espalda. ¿No les resulta adorable?

— Vaya, pues sí que estamos jodidos esta noche, ¿no?— prosigue Frank — ¿O lo estamos celebrando?

— Sí, ¿no le ves el careto al tipo? Es toda una fiesta.

— Cállate idiota. — se queja el gordito empujando a su amigo.

— Bueno, bueno, que no se nos ponga flácida todavía . Aquí está el nuevo consejero matrimonial. Frank Wild, a vuestro servicio — proclama dándoles un apretón de manos.

— Encantado, Frank. Yo soy el no tan ‘Wild’, Carlos, y el cara larga es mi primo, Víctor.

El joven levanta la mano con hastío. Mientras se van saludando, voy aprovechando para dejarles las tres copas sobre la mesa. Los chicos hacen un gesto de agradecimiento. Cómo era de esperar, mi compañero no hace lo mismo.

— ¿No ibas a traer la botella, chaval?— pregunta Frank.

— Empezad con esto, que para algo estamos los camareros. Porque tú, beber muy bien, pero servir copas no es lo tuyo. Y luego el suelo lo fregamos nosotros.

El pianista se ríe ante la ocurrencia.

— Este Mateo es un crack. En serio chavales, no sabéis lo que nos cuida el tipo este. No eres nadie aquí si no te ha recogido alguna vez del suelo.

Hago oídos sordos del particular piropo, que todavía estoy con la sangre caliente, aunque no les niego que no está mal escuchar algo agradable de tarde en tarde. Aunque claro, con Frank suele ser todo una charada, nunca sabes cuando dice la verdad o es que te está engatusando para tratar de conseguir algo. De hecho, no espera ni a que le conteste para olvidarse de mí y darme la espalda. Apenas me alejo de la mesa ya ha empezado de nuevo su locuaz discurso, agitando los brazos como si fuera un director de orquesta.

— Vamos a ver, ¿tú estás soltero? — pregunta al delgado.

— No, yo estoy casado.

— Vale, y tú — afirma señalando a Víctor.—, a ti te han pegado la patada.

El chico suspira y afirma lentamente con la cabeza.

— Entonces, recapitulando, Carlitos está de puta madre, y tú estás de mierda hasta las cejas. A no ser que la susodicha fuera una bruja, que en ese caso brindamos y nos vamos a quemar el pueblo.

El comentario de Frank agita al chico que se viene arriba. Embravecido, golpea la mesa y el bebercio se balancea con peligro en el tubo. Como lo tiren les hago fregarlo con la lengua.

— Una arpía eso es lo que era. — exclama— La más desagradecida de todo el jodido aquelarre.

— Tienes a la piba atravesada hasta el tuétano.— ríe Frank.

— Vamos, que tú no estarías igual, no te jode. — hace un desaire con la mano — Y nadie dice piba ya, Franco, ¿qué sales del asilo o qué?

— Frank, Víctorcito, no me cambies el nombre que la tenemos.

— Bueno, bueno, que haya paz, que aquí somos todos colegas — intercede Carlos.

Frank cambia súbitamente el rostro y se pone a carcajear. A mí también me entra la risa al pensar lo flipados que se tienen que estar quedando los chicos con los súbitos cambios de humor de su anfitrión.

— Los mejores, los mejores. — exagera entre etílicas risas — Venga, dime Vic, ¿qué te ha hecho la cabrona?

El rostro del gordito se relaja. Es evidente que se muere de ganas por un poco de condescendencia.

— Pues, ¿te lo puedes creer, Frank? — dice enfatizando el nombre — Estoy yo, de putísima madre, con la Sara a punto de hacer el segundo aniversario y vengo un día del curro y, ¡bam! La maleta en la puerta. ¡Menuda hija de puta!

— Y no era para iros de vacaciones, ¿eh colega?

— Qué coño vacaciones, que me largara, que ya no aguantaba más y que no quería volver a verme la jeta.

— Yo tampoco querría verte la jeta. — interrumpe Carlos jocoso.

Víctor le echa una mirada asesina, de esas que amenazan con acabar con las gafas del otro hechas trizas. Pero, emocionado por su propio discurso y tratando de no perder el hilo, sigue contando la historia, ya se la devolverá a su primo en otra ocasión.

— Y cuando le pregunto por qué, ¿sabes lo que dice? ¿Sabes lo que me dice, Frank?

— Me muero por saberlo, Vic.

— Pues va y me suelta que soy un pervertido. Que no soporta ver como se me van los ojos detrás de mis alumnas. Porque yo doy clases de química en la universidad, Frank.

— Y Sarita estaba preocupada de que las estuvieras dando de física…

Carlos trata de aguantarse pero estalla en carcajadas.

— Perdona, perdona— se disculpa secándose las lágrimas.

— Sois unos idiotas, ¿sabéis? Uno aquí jodido y vosotros a partiros el culo de él.

— Venga, no te cabrees Vic. —susurra Frank casi con ternura.—  Tómate la copa que lo verás de otro color.

Víctor esboza una agría media sonrisa y se bebe el contenido del vaso de un único trago. Entonces se abate sobre la mesa y dedica a sus oyentes una expresión digna de condenado al patíbulo.

— Vosotros sois tíos, seguro que lo entendéis… sabéis que no tiene nada de malo mirar a alguna que otra.

— Yo de mirar me declaro culpable, amigo. A veces no sé ni como me da para tocar las teclas del piano.

— ¿Ves? — enfatiza Víctor, suplicante— Eso es a lo que me refiero. ¿Qué culpa tengo yo de que estén tan buenas y se pongan esa ropita que no les cubre una mierda? ¿Es eso motivo suficiente para romper un matrimonio?

Carlos le mira con guasa.

— ¿Motivo? ¡Pero si te tiraste a la rubia de tercero!

Frank observa incrédulo al recién descubierto adúltero y comienza a darle un ataque de risa tal que a punto está de caerse al suelo.  

— Mira por dónde, al final era verdad que el profe no se podía dejar los pantalones subidos en clase.

Víctor, visiblemente enojado, hace caso omiso a Frank y se encara con Carlos.

— No digas chorradas, primo, eso ella no lo sabía. Estoy seguro de que no tenía ni idea.

— Y qué más da si no lo sabía.— reprocha el otro— No puedes ir por ahí detrás de otras faldas y luego echarle la culpa a tu mujer. Tienes lo que te has buscado.  

— En eso tiene razón el amigo, Vic. Secreto o no, la polla te la sacaste.

El gordito asiente con pesadumbre. Las pruebas pesan demasiado para seguir haciendo de abogado del diablo.  

— Sí, ya sé que me lo tengo ganado, que soy poco menos que un desecho. Pero, que puedo decir, no lo esperaba, al menos no así. Ella me quería, de verdad que sí.

En el rostro de Carlos aparece una expresión de incomodidad. Se ve que a pesar de no estar de acuerdo, siente cierta compasión por su primo. Frank, por su parte, arruga la nariz, como si no terminara de convencerle lo que está escuchando.

— Siempre quieren, niño. —sentencia a media voz— Lo que pasa es que el amor no es gratis, no importa lo que digan los poetas.

— Pues se podría decir que técnicamente tú eres del gremio. — ironiza el chico— ¿Acaso eres uno de los responsables de vivir en esta mentira?

— Pero yo soy de los buenos. De los que no te engañan con dulces estrofas.

Se produce el silencio típico de cuando nadie tiene nada que decir. Únicamente los hielos contra el cristal rompen la tranquilidad. Los dos chicos se han quedado pensativos, y no parecen tener prisa por reanudar la conversación con el músico. Éste, absorto en sus cavilaciones, cierra los párpados y se pone a tamborilear los dedos sobre la rodilla mientras chasquea la lengua rítmicamente. Sus comensales, alucinando ante la nueva rareza y liberados de golpe de la incomodidad que se había creado, hacen ademán de burlarse, pero instantáneamente se detienen al descubrirme haciéndoles un gesto para que guarden silencio. Créanme si les digo que nada bueno sale de interrumpir a Frank cuando se siente inspirado. Incluso Zulema ha parado de apilar los vasos, sólo para no romper la magia del momento.

Al tercer compás de las falanges, el artista comienza a entonar la cancioncilla, tan bajito que si el bar no fuese ahora una tumba sería casi imperceptible.










Con un alegre silbido que contrasta con la melancólica letra, el músico da por acabada la intervención. Para entonces, los rostros de sus recientes amigos se podría decir que tratan de contener la emoción ante lo que acaban de escuchar. Aunque parece que a duras penas han logrado entender parte de la letra, la manera de entonar cada una de las estrofas, con la pena en los labios y la decepción en la garganta, se ve que les ha tocado la fibra sensible. La risita nerviosa y los continuos sorbos les delatan, no en vano saben que el primero que muestre debilidad se convertirá automáticamente en blanco de las burlas. Y, no importa que su porte disimule indiferencia, estoy seguro de que se han sentido transportados a ese andén y han creído ver a Frank ahí parado, sin poder despedirse de aquella chica.
Si lo sé es porque, por más que me cueste reconocerlo, a mi también me ha emocionado, como supongo que a ustedes. El maldito ha conseguido uno de esos momentos únicos en los que te transporta a su universo, dejándonos una congoja en el pecho con el transcurrir de las notas.

No se crean que todo esto me pone contento. Todo lo contrario. Me jode hasta el tuétano lo bastardo que puede llegar a ser el cabrito. Dando por hecho que no es un buen cantante ni dispone de una magnífica voz, cuando le interesa es capaz de transmitir como pocos saben. Si pusiera la mitad de sentimiento cada noche sobre el escenario, hace tiempo que a todos en este bar nos iría mucho mejor.



IV – Juegos de beber

“El show debe continuar” cantaba Mercury ante un estadio de Wembley entregado. Y esa ha sido siempre la máxima de Frank desde que lo conozco. Habitualmente no sabes donde empieza el personaje y donde continúa con el siguiente. De la persona, ni rastro.

Aunque crean haber sido partícipes de una inspirada genialidad, déjenme revelarles que no lo es tanto. Este hombre no es de los que deja nada a la casualidad, ni el tono musical perfectamente calculado, ni la melancólica letra, en sintonía con una conversación hábilmente dirigida hacia donde a él le interesa. Ahora mismo apuesto a que se siente todo un ‘Rock Star’, igualito que Freddie. Le falta el estadio a rebosar, pero quién necesita eso teniendo a dos ingenuos mediocres bailándote el agua, ¿verdad?

Sin embargo, queridos voyeurs, tratemos de no soltar el hilo y prestemos atención de nuevo a la mesa, no nos haga la retórica perdernos parte de la fiesta. Ahora en nuestro apartado rincón, terminada la actuación estelar, ha llegado el tiempo de los piropos, los “oye, pues no eres tan malo después de todo”, un par de palmaditas de felicitación y otra ronda a cuenta de la casa, y ya van.
Frank se ha garantizado nuevos seguidores y eso para él es motivo suficiente de celebración.

Tras dejar atrás algunos momentos algo tensos, me atrevería a afirmar que el ambiente entre los tres ha pasado de mar picada a calma chicha. Brindis de amistad, alguna que otra coña y más de una mirada cómplice en dirección a mi pobre compañera, dan fe de ello. Con tanta camaradería incluso los ojos apagados del jovencito han recuperado cierta luz perdida. Si se plasmara la estampa en un cuento no quedaría más azucarada.

Sí, ya sé que esto no es por lo que han estado esperando. No se preocupen, Frank es un morboso por naturaleza, y con esta alegría no puede poner en práctica el paternalismo y la chulería de los que tanto se enorgullece. Habiendo obtenido ya su aplauso, no hay razón para alargar más una conversación que ya se le antoja aburrida. Así que no pasa mucho hasta que vuelve a la carga.

— ¿Cómo la conociste? —pregunta de sopetón— A Sarita, digo.

— No es nada original. — Víctor arrastra las palabras que parecen pesarle en una lengua adormecida por el alcohol— En el último año de facultad era la más buena de clase, ya me entiendes, y bueno, un día de borrachera…

— ¿Y hubo tema?

— Bueno, esa noche no pasamos de un par de agarraos y la mano en la cintura.

— Ni que estuvieras en los sesenta, niño. Yo pensaba que vosotros los jóvenes, eráis de los de “aquí te pillo, aquí te mato”.

— Bueno, quizá si hubo algo de toqueteo de culo y un leve arrime, pero por encima del calentón había un respeto.

— ¡Qué respeto ni que ocho cuartos! — interviene Carlos — Si la chica te hubiera dejado, te habrías lanzado a la yugular. Te conozco bien, primo, y a Sara ya ni hablemos.

El  jovencito trata de lanzarle una rápida réplica, pero se ha quedado sin nada elocuente que decir ante la acusación. Se toma unos segundos explorando en su mente alguna digna salida, mas eventualmente baja los hombros, vencido por la evidencia.

— Me parece — reflexiona Frank con sequedad — que mintiendo así, al que no tienes respeto es a ti mismo.

El músico taladra con la mirada al joven profesor que se encoge como si la silla le hubiera succionado el culo. Una leve oscuridad vuelve a presentarse en las pupilas del chico.

Bravo, Frank, ya has conseguido el tono que querías.

­— No, si tenéis razón, mala elección de palabras. —reconoce Víctor mohíno— No voy a ningún lado ahora dándomelas de caballero. De hecho, si reconozco algo es que el dolor de huevos con el que me fui a casa me tuvo ‘encabronao’ una semana entera.

— Y poco me parece. — refunfuña su primo.

— Venga, Charlie, ­— solicita Frank, jugando ahora a ser defensor del condenado— no seas tan duro con el pobre Vic. Volver a casa doblado por no haber triunfado, es algo normal. Nos ha pasado a todos alguna vez.

— Si no es eso, Frank. Lo que me jode es que este no se responsabiliza por nada de lo que hace, se dedica a ir como un elefante en una cacharrería. Y mientras, en su cabeza, vive inmerso en un mundo de color y fantasía. Ha sido así desde que éramos críos.

Espoleado por tal ataque, Víctor, que estaba alicaído un segundo antes, cambia la cara y se levanta cual gato al que le han pisado la cola.

— ¡¿Qué me estás contando, primo?! Siempre estás mirando por encima del hombro, no te creas mejor que yo.

— ¡Yo al menos no engaño a mi mujer y me pongo a quejarme cómo si fuera culpa de ella!

— ¡Serás…!

El gordito cierra los puños y la ira le transforma la cara en un colorado mapa venoso. A su primo nadie le ha enseñado la valiosa lección de que no hay que provocar demasiado a alguien que no sabe beber.

— ¡Haya paz, señores, ‘caguenlaleche’!

Frank golpea la mesa con autoridad. De un violento porrazo se ha transformado en una suerte de profesor mandando callar a sus revoltosos alumnos. Por suerte, la cosa funciona (ayuda que el tipo les saque dos palmos) y los dos gallos de pelea cierran el pico ipso facto. Ilusos, no son conscientes de que están justo donde el cantante los quería.

— Vamos a ver, — continúa Frank tratando de serenarse — Yo entiendo que te cabrees, Vic. Qué joder, el Carlitos viene con la escopeta cargada y es normal que te toque la moral, por no decir los cojones. Pero aquí entre nosotros, creo que tú más que nadie sabes que el chaval sólo trata de echar un cable.

— Pues si la ayuda va a ser esa, se la puede meter por dónde le quepa.

Víctor, claramente ofuscado, le da un infantil empujón a su amigo, cuando lo que le querría regalar sería un buen puñetazo. El otro sonríe malévolo, mirándolo, efectivamente, por encima del hombro.

— Venga, no te piques, casanova. — se mofa Carlos.

— “No te piques, casanova” — imita su primo poniendo una vocecita ridícula.

Claramente el chico se nota cansado de tanto dardo envenenado. La expresión de cabreo se ha ido esfumando y ahora su rostro pasa a denotar un cariz grave, preocupado.

— Lo que me jode no es que os metáis conmigo, no. — se lamenta— Dios sabe que os lo he puesto fácil. Lo que toca los santísimos, es que estás insinuando que yo no quería a la Sara. Y por ahí no.

Ante el cambio de tono, su primo eleva las cejas sorprendido. Inmediatamente deja de lado el tono burlón y trata de suavizar la tensión.

— Bueno tío, discúlpame, por favor, no te lo tomes así. A lo mejor me he pasado, que no pretendía decir que no la quisieras.

Víctor, con la mirada pegada a la mesa, asiente apesadumbrado.

— Ya lo sé, primo. No te preocupes.

— No te disculpes, coño. — patalea el músico— Qué estábamos llegando a un punto interesante.

— Joder, Frank, —le regaña Carlos— ahora que estaba intentando arreglarlo me sales con esas. Pareces una hiena buscando carroña.

— Me han llamado cosas peores… Pero, a lo que vamos,— se dirige a Víctor — ¿Tú estás seguro de lo que sentías?

— Sí. Creo. Supongo que sí.

— Pues muy claro, no se te ve. — entrelaza los dedos, maquinando— Mira chaval, hay una prueba que siempre hago y no falla. ¿Quieres probar?

El chico no tiene muy claro que sea buena idea, pero está seguro que, diga lo que diga, Frank va a hacerlo de todos modos.

— Adelante.

— ¿Estás seguro?

— Ni en un millón de años.

— Bien, esa es la actitud. — Mientras los chicos han perdido el ánimo, Frank sigue disfrutando como un chiquillo — Es muy sencillo, un pequeño ejercicio de memoria.

— Dispara.

El músico le dedica una pícara risa. Comienza el juego.

— Necesito que me digas que es lo último que le regalaste a Sarita.

— A ver… — el joven se queda pensativo un momento— por navidad fue el perfume de la boutique de Madrid, y después de eso está el ordenador, y poco más tarde lo del aniversario… No estoy muy seguro, pero juraría que lo último fue un collar. Uno muy caro que sólo venden…

— No, no, — le corta el cantante— muy mal. Suspenso total en el examen.

— ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que he dicho mal?

— Espera que todavía no llega la hora de las correcciones. Ahora le toca a tu primo. ¿Qué me dices, Charles?

Ante la molesta mirada del más joven, el de la perilla canosa toma la palabra. Sus ojos huyen de cruzarse con los de Frank, revelando cierta vergüenza por lo que va a decir.

— Pues mira Frank, Dolores y yo no somos muy de regalos. Si te soy sincero, yo no gano mucho, y lo que ahorramos preferimos gastarlo en alguna que otra comida o, cómo mucho, en una breve escapada por los alrededores. No somos gente de lujos, menos mal.

— Sí, sí, muy idílico, — responde impaciente — ¿pero lo último, qué fue?

— Su cumpleaños la semana pasada. Aunque no se puede decir que fuera un regalo. Simplemente le preparé un picnic, que es algo que le encanta, y nos fuimos al parque a pasar la tarde al sol.

— ¿Y a ti te apetecía ese plan maravilloso? — pregunta Frank con retintín.

— Lo mismo que coger piojos ahí abajo.

— ¿Ves? ¿Ves? — insiste Frank a Víctor.

— ¿El qué? — le responde perdido el joven.

— ¿Cómo que el qué? ¡Pues eso mismo, el puto romanticismo! — exclama entre histriónicos aplausos — ¿No lo ves, Vic? Ahí está la clave. Aprende de tu primo, macho.  

Frank muestra una enorme risa que, al menos a mi, me recuerda a cuando un niño encuentra la pieza del puzle que le falta. En contrapunto, Víctor únicamente alcanza a mostrar la más absoluta extrañeza ante la supuesta gran revelación.

— Pues que quieres que te diga. ¿Qué tiene que ver eso con que yo quiera o no a mi esposa?

— Todo.

— Menos mal que te explicas como un libro abierto. — contesta irónicamente el chico.

 — Sí, y lo vas a comprobar. — sentencia desafiante.

El cantante pone la manaza sobre el hombro de Carlos.

— Fíjate en lo que regala aquí el colega, — continúa— todo planes para los dos. Mojonacos que se come porque, por encima de todo, le apetece estar con su piba. Y tú mientras, compras el pedrolo y te lo quitas de encima. Qué la niña se quede contenta y no te moleste.

— De acuerdo, pero — se defiende Víctor ofendido — que yo le compre joyas no quiere decir que no pueda hacer también esas cosas.

— Por supuesto. Es más que seguro que tu amigo compraría alguna bisutería a su señora si tuviese la pasta. Pero, y dudo que me equivoque, intuyo que esto no tiene que ver con la economía.

­­— ¿Y te basas en…? — deja caer el joven.

El músico mueve de un lado a otro la lengua viperina, quizá saboreando la victoria sobre su oponente. Yo, que le he visto  hacer lo mismo tantas noches, aún no alcanzo a comprender porque disfruta tanto aleccionando a los clientes.

— En tus palabras, ‘mon frère’, nada más que en tus palabras. Porque, respóndeme anda,  ¿cuántas veces en los últimos meses has propuesto tú algo para que hagáis juntos? Y no me refiero a un cine y esas mierdas. Algo que te hayas tenido que currar.

Víctor se queda pensando un momento. La pregunta le parece sencilla, ese tipo de cosas las hace cualquiera. Pero, a juzgar por su cara de sorpresa, no consigue encontrar nada. Con la presión del escenario, la audiencia expectante ante su respuesta, comienza a agobiarse de manera manifiesta. Es más, a cada segundo que pasa, parece que le cuesta un mayor esfuerzo el rescatar algo desde el fondo de su cerebro. Rechina los dientes, agita la pierna, y se cruje los dedos. Pero nada. Poco a poco empieza a notar como le abandona la temperatura y un sudor frío que se desliza por la camisa. La misma que hasta hace un rato le resultaba liviana y ahora se siente igual que una de las apretadas que le ponen a los dementes.  
Vamos, un caso típico de quedarse en blanco ante el examen.

Finalmente, tras unos sepulcrales minutos, suspira agotado.

— Mierda macho, tenéis razón — se lamenta abrumado.

Víctor esconde la cabeza entre las manos. Su emblanquecida cara, con los ojos como ventanales y expresión de terror, es todo un poema.

— Es todo como decís. Cómo no me había dado cuenta. Qué hijo puta he sido con la Sara.

Al verlo tan abatido, Carlos no puede evitar rodear a su primo con el brazo.

— Bueno, — dice condescendiente — ella seguro que también era un poco arpía.

Víctor le agradece el apoyo con una sonrisa amarga. Frank, ajeno al momento fraternal, se saca un puro ajado de la chaqueta y se lo coloca en los labios. El aprendiz de Maquiavelo ha ganado, los ha lanzado a la mierda y ahora se dispone a rescatarlos.

— Bueno chavales, ya hemos llorado suficiente. Si he venido aquí es para quitaros esos caretos. ¿Hace otra ronda?

A los dos jóvenes, en lo más bajo de la noche, el ofrecimiento del licor les suena a canto de sirena, un chute de morfina para que la recién descubierta realidad duela un poquito menos.

Mientras esperan a que les rellene los vasos, Frank les cuenta un par de anécdotas de sus años en el bar, por lo de relajar el ambiente y subir la moral que él mismo se ha encargado de dinamitar. Con la habilidad de un hipnotizador, les exagera la delantera de Susi, una antigua cliente que se echaba a a bailar medio desnuda a la tercera copa, o se recrea con la tierna fogosidad de Macarena, la más fea de las camareras que jamás había conocido, pero capaz de llenar de cariño las sábanas de cualquiera que se quedase triste un sábado por la noche.

­— Sus piernas te abrazaban con tal fuerza que corrías el riesgo de perder la vida.  

Y así, con el correr de las agujas, el músico les llena la cabeza de historias, en las que, por supuesto, él es el protagonista y la vida en entre estas mugrientas paredes parece un sensual cuento de hadas.

Lo dicho, Frank y sus charadas.



V – Barra libre

Pasan de largo las dos de la mañana. Dicen los cuentos que a las niñas buenas hace rato que se les convirtió la carroza en calabaza y las malas están en otro lugar mucho más divertido que éste. Y, sin embargo, aquí siguen ustedes, morbosos buitres planeando alrededor de estos moribundos, tratando de averiguar cuan bajo puede caer un hombre cuando se le condimenta la lengua con alcohol.

Coincido con ustedes en que es un espectáculo delicioso.

— ¿Habéis escuchado mi canción? — pregunta Frank cambiando de tercio— No la que os he cantado a vosotros, sino con la que he acabado esta noche la actuación.

— ¡Pero si no es tuya, es una versión! — le reprende Carlos.

— ¡Bah, naderías! Cómo si lo fuera. Tened por seguro que el que la escribió no le ponía ni la mitad de sentimiento que yo al cantarla.

— Ya, ya… — murmulla descreído— Pero vamos, que sí, que la hemos oído. ¿Qué hay con ello?

El músico ríe malévolo.

— ¿Qué hay con ello? ¿Queréis saber qué hay con ello?

Los primos se encogen de hombros como si no tuviesen muy claro que les importe la respuesta.

— Hemos venido a jugar… — bromea Víctor. — A ver, ¿qué es lo que tiene la dichosa canción?

— Pues precisamente eso, señores, precisamente eso. —golpea de nuevo la mesa para fortalecer su argumento — No hay nada, no significa absolutamente nada. Es sólo una puta canción.

— Y una bastante peñazo. — apunta el gordito cada vez más pasado de rosca.  

— Ey, Ey, que tengo mi corazoncito, Vic. — se agarra el pecho en una caricaturesca dramatización. — Además, si creéis que no me he dado cuenta que de inglés andáis cortitos…

Frank abre los ojos de forma exagerada, y arquea los brazos, en una clara expresión de “Os pillé”. Los dos primos sonríen ante la enésima excentricidad de su acompañante, quien se asemeja a un niño haciendo cucamonas. La verdad es que, entre los whiskys y el alma de payaso del músico, esto bien podría acabar con los tres bailando sobre la barra una especie de can-can desacompasado. Ojalá podamos ahorrarles esa visión.

— ¡Qué dices, Frank! — se ríe Carlos — Si aquí el amigo y yo somos los mayores fans de Cambridge…

— … Aunque preferimos el camembert. — completa Víctor con la lágrima saltada.

El chiste es malo con dolor, pero poco necesitan estos tres para partirse el culo, así que la gracia es recibida como el súmmum de la ocurrencia. Tal que así, se pasan un buen rato carcajeando y espurreando el whisky entre pitorreos varios, contagiados con el pavo de una adolescente en una fiesta de pijamas. Mas, tras un par de absurdos minutos, sin que los chicos lo esperen, Frank se detiene bruscamente y sus labios se cierran en un inequívoco signo de contrariedad. Para cuando empieza a hablar, su tono ha cambiado radicalmente.

— Podéis reíros, pero es importante que entendáis eso.  

La voz, que resuena como un crujido en el fondo de una oscura caverna, es de las que erizaría los vellos de la nuca a cualquiera. En menos de lo que tarda en caer un vaso, con tan sólo una frase, el sujeto ha cambiado la situación por completo. El alborozo ha volado cual ráfaga de viento y el silencio se ha adueñado de la mesa. Con las cejas apretadas contra el ceño y sin rastro de su característica hilaridad, parecería que el cantante fuese a revelar el pecado más grande del mundo. Transformado en un lobo sombrío, acerca sus inquisidores faros a la cara de los primos hasta que los tiene a un palmo, llegando a empañar las gafas del delgado.

Carlos se revuelve incómodo en el asiento y traga saliva ante el amenazante aspecto del que hasta hace un momento era un mono de feria. Su primo, en cambio, parece ya haberle perdido el miedo a la bipolaridad del pianista y le mantiene fija la mirada sin tan siquiera pestañear. Durante los segundos en los que Frank no abre la boca, la escena casi parece evocar a las pelis del oeste, cuando están a punto del duelo a muerte al amanecer. Se diría que el primero que diga una palabra tendrá la ventaja en la contienda.

— Podemos reírnos tal que idiotas toda la noche — dispara al fin el cantante— y hablar de lo precioso y espectacular que es el mundo que nos rodea.  Podemos incluso bajarnos la bragueta y lanzarnos a la calle en busca de unos brazos que nos arranquen de la tristeza que ahora escondemos bajo puyas y bromas inofensivas. Pero ¿de qué nos serviría mañana?

La última frase está cargada de angustia, escupida con el mayor de los desprecios.

— De acuerdo. — responde Carlos, algo tembloroso. —  Tienes razón, colega. Sigue con lo de la canción, por favor.

El músico relaja los músculos del rostro y le regala una dulce sonrisa al chico de gafas que respira aliviado al apreciar que el tenso dislate ya ha pasado. No todos los días se sale vivo de una batalla con un pistolero tan experimentado como Frank.

— Como podéis ver, amigos míos,— expone el pianista mucho más tranquilo— la música es con lo que me gano la vida. Así que sé de lo que hablo.

Se pasa la lengua por los labios, controlando el tiempo, saboreando cada palabra, sabedor de que la conversación está cada vez más cerca de convertirse en un recital que en una charla informal.

—  Por eso mismo os insisto con esto. Por eso mismo os cuento que una canción es algo más que soltar gorgoritos y palabras al viento. Es más, cómo decirlo… como tener un sueño, ¿sabéis? Sí, justo uno de esos con los que te levantas pletórico, pensando que ese día va a ser diferente.

Hace una pausa y se queda mirando al fondo del bar, la vista anclada en la mugrienta pared.

 —Cuando sales ahí, y te pones a cantar, todo el público viviéndolo contigo… sientes que cada palabra se transforma en algo profundo, intenso. “La polla en verso”, para que me entendáis.

El músico parece haber viajado a otro lugar, y en sus ojos casi parece vislumbrarse una chispa de emoción. Ni en los mejores teatros se han visto interpretaciones tan sentidas.

— Uno se viene arriba y lo saborea como si fuera lo más grande del universo. Te dices a ti mismo “esto es grande, he dejado mi huella”.

— Será por eso que a algunos os llaman artistas.— le contesta Carlos indulgente.

Frank levanta la palma en un gesto para que no le interrumpan. Cierra ahora los párpados y arquea la comisura de la boca en una expresión amarga. Quién sabe, quizá se ponga a cantar otra vez.

— Pero, al final, eso se acaba. —sentencia— Cuatro o cinco minutos y todo se va a la mierda, se larga sin avisar.

— Todo tiene que tener un final, — insiste Carlos — es parte de la gracia ¿no crees?

— Precisamente, Carlitos. Al final de la velada, la canción vale menos que estos whiskys. Vosotros os largáis a vuestras casas y os olvidáis de ella, ocupados con vuestros problemas, que si el gato se ha meado en la alfombra, que si a la parienta siempre le duele la cabeza…

— Vale muy bien,— interrumpe un airado Víctor que se ha mantenido callado hasta ahora— todo eso es muy bonito, pero ¿adónde quieres llegar ahora?

A modo de respuesta, el cantante le devuelve una mirada triste, condescendiente.

— ¿Es que acaso la rubia adolescente te dejó tan seco que no te riega ahí arriba? Está muy claro, la moraleja es que las cosas que brillan con más intensidad, son las que se apagan antes. Tú deberías saberlo ya.

—  ¿Yo? ¿Qué cojones tiene que ver eso conmigo?

— Bastante, amigo, bastante. A ti la esposa no te resplandecía lo suficiente, así que te fuiste detrás de una luz cegadora. Y mírate ahora.

Ante la grandilocuente sentencia del músico, Víctor estalla por segunda vez en la noche. Apretando los dientes se incorpora y acerca el rostro a su interlocutor. Si no fuese por los centímetros que le saca, es posible que esta noche viésemos algo más que palabras.

— Mira, Frank, llevo ya un buen rato aguantando tus vaciladas y dejando que me hables como si fuera subnormal, porque, que coño, tienes tu gracia y prefiero estas tonterías a seguir cagándome en mi estampa. Pero no me vengas con sermones de moral. Eso se lo aguanto aquí a mi primo y a pocos más. Primero que no quiero a la Sara y ahora esto. Por mucho que lo que digas tenga cierto sentido, no estoy dispuesto a dejar que tú me des lecciones.

— Vamos a tranquilizarnos todos, — propone un sofocado Carlos — que aquí estamos para pasar el rato.

— Deja que el chiquillo se desahogue, leñe. — espeta Frank.

— Eso, primo, que las cosas es mejor decirlas. Tú puede que le tengas miedo a éste, pero a mi no me la da. Qué en vez de ayuda me está atando la soga más fuerte.

— Tómatelo con calma, primo. —le pide Carlos — Qué únicamente estamos charlando.

El gordito, aún resoplando del mosqueo, comienza a tranquilizarse. Sabe que su primo tiene razón y que es la mezcla de alcohol y frustración lo que le hace perder los nervios. Arrepentido, le da una palmadita a Frank en la espalda y se vuelve a recostar en el asiento, abatido.

— Perdona, Frank. Entiende que no es el día para tenerme en cuenta.

— Nada, Vic, tampoco eres el primero ni serás el último que me quiera meter una hostia. Algo de culpa tendrá un servidor ¿no?

— Ya, si tú tarea tienes, pero no es sólo eso. ­— se detiene un segundo, con un nudo en la garganta — No sé, tengo una sensación desagradable que lleva toda la noche martilleándome el cerebro.

El muchacho traga saliva y bebe un largo trago. Si ponen especial atención, se darán cuenta de que el líquido se agita más de lo normal dentro del vaso, presumiblemente a causa de un apreciable tembleque que le sube al gordito por el brazo.

— La sensación… de que cuando salga de este bar no voy a tener ni puñetera idea de para donde tirar. La angustiosa sospecha de que en el momento en que deje salir esto, —se agarra la camisa a la altura del pecho— no creo que vaya a poder parar.

Los dos oyentes observan al joven con cierta preocupación. A decir verdad, incluso a mí me da un poco de lástima.

— Esa es nuestra misión esta noche, primo. — le reconforta Carlos — Qué salgas, al menos, un poco mejor de lo que has entrado.

— Pues, no vais por el mejor camino, — se dirige a Frank— no te ofendas, amigo. Por ahora sólo habéis conseguido un par de frases grandilocuentes y que la cabeza me dé más vueltas que un tiovivo.

— No te preocupes, Vic, que aún quedan horas para el Lorenzo y te aseguro que sales de aquí con el camino bien clarito como me llamo Frank. Eso sí, no se puede pensar con claridad con la garganta seca. Ya verás que con la próxima se te asienta el carrusel.

El joven muestra una sonrisa cómplice. Imagino que, como todos (y ustedes no son una excepción), tiene la absurda idea de que la siguiente copa barrerá cual escoba todos sus problemas. Cómo si las seis anteriores no fueran suficientes.

— De acuerdo, beberemos para olvidar.

— Beber no se bebe para olvidar, chaval. — le corta Frank melancólico.— Uno bebe para reírse de todas las gilipolleces que ha hecho, para poder mirarse al espejo y decir “podría haber sido mucho peor”.

Qué hijo de puta. Con una media sonrisa en los labios se convierte en el hombre más seguro del mundo y ya no hay nadie que le rechiste. De esa manera, sutil y sibilina, ya tiene a los dos bobos de nuevo en su redil, preparados para recibir otra dosis del manual de Frank, el encantador de serpientes.

Si les dijese ahora mismo que se bebieran el agua del retrete, no pondría la mano en el fuego por ninguno de ellos.

  

VI – Cogorza

Hay horas en la noche en que todo parece tener una cadencia muy particular. Desde hace un rato, el cantar de las chicharras lleva colándose desde la puerta del baño, un vibrato en compás uniforme que resuena cada vez que alguien se levanta a cambiarle el agua al canario. Tras la barra, en un descanso de mi labor de comentarista, me entretengo observando el decrépito reloj de pared que se eleva sobre la estantería de las bebidas. En una imagen que ya ha empezado a olvidar el color, una joven anuncia una importante marca de refrescos en pose seductora. Además de la encantadora sonrisa, únicamente lleva puesto un bañador estilo marinero, de los de hasta las rodillas, el típico que seguro ponía a tono a nuestros abuelos. Si se fijan más en detalle, descubrirán a la pizpireta muchacha guiñándonos un ojo de pestañas sombreadas, al tiempo que mueve su brazo que hace las veces de minutero. Y así, ensimismado en las curvas que asoman en las caderas de la ‘pin-up’, voy, poco a poco, dejándome mecer por el vaivén de los diferentes sonidos. Al ritmo del ‘cri-cri’ de los divos insectos, el repicar de la peculiar aguja juega a acompasarse con el murmullo de las escasas conversaciones que aún nos acompañan; una tos seca por años de vicio que se adelanta al ‘chin chin’ de algunas copas incansables; un hilo musical casi imperceptible tratando de hacerse notar con un aullido de saxofón in crescendo. Y como escenario, una espesa cortina onírica, humo de hilos danzantes que juegan a inventar sombras chinescas, ocultando con sus formas algún que otro labio que se muerde con remordimiento, dudando si lanzarse a entonar sus penurias en una melodía. Viajando a lomos de la niebla, los “Mi jefe es un capullo”, “Mi mujer me engaña”, y los “Todo es una mierda” se mezclan en esta sinfonía imperfecta, una que edulcorada con unas cuantas copas de más, bien podría ser una canción de Frank.
En definitiva, todos los instrumentos en posición esperando al hombre orquesta, a que la última partitura dé comienzo.

Mientras Zulema va apagando algunas luces, dejo de lado el reloj y me dedico a hacer la cuenta de la caja. No es ninguna sorpresa que hoy tampoco llegue ni para cubrir los gastos. A este paso puede que pronto tengamos derecho a pedir subvenciones como centro de caridad. No sería tan descabellado cuando, al fin de al cabo, ayudamos a pasar la noche a pobres almas solitarias como las suyas.

Pero no dejen que la deprimente situación económica del lugar les distraiga de lo importante. No me perdonaría que se perdieran el final de esta historia, el montante de su propina depende de cuan satisfechos acaben con el epílogo de nuestro cuentacuentos. Ahí lo tienen, levantando la mano para pedir otra ronda. Les dejo, no vaya a ser que la tome con ustedes por retrasarle la comanda.

— ¡Mateo, ponte otra ronda por aquí! — se gira hacia los chicos— Qué seguro que con otra copa les empieza a gustar más lo que les cuento.

Ellos se ríen con timidez, que con la que llevan encima ya les hace gracia cualquier cosa, hasta la saliva se les habrá convertido en alcohol. En vista del nivel etílico, me permito traer junto con la bebida una pequeña dosis de vacile.

— No sabéis la suerte que tenéis de conversar con el gran Frank. — les suelto con cierto recochineo — Yo de vosotros afinaría las orejas.

Se limitan a asentir como buenos samaritanos mientras tratan de contener una nueva carcajada. Me recuerdan a los niños de la escuela tratando de disimular una trastada. Entre nosotros, no les niego que me da un poco de envidia no estar ahora mismo sentado con ellos.

— ¡Pero mira que eres pelota, chaval! — me responde el músico — Si estás esperando un extra en la cuenta, ya deberías saber que eso no va con mis principios.

— Con que pagaras lo que tomas, ya me daría por satisfecho.

Chúpate esa, Frank. Eso te pasa por ir de chuleta con tus nuevos amigos.

— Touché, chaval. — asiente con la cabeza gacha. Pillado in fraganti ni siquiera ha conseguido encontrar un aforismo con el que contrarrestar.

Satisfecho por la momentánea victoria (ya me la devolverá con creces), me retiro triunfante, el mentón en alto y el paso firme, que ojalá Zulema me haya visto. Si no fuese el caso, cuento con ustedes para que hagan correr la leyenda. No escatimen en adornos, por favor.
Aunque no nos centremos en mi rutilante réplica y vayamos con la cuadrilla. De regreso a la mesa, tras unos minutos de burlas por parte de los chicos al recién humillado músico, y media copa mediante, Frank está preparado para retomar su clase maestra.

— Bueno señores, — comienza meloso— está claro que la metáfora de la canción no fue quizá la más acertada. ¿Me permiten mostrárselo desde otra perspectiva?

— Somos todo oídos. — le responde un Víctor sorprendentemente distendido.

— Bien, entonces saquemos al monstruo del armario ¿Por qué creéis vosotros que los tíos siempre perdemos la cabeza por las chiquillas?

Víctor no puede evitar poner una sonrisita de satisfacción. No me negarán que son todo un espectáculo; un borracho preparándose para dar lecciones a sus acólitos sobre la idealización adolescente del sexo. Apuesto a que Freud se está revolviendo en su tumba

— No sé, ¿mejores tetas, un culo de infarto? — evidencia el joven muy seguro de sus palabras.

— ¿En serio esa Sara le aguantó casi dos años? — pregunta Frank a Carlos.

— Ya ves, la chica al final era una santa.

Víctor suspira ante el enésimo ataque a su persona. Al menos está tan borracho que el mosqueo le dura un buche al whisky y enseguida vuelve a poner cara de bobo, de estar a punto de abrazar a todo el bar.

— Y tanto. —ríe el cantante— Pero, dime ¿tú qué opinas? Sobre lo de ir detrás de las faldas de colegiala, digo.

— Bueno Frank, — expone el de las gafas haciéndose el erudito— si lo piensas con lógica, el hombre siempre busca una mujer más joven por aquello de la fertilidad. Es un tema de supervivencia. Que nos pongan más las de veinte que las de treinta es pura evolución.

Frank hace una mueca de desagrado con la boca.

— ¡No me vengas con tus mierdas de teorías de empollón, Carlitos! Para darme la tabarra ya tengo a mi hijo que hasta se sabe cómo follan las flores.

— Y seguro que lo hacen más que yo— replica Carlos con ironía.  

— La vida de casado apesta, ¿eh? No, si al final necesitas tú más terapia que aquí tu primo.

— Oye, que yo no necesito terapia,— se queja Víctor, el cual salta en la conversación al intuir que los palos van a volver a ir en su dirección— que acabo de decidirme y ahora me voy a cepillar a todo lo que se mueva. Voy a estar en el puto séptimo cielo.

— Pues ten cuidado a ver si te equivocas de culo, amigo. — se burla Frank— Qué no se puede ir sacando la picha por ahí y no encontrarse sorpresas.

— Muy gracioso, Franco — responde el chico con un desaire.

— Ya me estás otra vez tocando los cojones con el nombrecito, chaval.
 
— Pues aplícate tú el cuento — exclama tronchándose. —Qué nos has llamado ya de todo, que si Charlie, que si Victorcito...

A pesar del tono claramente benigno del jovencito, Frank no parece haber pillado la broma.

— ¡Me vienes ahora con esas, en mi propia casa! ¡Mira que me levanto y os dan a los dos!

De manera totalmente inesperada, el tipo empieza a rugir cual animal encabritado. Si su voz rota ya tiene presencia en el escenario, imagínensela a pocos centímetros de su cara, justo después de haberle hecho enfadar. Evidentemente, el chico cambia súbitamente la expresión ante el desplante. Si bien hasta ahora le había aguantado los envites, la cólera que muestra esta vez su contrincante consigue que, en pocos segundos, se evapore el color rosáceo de sus mejillas y hasta le castañeen las rodillas. Frank lo observa sin mover un músculo, mirada de perro rabioso, escrutando al chico y preparado para lanzarse sobre la yugular.
Una situación peliaguda, que, sin embargo, resulta no ser otra cosa que una nueva patochada. Y es que no pasa ni un minuto y, de la misma repentina manera que había empezado todo el lío, el músico rompe el rictus y estalla en carcajadas.

— Macho, — se desternilla— tenías que haberte visto la cara. ¡Si es que os pillo siempre! ¡Ay, qué niños me sois todavía!

Los primos, aún algo nerviosos, tratan de seguirle en la risa, un torpe intento de disimular el agobio que acaban de experimentar. Otro maldito cuento del artista del engaño, un juego que me temo un día va a costarnos el infarto de algún cliente.

— Joder, Frank. — respira Víctor sofocado — por un segundo creí que te liabas a guantazos.

—Tranquilo Vic, sólo te estaba vacilando un poco, yo a golpes sólo con la almohada, que aquí dónde me ves soy un blando. Pero, qué quieres que te diga, es que no lo puedo evitar, uno ha nacido cabroncete, y encima la santa madre no le bautizó de la mejor manera…

— Tranquilo, que no se me olvida ya, — responde el gordito con sarcasmo— por la cuenta que me trae.

— Ya, ya… — se excusa — Pero no es mi culpa, es que os tragáis todo.  Bueno, a lo que iba, que me liais y no termino.

Entiendo que les haga gracia lo que el tipo afirma con todo el morro. Que le lían, dice. Cómo si le hiciera falta excusa para darle al palique.

— El hecho—continúa narrando— es que, da igual que seas un imberbe o un vejestorio, que te pones como una moto cuando ves a una chiquilla. Digamos adolescente, digamos mejor en la universidad de aquí el amigo, no vayamos a tener problemas.

Se recuesta sobre la silla y vuelve a sacar un habano de la chaqueta. Mientras da un par de caladas, los chicos piden otro par de tubos, supongo que para entonarse de nuevo y dejar atrás el disgusto de hace un instante. Recortados por la lumbre de la pequeña lamparilla, queda la imagen de los tres pistoleros, frente a frente, tomándose un momento de silencio para coger fuerzas para el siguiente salto. Una pelea que se va a disputar en un triángulo perfecto de lujuria, mentiras y canciones cargadas de decepción.

— Pero ¿sabéis por qué nos volvemos idiotas? — insiste Frank.

— Esa parece fácil. — contesta Víctor— Te diría que es porque pensamos con la polla, pero contigo nunca se sabe, así que, por favor, ilumínanos.

— Vaya, vaya  pues sí que me vas conociendo, amigo. Por cierto, ­— se mete la mano en la chaqueta y saca otros dos puros — probad estos, que los tengo que gastar, que el día que me registren la americana me deportan.

Carlos estira la mano para coger uno. Su primo, en cambio, rechaza el ofrecimiento.

— No gracias, Frank, lo estoy dejando.

— Esta noche no, niño. Esta noche no se deja nada.

En la mirada del músico, aparece una expresión blanda, casi entrañable. El chavalito, que va ya más puesto que en fin de año, está a punto de echar la lagrimita.

— Bueno, bueno,— interrumpe Carlos— no nos pongamos moñas. Qué estábamos hablando de las tías y vamos camino de acabar abrazaditos.

— Tiene razón tu primo, que si seguimos así te vas a ir a casa igual que has venido, y no es plan.

— Con la que llevo encima —evidencia Víctor al tiempo que le bailan los ojos. — te aseguro que llegar a casa será una auténtica aventura. ¿Pero no nos ibas a decir por qué nos volvemos idiotas?

— Claro que sí, Vic. Claro que sí. Pero no tengas prisa, deja que te lo ilustre con un ejemplo.

— Qué sorpresa que no vaya al grano… — susurra el joven a su primo entre dientes.

Frank se remanga la chaqueta y vuelve a avivar el cigarro, ya casi apagado. Los otros le siguen en el gesto y, en un momento, ya están rodeados de una espesa nube de humo blanquecino que los hace prácticamente invisibles para cualquiera que esté a más de un par de metros. Menos mal que me tienen a mí para que les transcriba la conversación.

— Para que lo visualicéis, —comienza Frank— Es como en la peli esa, la del cine Paraíso, ¿sabéis cual os digo?

— Yo sí. “Cinema Paradiso” — dice Carlos.

— Pues yo, ni puta idea.

— Si hombre, la del viejo y el niño que tienen un cine y el viejo se queda ciego y luego el niño vuelve ya pintando canas...

Víctor sigue poniendo cara de no enterarse de nada. Frank levanta las palmas en una señal que bien podría interpretarse con un  “No te preocupes, que para eso estoy yo”.  

—  Pues mirad, — continúa con ritmo pausado— cuando Totó, que es el crío, vuelve a su pueblo, se encuentra con que Alfredo, que es el viejo, le ha dejado una película con todos los cachos buenos.

— ¿Los cachos buenos? — se extraña Víctor.

— Sí, hombre, los besos y las guarradas que quitaban los curas de las pelis de antes.

— No le hagas caso a este, — comenta Carlos con hastío—  que la ha visto pero fijo que ni se acuerda.

El músico mira con los ojos entrecerrados a Víctor, como si lo hubiese pillado en una fechoría.

— Ay Vic, que hay que ir salir más al cine, que no todo puede ser el porno...

Frank se ríe para sí mismo, encantado de sus ocurrencias. Por su parte, Carlos mira a su primo con resignación y le lanza un dedo acusador.

— Tanto profesor de universidad, y siendo yo barrendero, tengo mucha más cultura que tú.

Tópicos de clases sociales. Atención, espectadores, nuestros amigos han subido de categoría y han ascendido a la elegancia personificada.

— De qué te sirve, ¿te ayuda ‘Chopenjagüer’ a limpiar la mierda? — desafía Víctor.

El alborozo y el pitorreo que se monta en la mesa, acaba con la primera copa en el suelo. Los cristales se esparcen en mil pedazos, pero ninguno de los tres le hace el menor caso, demasiado ebrios para que les importe un carajo. Si no fuera por ustedes, les prometo que aquí les liaba la de “Dios es Cristo”.

— Te estás entonando, Victorcito. — le alaba Frank. — Pero no nos desviemos de nuevo, que pierdo el hilo.

— Venga, venga, sigue contando.

— Por donde iba… Ah, sí, pues eso, que ahí está el Totó, que se pone a ver los trozos picantones y eso, y al final acaba llorando a borbotones, como un niño.  Pero no en plan mal ni nada, sino de rollo melancólico, ¿me captáis?

— Yo lo único que pillo es que al tío lo llaman como el perro del mago de Oz, que hay que tener cojones. —comenta Víctor irónico.

— Es que, el final daba mucha pena. — apunta Carlos sin hacer caso a su primo— Que el chaval quería mucho al viejo.

— No, no, no y no, — se ofusca  Frank— siempre la misma lectura simplista. Ahí está el problema, que no entendemos una puta mierda, sólo vemos lo que está en la superficie.

Hace una pausa y toma aire para tranquilizarse un poco.

— El tipo no llora porque se le ha muerto el carcamal, que eso ya lo sabía de antes. Llora porque la peli le hace sentir cosas que creía olvidadas.

— ¿O sea que llora por qué se ha empalmado? — pregunta Víctor con picardía.

— Claro que no, por eso no se llora. El tipo se emociona porque vuelve a sentirse un chaval otra vez, y en el fondo le parte el alma darse cuenta de que ese tiempo ya ha pasado.

— Frank, colega, — replica el de las gafas— no creo que la película quisiera contar eso.

— Que cojones que no. Si sólo tienes que ver como vuelve el tío, un triunfador estirado, más vacío que una nuez podrida. Deseando volver a vestirse con harapos, oler a estiércol y pasar las tardes viendo pelis.  

— Ya, ¿pero qué leches tiene que ver eso con lo de las tías? — argumenta Víctor al borde de la exasperación.

— ¡Pues todo, amigos míos! ¡Todo! ¿No os dais cuenta?

Los dos primos se miran con desconcierto. El delgado, algo más sobrio que su acompañante, carraspea y toma la palabra.

— De verdad, que esto de los ejemplos, no termina de cuajar. Con la tajada que tenemos encima vamos a necesitar algo más concreto, tío.

— ¡Si está muy claro! — vocifera— Se trata de recuperar la esencia de las cosas. Con las mujeres nos pasa lo mismo que al Totó. Claro que nos gusta un cuerpo atractivo, una cara bonita. Por supuesto que es ver un trasero bien plantado y notar como sube el fuego por dentro. Pero nuestra ansiedad incontrolable nos hace creer que correr como animales para tirarnos a una chiquilla nos va a devolver el tiempo que hemos perdido.

En ese momento, Frank ya no para de hacer aspavientos con los brazos, visiblemente eufórico.

— No nos damos cuenta de que Alfredo ha muerto, ¡qué no va a volver! — sentencia al borde del éxtasis.

— A ver, déjame que trate de descifrarte ahí ¿Estás diciendo que queremos follarnos a veinteañeras porque queremos volver a ser niños?

— No a ser, Carlitos, simplemente a sentirnos. Dime, ¿cuántos cuarentones conoces que no estén amargados, con el careto todo el día?

— Y ni siquiera hace falta llegar a cuarenta... — afirma quitándose las gafas con visible decepción.

— Pues eso, amigos míos, yo creo que soñamos con que agarrados a ese culito juvenil, vamos a sentirnos como ya ni nos acordamos. Que nos la vamos a camelar, que se va a enamorar de nosotros, folleteo a todas horas y que, a partir de ahí, todo va a ser un camino de rosas.

Carlos asiente solemne. Víctor, en cambio, se rasca el mentón, tratando de buscar un sentido a la filosofía de Frank.

— Lo siento tío, no te cabrees, pero no lo compro. Y de verdad que me mola tu rollo en el que vas de profundo, con tu aire de músico maldito y todo eso, pero creo que en el fondo eres como todos, y te gusta un bombón como a los demás.

— ¿Y cuándo he dicho yo lo contrario? ¿Crees que no me comería un pastelito, por ejemplo, no sé, la espectacular camarera?

Frank señala de nuevo a Zulema, la cual está absorta leyendo mensajes en el móvil tras la barra. Menos mal, porque si se hubiese dado cuenta de que están hablando de ella, les habría regalado una buena marca en la cara. La morena no es de las que se anda con chiquitas.

— Vale, — prosigue Víctor — pero entonces ¿por qué tratas de justificar el calentón hablando de infancia? Cómo frase de Paulo Coelho te queda de puta madre, pero, qué quieres que te diga, no deja de sonar a libro de autoayuda más que a un consejo que me vaya a valer de algo.

— Y decías que tú primo no tenía cultura, ¿eh Charlie? Coelho, ni más ni menos, el rey de las frases hechas. Qué he hecho yo para tener tal honor.

— ¿Dar más vueltas que una peonza? — le contesta el gordito como si fuera lo más obvio del mundo.

— De acuerdo, muy agudo. No se puede decir que no me lo he ganado. Pero ya está, ya no os voy a contar más metáforas, ni os voy a endulzar la realidad con estrofas propias de una canción. De veras que quiero que saques algo positivo de aquí, amigo.

Decía Aristóteles (no se extrañen tanto, los camareros de hoy tenemos estudios), que no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. Intuyo que, a su particular manera, es lo que Frank lleva intentando toda la noche, y por eso ha reservado el gran final para desenredar la madeja. A pesar de ser un retorcido manipulador, tengan claro que pretende ayudar a los chicos, particularmente al triste gordito abandonado. Quizá sólo para ponerse la medalla de salvador, pero a fin de cuentas quiere hacer bien las cosas.

— Joder, tío. — exclama Víctor con una risita nerviosa — Y yo que pensaba que venir a este bar me iba a deprimir todavía más. Ya verás que al final te cojo aprecio y todo.

Los dos, almibarados por el exceso de copas, se funden en un aparatoso abrazo, de esos de palmada en la espalda y sin tocarse demasiado, vaya a ser que dudemos de su supuesta hombría.

Al tiempo que vamos llegando al final, les pido que se detengan un minuto y se fijen en la manera en que esta historia se va acercando a su conclusión. Tal y como habrán ido apreciando, paradojas de los bares, el despiadado lobo que hasta hace bien poco disfrutaba manipulando y burlándose de su indefensa presa, ahora casi se diría que lo que siente no es otra cosa que compasión del triste cerdito; un puerco que incluso después de haberse revolcado en otro barrizal sigue pensando que el mundo se ha cebado con él, una pobre víctima arrastrada al matadero.

Cuando les dije que iban a echar un vistazo a la podredumbre humana, no les engañaba.

— Escuchadme bien; —engatusa el músico— poneos el ‘sonotone’ si hace falta, pero escuchadme bien. Lo que os voy a contar ahora es algo que nunca he contado a nadie, un secreto que esperaba llevarme a la tumba. Sólo así aprenderéis de las cagadas de uno que es más viejo que vosotros… y más canalla.


VII – La última

Ya hace un buen rato que mi amiga, la bañista del reloj de pared, ha paseado los brazos por el lado este de la esfera, desvelando que, inevitablemente, la noche toca a su fin y ya no queda mucho que contar.
Si hasta hace bien poco los sonidos se mezclaban en una singular melodía, ahora la estancia se ha quedado muda, la algarabía es sólo un recuerdo y cualquier estridencia resuena indiscreta por todo el local. Incluso los bichos parecen haberse ido a dormir, dejando el lavabo callado como una tumba.

Son estas horas, íntimas y melancólicas, las que compartiremos unos pocos privilegiados en este fin de fiesta, más ahora que el resto de clientes se ha marchado, que no importa cuán baratas sean las bebidas, llega un momento que no entra nada más por el buche. Aunque para Frank y compañía no parece aplicarse esa máxima, y el licor sigue entrando en la mesa como si aquello fuera la cinta transportadora de un aeropuerto. Pero, a parte de su frenesí, lo cierto es que todo apunta a que va a ser un cierre tranquilo y no van a tener que preocuparse por invitados inesperados ni aguafiestas vestidos de uniforme.

Aprovechando que nuestros protagonistas han decidido tomarse un descanso para vaciar la vejiga, me permito regalarme un momento para mí. Así, con el disimulo adecuado, disfruto observando a Zulema, la cual, hastiada de esta su prisión de sábado noche, contempla en silencio junto a la ventana como se filtra el brillo de la luna vestida de corcho. Hechizado por lo que debe ser un encantamiento (¿será miembro del aquelarre de Sarita?), me fijo en el haz resplandeciente y cómo va acariciando sus mejillas, la ‘dama blanca’ pintando de nieve la piel cobre de la muchacha, que no es plan que una mujer eclipse su fulgor. Y es que, el coqueto satélite es perra vieja que se las sabe todas. Por eso, en una velada de tantas almas solitarias  ávidas de musas, se ha vestido con sus mejores galas, luciendo magnánima en lo alto; casi parecería estar bañándose borracha en champán al tiempo que hace como que vigila el mundo. La imagino remolona dejándose admirar, anunciando a las brujas que recojan sus ungüentos por esta jornada y ordenando a los gatos negros que se vayan a dormir y a cultivar el mal augurio, vaya a ser que alguien le quite una pizca de protagonismo en el escenario. Bastante tiene ya con que una chavalita le haga sombra; qué sorpresa descubrir que la oscuridad puede ser más brillante que la más cegadora de las luces.
La joven, más ingenua y ajena a la envidia de la de arriba, enreda los dedos entre los negrísimos mechones, los baila y los seduce, los suelta y los vuelve a recoger, sin dar la más mínima importancia a los suspiros que despierta en la clientela. Soñadores que, según las tesis de Frank, no son otra cosa que un puñado de tristones deseosos de volver a sentirse niños a base de jugar a perderse en esos rizos. Intuyo que si el cantante se fijara en este instante en la chica, le compondría una balada cargada de tópicos, de esas de romanticismo barato. Pero qué coño, sería una de las que merecería la pena oír, ¿no creen?

A pesar de lo atractivo de la idea, soy consciente de que no es esa la música que han venido a escuchar. No se preocupen, el protagonista también está al tanto de que tiene un público que contentar y por eso, nada más volver del servicio, ya se está arremangando, preparado para dar cuanto antes el pistoletazo de salida.

Por fin, ahora que ningún ruido roba los focos, todo está dispuesto para nuestra estrella. Un decorado perfecto para la última canción de Frank Wild.

— Bien, — comienza decidido— imagino que estaréis bastante hartos de tantas idas y venidas.

— Bueno, hemos echado el rato. — responde Carlos.

— Gracias por esa, colega. Por si sirve de excusa, si algo pretendía era que cogierais algo de perspectiva. Y, por qué no decirlo, si hubiera empezado por el final todo se hubiera acabado a la tercera copa.

— Brindo por eso. — Víctor alza la copa, tambaleante. Si tuviera que jugarme el dinero por quién está peor, iría con todo a por el gordito.

— No tan deprisa, Vic. — le corta Frank benevolente— Aún no sabemos que vamos a hacer contigo.

— ¿Llevarme a un club de señoritas? — contesta el chico carcajeándose.

— Ya te gustaría, primo.

— Deja de decir estupideces. — El músico parece algo frustrado — Si después de todo lo que hemos hablado, tu solución es pagar a alguien para que te caliente la cama, es que no has entendido nada.

— Vamos Frank, sólo bromeaba macho. — replica Víctor sin darle mayor importancia.

El músico, le da un toque al chico en la mano aceptando la disculpa y pega otro gran sorbo de whisky. En otro momento quizá se habría cabreado, pero ahora se diría que ha perdido parte de la energía de la que hacía gala.

— El tiempo para bromas ha pasado, amigos. ­­— arrastra pesadamente las palabras.— Si lo que queréis es ir a buscar putas, pues por mí perfecto, que yo aquí no juzgo a nadie.

En sus ojos entornados se puede adivinar cierta desilusión. A lo mejor esperaba más entusiasmo ante su actuación final. O que tanto beber también le afecta y toca ya el bajón. No obstante, el gordito, a pesar de su atolondramiento, se da cuenta rápidamente y sale al rescate del ánimo de su interlocutor.

— Disculpa, Frank, perdona de verdad, me he venido arriba con la tontería. Pero en serio que me interesa muchísimo lo que tengas que contarme. ¿No es por lo que hemos estado hablando toda la noche, colega?

El músico asiente relajado ante la sincera mirada de cordero degollado de Víctor. Se rasca la nariz risueño y la boca se torna en una sonrisilla. La mano suelta el vaso de tubo y viaja a la cabeza del jovencito, revolviéndole el pelo en un gesto cariñoso.

— Vale, vale. Si es que no tengo sentido del humor. ¿Veis? Esto es lo que pasa cuando la pifias como yo lo hice, que ya no sabes ni comportarte en una mesa.

Los chicos se agitan inquietos en la silla, despertando un poco del letargo ante lo que puede ser el principio de una confesión. Igual que ustedes, están ya deseosos de que les cuenten algo más que suposiciones.

— ¿Qué es lo que hiciste, Frank? — se interesa el flaco.

El músico suspira y arquea la espalda hacia delante, pensativo. Se coloca el sombrero sobre el regazo y acaricia el ala de una punta a otra. Gestos calculados para hacer el cuento más sentido. No sé cuántas veces se lo habré visto hacer ya.

— Mirad, esto sucedió hace mucho tiempo, cuando yo tenía, más o menos, la edad de aquí el amigo Víctor, y la misma cabeza de chorlito.

— ¿Cómo éste? — ríe Carlos — Lo dudo.

— No te creas, Charles. Como él, estuve casado. Y como él, sé bien lo que es cagarla. Créeme, sé bien de lo que hablo.

— ¿Tú también te tiraste a una más joven? — se adelanta Víctor.

— No, idiota, a diferencia de ti yo le tenía un poco de respeto a mi mujer.

Víctor se queda callado, atenazado por una súbita vergüenza. Frank guiña un ojo cómplice al chaval, que no pretende espantarlo de nuevo.

— El caso es que, mi matrimonio también se lo cargó, como al tuyo, la maldita lujuria. Todo por un bocadito de carne fresca.

— Pues no entiendo, Frank. — extraña el de las gafas — Si no te tiraste a otra. ¿Qué cojones pasó?

— No pasó nada. Al menos nada bajo sábanas. Pero no hace falta sacarla a pasear para joder las cosas.

El tipo se queda mirando el sombrero un buen rato sin decir nada. Carlos aprovecha para dar una patadita por debajo de la mesa a su primo y, cuando éste le mira, le hace un gesto en dirección a Frank, quizá intentando que su primo le diga algo al músico para sacarlo de su ensoñación.

— ¿Entonces, te la sacaste o no? — pregunta Víctor balbuceando.

Carlos se lleva la mano a la cabeza ante la pregunta idiota de su primo. Al menos Frank parece despertar y sonríe bobalicón a los chicos, como si los acabara de ver la primera vez.

— Yo la había conocido en una cafetería. — continúa, ajeno a la cuestión del gordito. — No era la más guapa, pero sin duda llamaba la atención. Trabajaba en una tintorería, por lo que yo me la ligué diciéndole que sus ojos cambiaban de color de tanto echar el tinte. De verdes a dorados dependiendo de la hora, observándolos no te podías aburrir. — Hace una pausa y parece recordar algo — Macho, sí que eran bonitos los jodíos.

— Nada como unos ojos bonitos para perder el sentido. — sentencia Carlos.

— Y ninguno como los de ella, te lo prometo. — hace un alto y eleva la mirada— Ahora, más espectacular si cabe era la melena negra que me traía, un pelo rizado de gitana que, cuando se desnudaba, la hacía parecer la mismísima Lady Godiva. ¿Sabéis quién es?

— Esa me la sé. — salta eufórico Víctor — Es la de la tipa que va en pelotas sobre el caballo.

— La misma. — señala el cantante. — Pues imagínatela, pero veinte veces más mujer. Y encima, cuando abría la boca, te dejaba anonadado. No era lista mi Marisa, ni nada. A los tres nos habría dado cien vueltas esta noche.

— Y si era tan perfecta, ¿qué es lo que pasó? — insiste el primo delgado.

— Pues que nos casamos y, claro, yo no paraba de pensar en todas las tías que no me había podido tirar.

— Ya, pero dentro de un límite eso nos ha pasado a todos.

— Sí, Charlie, pero yo ese límite me lo salté un poco.

En el rostro de Frank se puede intuir la vergüenza que hasta hace poco era propiedad exclusiva de Víctor.

— Porque todo iba de puta madre pero, — prosigue — yo sólo tenía ojos para las chavalitas que venían al bar a verme cantar. Y no lo entendía, pues os juro que yo a mi esposa la quería a rabiar. Pero era pensar en esos cuerpos adolescentes y volver a casa amargado, lleno de frustración.

— Tienes razón, — añade un lánguido Víctor — podría decirse que a mí me pasaba algo parecido. No podía aguardar al día siguiente para ir a dar clases a las alumnas.

— Lo sé, Vic. Por eso yo mejor que nadie para hacerte ver las cosas.

— Ya, ya, y mira que lo aprecio. Pero más allá de la simpatía que pueda tener ahora contigo, no termino de ver a dónde quieres llegar, aparte de que claramente hemos sido unos capullos.

— Deja que acabe antes de dar por sentadas las cosas. — ruega el músico.

El muchacho asiente apretando los labios, posiblemente algo decepcionado. Es evidente que no lo ve claro, pero no le merece la pena seguir discutiendo. Mejor le da otro lingotazo a la copa y ya se le pasa. Frank por su parte, se aclara un poco la garganta antes de continuar, pues en este cierre de concierto no se puede permitir ninguna nota malsonante.

— Pues eso, que incapaz de seguir adelante, se lo expuse a mi Marisa. La pobre tuvo que aguantar toda la ristra de chorradas que le iba contando. Le propuse de lo más variopinto, desde tener vía libre para tirarnos a quien nos diera la gana a incluso montar un trío. ¡Sí hasta le sugerí intercambiar las parejas con algunos de nuestros amigos!

— Supongo que no te salió la jugada… — presupone Carlos.

— Pues lo cierto es que se lo tomó mejor de lo que esperaba. Me dijo que lo entendía y que ya lo arreglaríamos juntos. Una santa, os lo juro.

— Más de una te hubiera mandado a la mierda.

— Sin duda. — Aprieta los dientes en gesto desagradable — Pero, gilipollas que era, a mí no me valía. No quería esperar, quería follar con todas en ese momento. Fui tan idiota de no conformarme, de martillearla con el tema durante meses. “Seguro que te va a gustar a ti más que a mí”, “Esto nos va ha hacer más fuertes como matrimonio” y polladas del estilo.

— ¿Y no piensas, — Víctor pregunta con inseguridad — que es más cruel eso que hacerlo a sus espaldas?

— Por la espalda no se puede defender del cuchillo… — recrimina su primo.

— Es cierto, Carlitos. — dice Frank conciliador — Pero no creas que no entiendo a tu primo. —se dirige ahora al gordito — Aunque no esté de acuerdo contigo, Vic, lo que yo hice tampoco se puede defender. El daño lo hice igual.

— ¿Y al final que pasó?

— Nada, al final mi Marisa se cansó de tanto jueguecito y un buen día, al volver de actuar en un local, no había rastro de ella. Se había largado únicamente con lo que llevaba puesto. Una bonita manera de decirme que ya no necesitaba nada de lo que había en aquella casa.

Víctor, ligeramente emocionado, en parte por la historia y en mayoría por los litros de licor que le circulan por la sangre, da una palmadita en la espalda encorvada de Frank. El músico, impasible, le agradece el gesto levantando el mentón, todo un clásico de la comunicación no verbal entre tipos que quieren aparentar ser el Clint Eastwood del barrio por un día. Por aquí vemos muchos de esos. La mayoría acaba lloriqueando al quinto whiksky, pero éste capullo tiene muchas tablas a sus espaldas.

— No os sintáis mal,— espeta finalmente quitándole hierro— que el mal rato se me pasó pronto. Por suerte tenía reservas y me cargué una botella entera. Esa misma noche ya estaba devorando las calles.

Frank cambia inesperadamente el rostro y pone expresión de euforia. Con los ojos abiertos de par en par, casi se asemeja a un demente. De sopetón, se levanta de la silla y se pone a dar saltitos.

—  Y, ahí me teníais, recién abandonado, gritando a los cuatro vientos “chochitos, chochitos, venid con el tío Frank”.

— Bueno, — interviene Víctor — sí decías eso, no estarías tan mal, ¿no?

— ¡Qué va! Si hasta estaba aliviado.

Carlos le dedica una mirada de desaprobación. Frank la percibe y se disculpa de inmediato.

— No quiero decir que no me importara, no me entendáis mal, dios me libre. Claro que estaba algo jodido, que uno no se pone a saltar cuando le dan la patada. Pero la realidad era que estaba casi más enfadado que triste. Uno espera que cuando le pase algo parecido, el dolor sea tan enorme que no te deje ni pensar. Que sea como una purga de todo lo malo que has hecho. Por eso, cuando te descubres sintiéndote la victima, te ves tan asqueroso que te tienes que poner como una cuba para no darte asco de ti mismo.

— Se podría decir que es lo que estamos haciendo ahora mismo, ¿no? — apunta Víctor, taciturno.

— Es lo que hacemos siempre, — continúa Frank — huir de los problemas. Más aún si somos jóvenes. Yo en aquellos años me miraba tanto el ombligo que pensaba que ella era la cabrona por haberme abandonado.

— Algo de culpa sí que tendría. — interviene el delgado.

— Como en toda pareja, Carlos. Tú lo sabes bien que llevarás ya tu tiempo casado.

— Y tenemos nuestras historias, no te quepa duda.

— Ya. Pero es distinto. Yo estaba tan mosqueado que me veía como el mejor marido del mundo, echado a los perros por una mentirosa sin corazón.

Carlos guarda silencio, al tiempo que Víctor asiente convencido. Visiblemente cansado, el jovencito pone todos los esfuerzos que le quedan para no perderse detalle del relato. Y es que, cada vez más, se ve reflejado en las palabras del artista. Éste, en cambio, no presta especial atención al grueso profesor y expone sin dirigirse directamente a sus invitados. Con la barbilla en alto y los brazos yendo de un lado a otro, parece creerse en medio de una conferencia, la estrella de un escenario lleno hasta la bandera.

— El whisky hizo el resto.— reanuda Frank— El fuego que me bajaba por el pecho a cada trago me hacía olvidar el revés sufrido y me provocaba una euforia tremenda al pensar en que se me abría una puerta a un mundo repleto de diosas virginales.

— Supongo — medita Carlos— que uno nunca sabe como reaccionar ante estas cosas y busca cualquier cosa que le consuele.

— Es como os conté antes, uno cree que bebe para olvidar, pero lo que hace es transformar las penas en algo más digerible.

— Como un buen whisky — celebra el gordito. — Pero no te pares, Frank. Te fuiste detrás de alguna hembra esa misma noche ¿me equivoco?

— De cabo a rabo. — se burla Frank — De cabo a rabo. Aquella noche acabé desmayado en un banco en el parque. Para mojar la sardina aún tuve que esperar una semana.

— Cuenta, cuenta…

Frank pone cara de pillo, de niño que acaba de descubrir algo que no saben los demás de la pandilla. Está claro que se lo pasa pipa jugueteando con las emociones del más joven de los primos.

— Era una extranjera, una rubia de metro setenta, de esas de calendario de gasolinera. Tan espectacular que, mientras tocaba el piano, me costaba concentrarme, se me iba la vista todo el rato, buscándola. Qué estaba haciendo en mi bar, sólo dios lo sabe. Pero quedaba claro que allí no pegaba ni con cola, demasiado limpia para tanta porquería, demasiado guapa para estar rodeada de tanto buitre.

Víctor, sin parar de beber, pone los ojillos como platos, probablemente imaginándose a la fémina.

— ¿Y siendo tan llamativa, cómo es que no te la levantaron mientras tocabas?

— Pues hasta yo estaba sorprendido, Vic. No sé si sería el hecho de que era la única que entendía las letras en inglés o que le ponían los tipos con sombrero, pero el hecho es que se quedó hasta el final, y esa noche ya estábamos en la cama.

— Frank Wild, el ídolo detrás de un piano — se entusiasma el gordito.

El tipo hace una reverencia ante el halago y vuelve a sentarse, no sin dificultad, que mantener el equilibrio a estas horas (y estas copas) no resulta tarea fácil. Por si acaso, a ustedes yo les recomendaría que no se levanten mucho, pues me aventuro a pensar que también van algo tibios.

— Y allí la tenía, desnuda y preciosa. — continúa Frank— Joder, si era preciosa. Perdonadme que me ponga cursi, pero es que era impresionante. La piel igual que la arena blanca, de esa que parece dorada cuando le da el sol. Las tetas perfectas, ni muy grandes ni muy pequeñas, así redonditas —hace unos círculos con las manos— y apenas ningún pelo ahí abajo. Y el culo, dios mío, el culo. Casi habría jurado que la chica tenía atada una cuerda detrás, porque aquel trasero se levantaba de una manera que no podía ser real.

— Joder Frank, no sigas que no me voy a poder levantar de la mesa. —  Víctor babea imaginando la escena.

— Deja de tocarte colega, que esta historia no es para que te pongas cachondo. — Se mosquea Carlos.

Su primo le saca la lengua y pone cara rancia. El de las gafas le da una colleja instantánea que casi hace que el gordito se coma la mesa. No sé si será por la bebida o porque los chicos no son especialmente maduros, pero desde aquí se ven idénticos a dos infantes peleándose en el patio del colegio. 

— No digas estupideces primo, que era una coña. Una maldita coña, ‘flipao’.

Carlos niega con la cabeza, exhausto de la actitud caprichosa de la que hace gala su familiar. Frank, por su parte, sigue a lo suyo, metidísimo en el papel.

— El tema,—  continúa el cantante—  es que aquella chavala era la típica tía con la que había soñado, el mismo calentón incontrolable que había hecho que mi Marisa se largara.

— ¿Y te la tiraste? —  pregunta Carlos.

— Claro que me la tiré, coño. Qué creías, ¿qué con esa pedazo de pibón en bolas me iba a ir a mi casa con el rabo entre las piernas?

— No, claro, quién podría rechazar eso.

— Yo no, desde luego. —  afirma sincero Frank — Y el caso es que fue muy bien. La chica no tenía mucha experiencia, pero estaba tan fascinada con follarse a un cantante que quiso hacer todas las guarradas que se nos ocurrieron.

— ¿Qué le hiciste? Anda suéltalo, colega —  Víctor, en su línea, sigue salivando ante la imagen en su mente.

— Evidentemente,—  continúa sin detenerse en la pregunta del chico —  la primera vez me corrí muy pronto. Llevaba ya un tiempo sin hacerlo y estaba demasiado buena, así que no llegué ni a los dos minutos. Pero luego lo hicimos dos veces más, y puedo deciros, compadres, que aquello se sintió mejor que cualquier polvo que hubiera echado antes.

El músico, enfervorizado, choca las palmas igual que el que golpea los platillos en un final de sinfonía apoteósico. Lejos de acompañar en la celebración, el delgado se rasca la perilla pensativo.

— No entiendo, Frank. Nos dices que nos vas a contar una triste historia y, ahora mismo, lo que siento es una envidia de mil pares de narices. Casi me dan ganas de divorciarme a mí.

— No te adelantes Carlitos, no te adelantes. Este polvo no ha acabado aún.

Los dos primos se miran divertidos. Se puede decir que el alcohol ya ha montado residencia permanente en la azotea de los chicos. Además, el pianista ha resultado un fantástico entretenimiento, una sorpresa que no esperaban cuando cruzaron las puertas del bar.

— Pues sigue follándote nuestras cabezas, Frank — remata jocoso Carlos.

Los tres ríen ante la burrada soltada por el delgadito, que hasta este punto había sido el más recatado de la mesa.

— Muy bueno, poeta. — le vacila Frank

— Aprendo del maestro, amigo. Aunque creo que tanto empinar el codo algo ayuda. Pero sigue, por favor, termina antes de que nos dé el coma etílico.

El músico levanta el pulgar dando conformidad y se frota las manos emocionado. Sin dar tiempo a réplica, empieza a narrar a toda pastilla.

— Pues eso chavales, que allí estaba yo, dándole a la chica la tercera vez, que fue la mejor, y me corro al final, no sé cómo porque ya no me quedaba nada dentro, y me hecho en la cama. Entonces miro a aquella preciosidad que cierra los ojos y se duerme en un instante, agotada de tanto tema. Y me digo, “La hostia, Frank, este es el momento que habías anhelado , el momento más grande de tu vida”. Y os juro que así me sentía; un crack, un monstruo, el amo de la ciudad.

— Y que pasó entonces? —  pregunta Víctor.

Frank se toma un momento y trata de sorber algo de la copa en la que ya únicamente permanecen dos hielos medio derretidos. Entonces alza la vista y observa con cierta gravedad a sus colegas.

— Pues que de repente esa sensación se esfumó. Se fue. Como si nunca hubiera existido.

— No me jodas, ¿y eso? — se sorprende Carlos.

— No sé chaval, simplemente estaba ahí, de putísima madre, y al segundo dejé de verle la gracia a todo el asunto.

— ¿Y tú, que teorizas sobre todo, no llegaste a ninguna conclusión?

— Lo intenté.— afirma ligeramente amargado— Durante bastantes minutos le estuve dando vueltas, que si era esto o lo otro. Que si las expectativas eran demasiado altas o si simplemente es que merecía ese castigo.

— Cómo has descrito a la chica, no creo que sea lo de las expectativas. — dice Víctor muy serio.

— Seguramente no. Y tampoco es porque pensase que estaba mal, que no seré yo el que haga campaña por la monogamia, ni entonces ni ahora.

— ¿Pues entonces…? — insiste el joven.

— Pues al final, lo único que saqué en claro es que aquel deseo, si se asemejaba a algo, era a lo que se siente con una eyaculación. Una que tienes dentro, y cuando la echas, ya no tienes ganas de hacerlo de nuevo. Lo que un segundo antes es lo más importante, de repente no vale nada.

— ¿Y que pasó con la chica?

— ¿Con la chica? Pues que fue mirarla de nuevo y, como si hubiera abierto una ventana a un vendaval, empezar a acordarme de mi Marisa. De los macarrones con salchichas que hacíamos los jueves y de las noches de pelis de los domingos.

— Menudo bajón, colega. — apunta cariñosamente Carlos.

— Y que lo digas. ¿Pero sabéis que es lo más curioso? Que al recordar a mi mujer no pensé en sus labios, ni en sus tetas, ni mucho menos en lo bien que lo pasábamos follando. Sólo me acordaba de las chorradas de todos los días, de las pijadas que tanto detestaba. De compras en el supermercado y masajes en los pies después del día de playa.

— Macho, suena tan triste que me gustaría ahogarme ahora mismo en este whisky.

Frank, se acerca al tipo delgado y le dedica un guiño.

— No que va, Carlitos, no te tires todavía, que tú todavía estas a salvo. Los que estamos jodidos somos tu primo y yo. Tú aún no tienes el vacío que te queda cuando te das cuenta de que por un picor de polla te has cargado lo que te importaba de verdad. Se te queda una cara de subnormal que, bueno, ya nos ves, ¿No? Este sabe bien de lo que hablo, ¿verdad, Vic?

— Joder tío, se suponía que tenías que animarme. — protesta Víctor.

  Lo siento colega, pero ya no tienes arreglo. Tú ya te has metido en las faldas prohibidas y te has comido la jodida frutita por la que tanto suspirabas. Y me aventuro a pensar que, como yo, te has dado cuenta de que no es lo que necesitas, que lo que quieres es a tu Sarita y hasta comer arroz con gambas en casa de los suegros todos los malditos domingos.

Al escuchar el revelador discurso, Víctor siente una congoja en el pecho y tiene que apretar los dientes para que no se le escape un revelador suspiro.

— Y ¿qué hago, Frank? ¿Qué cojones hago? Creía que todo lo que estábamos hablando era para que me dijeras como superar toda esta mierda. Pensaba que me ibas a dar la clave para poder volver a estar de puta madre con una tía.

— ¡Y, coño, te lo diría, si lo supiese! Pero, en mi opinión, después de lo que has hecho, ya no tienes escapatoria. Aunque te enamoraras otra vez, que lo harías, ¿cómo vas a mirarla y no acordarte de lo que le hiciste a Sarita?

— Joder, tronco, pero después de todo lo que nos has soltado, ¿Me dices ahora que no que hay salida de esto?

— Pero sí que tienes una salida, Vic. Ese es el punto de toda esta noche.

El músico se coloca el sombrero y aprovecha para chuperretear uno de los cubitos que le queda en la copa. Es el momento que ha estado aguardando y no lo va a soltar sin la pompa adecuada. Con una serena expresión, los dientes entreabiertos y la cara del que se sabe el final del chiste, se acerca al muchacho y le habla con un tono dulce, casi paternal.

— Si yo fuera tú, —enfatiza— si existe una mínima posibilidad, por muy remota que sea, por humillante que te parezca…volvería con el rabo entre las piernas y suplicaría. Suplicaría como si te fueran a matar allí mismo y promete que te la cortas si con ello te perdona. Y, sobre todo, confiesa. Confiesa como el cerdo que eres.

— ¿No crees que eso sería demasiado? — ruega Carlos en busca de una solución más sencilla.

— Ni de coña. — afirma Frank tajante — Porque, amigo, eres un total y absoluto cerdo. Como yo y como tu primo de aquí al lado, que va de marido fiel, pero es tan cerdo como nosotros.

— ¡Eh! —  patalea Carlos —  Qué yo no he puesto los cuernos a nadie todavía.

— Ya ya, Carlitos, pero no porque seas un marido estupendo y quieras a tu mujer más allá de lo imaginable, sino porque eres un cobarde.

Carlos se sorprende ante tal acusación. Me juego algo a que nunca le habían llamado cobarde por ser leal a su esposa.

— ¿Por qué diablos habría de ser yo un cobarde?

— Simplemente lo eres. — atestigua como si fuera la verdad más absoluta — No me mires así, está bien que seas un cobarde, posiblemente eso salve tu felicidad. Pero no trates de vendérmelo como si fueras más integro que nosotros. O crees que no me he dado cuenta de cómo le llevas mirando el culo a la camarera toda la noche.

El delgaducho enrojece de inmediato. Le han pillado y eso que él creía que no se le notaba. Frank, divertido por la situación, invita señalando con el dedo a que observen a la exótica muchacha. Ella, que afortunadamente no comparte nuestro interés en el trío de borrachos, se ha puesto a limpiar las mesas de la esquina sur. Inclinada sobre la madera, los pechos rozando la tabla y el trasero elevado, no podía haber elegido peor posición para darle la razón al artista.

— ¿Veis, amigos míos? —  embauca Frank con voz suave y melosa —  Eso es nuestra condena. Ese maldito y enfermizo néctar que nos llama prometiendo el mayor de los placeres, para luego arrebatárnoslo todo. Como una jodida parca escondido entre dos perfectos y maravillosos muslos.

La camarera, como si hubiera intuido que es el tema de conversación, termina la mesa y vuelve a colocarse tras la barra. Su móvil vuelve a vibrar y una sonrisa sale a pasear en su juvenil rostro. En este momento, es posible que el tipo más odiado en este bar sea el que tiene ella al otro lado de la línea.

— Puestos a acabar de manera memorable, — propone Frank — creo que deberíamos invitar a la morilla a la mesa. Quién sabe, quizá ella te de mejores consejos, Vic.

— Vamos, no me jodas. — contesta guasón — Tres horas para convencerme de que me arrastre y ahora me sales con estas.

— La culpa es tuya, colega. Mira que fiarte de un borracho. Ya lo dicen, los niños y los borrachos no mienten, lo que no dicen es que lo que te cuentan puede que no valga ni una mierda.

Los tres se carcajean histriónicamente. Patalean y se doblan, eufóricos y embriagados. Con las cartas sobre la mesa, la tensión se ha marchado, las decisiones se han tomado y ahora sólo les apetece cerrar el bar al son de la risa.

Ahora, si me disculpan un momento, voy a acercarme a la barra a hablar con la compañera. Durante el corto camino, voy soñando con atreverme a decirle que si quiere la acompaño a casa, mas cuando llego a su altura sólo alcanzo a poner falsa voz confiada y de padre protector.

— Vete ya, que como te descuides te sortean igual que en una rifa.

La chica, notablemente agotada, me pone una sonrisa (¿cuántas van, amor?), de las de derretir el hielo de los vasos y el de polos, y me da un beso a la mejilla, esos que notas después durante horas. De un salto se quita el delantal y sale corriendo por la puerta trasera, no sin antes lanzar una mirada asesina a nuestros amigos, a ver si la divina providencia hace su trabajo, por confiar que no quede. Cuando cante el gallo, posiblemente dormirá desnuda, su piel de cobre entre los brazos del tipo del teléfono. No lo conozco, pero coincidirán conmigo al cien por cien en que es un gilipollas.

— ¡Mateo! — Grita Frank al fondo — ¡Cierra todo con llave, qué se nos escapa la niña!

No puedo hacer otra cosa que devolverle una cara de “ya te vale”, por mucho que por dentro lo esté aplaudiendo. Realmente es el único que se atreve a decir lo que todos deseamos. Bendita globalización.

Con la luna batiéndose en retirada, creo que ha llegado el momento de dar la velada por concluida. Ya han escuchado la lección de nuestro filósofo de pacotilla y recibido unos valiosos consejos. Que le hagan o no caso depende de ustedes. Pueden correr a sus casas y rogar por clemencia o encontrarse con un servidor mañana a la misma hora. No me corresponde a mí el juzgarlos, cuando de sus pecados sale mi sustento.
Cuando salgan, eso sí, les pediría que cerrasen la puerta, no se cuele una brisa refrescante que acabe de matar el ambiente nauseabundo que tanto nos cuesta mantener. Y, aunque de tarjetas no disponemos, déjenme decirles que esta es su casa siempre que tengan ganas de compartir sus penurias. Por supuesto, les pido discreción con lo que han visto y oído aquí. No olviden que, igual que conocen nuestros secretos, nosotros también conocemos los suyos.

Y disculpen que no les acompañe a la salida. Si me lo permiten, voy a acercarme a la mesa de nuestros amigos, que como narrador me he ganado un descanso. Por último, sólo desearles, señoras y señores, que conduzcan con cuidado y mañana traten de disimular la resaca. No queremos que sus jefes piensen que no son los santos que aparentan.
Y, sobre todo, hagan el favor, no le den demasiadas vueltas a lo de hoy; cualquiera sabe cuanto hay de cierto en toda esta historia.

---/---

— Caballeros, —exclamo mientras me acerco al trío—  ¿Quieren tomar la última?

Y antes de que respondan ya sé que nos descubrirá el sol con una borrachera de cuidado, cantando a gritos, con el sexo inundando la charla y el vacío ahogando el corazón.

Como cerdos que somos.


“¿Y ahora qué?
Voy más sólo que la luna,
negociando gasolina,
para este amanecer.

Ya ves,
voy buscando en la basura,
unos labios que me digan,
esta noche quédate”.*


— PIGS —


 
* Letra de la canción “Buscando en la basura” de La Fuga







 

27 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena, Alejandro!, por esta magnífica historia. Un beso

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    1. Un beso Ana. Gracias por ser una lectora tan fiel.

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    2. Leído del tirón, el relato sale ganando, pese a conocer ya toda la trama y la conversación, los diálogos van llevandote sin pausa, para componer un personaje a la vez entrañable y odioso, Frank se va haciendo cargo de la situación, frenando y acelerando según su conveniencia, dejando al resto de personajes como meros comparsas. No me gusta que los llames cerdos, porque me siento un poco todos (Frank es un alter ego del que me siento muy alejado, pero forma parte de mí), creo que son personajes imperfectos, como todos los humanos. Te dije al principio que los diálogos tenían un tono más cinematográfico que real, pero no creo que eso sea un defecto, me los creo y me conducen por la historia. Sí es verdad que echo de menos una participación más profunda de los primos y, sobre todo, que Zulema sea algo más que un objeto decorativo. Buen trabajo, buena experiencia, Ale

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    3. Si te lees del tirón esto, es que me tienes que apreciar y todo. Hasta a mí me dio pereza para corregir, con eso te lo digo todo.
      Los llamo cerdos, pero no despectivamente, pues desde el primer momento acepto que casi todos tenemos una parte de estos tipos, que puede que nos averguence, pero que incuestionablemente está ahí, tanto en hombres como en mujeres. Me contaba un amigo mío una vez que sólo podemos ser felices dejando salir el animal que aún nos queda. Creo que, dentro de unos límites de respeto a los demás, no estaba desencaminado.

      Lo que dices de Frank, es que el tipo es un 'wanabe' para todos, una aspiración máxima cargada de la seguridad y el descaro que a muchos nos gustaría. Por ello actúa como guía o gurú, e inevitablemente se come al resto de personajes. Con los primos me sentí poco implicado, y con Zulema, pues tienes razón, debería haberla puesto a participar, a poner los puntos sobre las íes a estos pardillos.

      Gracias Ángel, por tu tiempo y tus comentarios. También por mostrar lo que te gusta y lo que no, que una crítica constructiva y sincera no es algo que abunde tanto. Quedo pendiente de releer tu revisión de Julia. A ver si mi jefe se coge ya vacaciones y deja respirar un poquito...

      Gran abrazo, jefe.

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    4. Por fin estoy por aquí aprendiendo la mecánica Blogger. Te comento los dos primeros capítulos, y te felicito de nuevo Alejandro, por lo trabajador que eres, por tu sensibilidad especial, y porque estoy disfrutando de estos capítulos.
      I - Cóctel de bienvenida
      Con el ¿no creen?, has creado un clima de intimidad entre el narrador o maestro de sala, y el lector, además a media luz, y es él quien nos guía por el escenario que has elegido, somos, guiados por él, los “voyeurs”, quien nos indica que miremos, aquí, o allá, nos incita e invita a fijarnos un poco más, a comprobar lo que él nos cuenta. Me vino a la cabeza el clásico de la ya mítica orquesta Mondragón en su “Pasen y vean”
      II - Primera copa
      Y de nuevo, de la mano del camarero nos adentramos en Frank, de su decadencia aparente, y sin decir diciendo (que es como mejor se cuenta), nos habla de su arrogancia algo impostada imitando gestos de pelis. Los coloquios conseguidos, no se quien dijo que un personaje sin voz, es un personaje mutilado, consigues que “escuchemos” su voz con los diálogos tan naturales, “rebajando” la elaboración del lenguaje a pie de calle (los giros coloquiales como el “joder”, la espontaneidad, los puntos seguidos…que tan bien has usado. Visual el acto de Zulema no hay nada como poner en acción a los personajes, además de hacerlos hablar, para verlos con claridad (su meca de desagrado, el vigor cuando friega las copas), por un lado el narrador nos la describe (el punto de vista del narrador testigo), por otro ella, ajena a lo que provoca, friega copas con un delantal manchado.

      Un fuerte abrazo de Isabel locaabajo.

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    5. Muchas gracias locabajo, me alegro que disfrutes del viaje. Es un honor tenerte de cliente en este tugurio.

      Me hace mucha gracia lo de la orquesta mondragón, que me encantan, aunque jamás lo habría asociado, más que nada porque está en las antípodas de la música con la que lo escribí. Es la magia de los cuentos, que a cada uno le recuerda a algo completamente diferente.

      Y Zulema es quizá el punto con el que creo me he quedado más cortos. Habiendola mostrado como una mujer de carácter, me he quedado con las ganas de enfrentarla a Frank. Hubiera sido muy divertido ver como lo ponía en su sitio. Otra vez será.

      Un enorme abrazo, maestra. Gracias por todo.

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    6. Vamos a por tu III Alejandro. Se lee con fluidez, hay, además, un buen equilibrio entre el discurso narrativo y los diálogos. Nos “muestra” lo que hacen los “actores” por medio de gestos (que no me canso de repetir que es como mejor se visualiza los personajes)…los pequeños gestos dicen mucho (el ajustarse unas gafas, agitar nervioso un pie, el arqueo de una ceja, por ejemplo). Hay también una exageración medida (aunque se antepongan estos dos términos), quiero decir que el escritor, por medio de la oca del narrador, se permite “hiperbolar” determinadas escenas, donde hay algo de parodia en las descripciones, y un mucho de mordacidad (ejemplos…la descripción de la barba…la boca…la lengua…), claro que las diminutas pupilas atentas no pierden detalle.
      Lo mejor el desenfado de los diálogos, son muy buenos, la manera en que rebajas el lenguaje para el bien del lenguaje, y la mezcla de canción y narrativa (la he escuchado ¿eh?), al intercalarla da un respiro, y un giro algo meláncólico al texto, que le viene de perla esos cambios de registros. Bueno...no, lo mejor es que lo estoy disfrutando, que lo sepas.

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    7. Eres un sol, Isabel.
      Mi idea siempre es, como dices, mostrar, la narración como la cámara de cine que va mostrando lo que tiene delante.

      Lo de hiperbolar ya me lo comentó mi amigo Ángel Zurdo, cuando me decía que esta historia tenía más de película que de realidad. Creo que es por una parte porque realmente no conozco estos ambientes, y por otro, me interesaba mucho jugar con los tópicos, ridiculizarlos y llevarlos al extremo. Sólo así la visión del sexo de estos tres, infantil y hasta machista, podría resultar algo cómica y a su vez retratarlos de la peor manera, pues quise desde un inicio mostrarlos con un punto patético.

      Lo que me dices de los diálogos, me encanta. Pigs exite por y para los diálogos. Lo demás era secundario.

      Gracias mil por tu tiempo y aprecio. Espero que sigas disfrutando hasta el final.

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    8. IV
      Pues creo que la clave de Frank esta precisamente en el primer párrafo “De la persona ni rastro”, es lo que los griegos llamaban “prosopón”, persona que suena o resuena a través de la máscara, sin ella no puede representar ni siquiera, como bien llamas al final del capítulo una “charada”. Ahí has clavao al Frank, sin aplausos, sin audiencia, sin ojos, oídos, sin atención, Frank es un bluff, un farol (al menos así lo traduzco). Y de nuevo los diálogos, resuelves bien las situaciones a golpe de diálogos, ya te lo dije, tan naturales, sin impostar, tan de verdad (a mí me parece que los escucho). Quizás quitaría los dobles signos ¡¿…?!, pero por lo demás Alejandro, me tienes enganchada de Frank y sus charada caguenlaleche!!!!!

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    9. Gracias de nuevo Isabel por tu comentario. Muy interesante el dato que me das, no lo conocía.

      Lo que dices de Frank es precisamente lo que pretendía, que se vea como un tipo que se esconde detrás de la máscara. Mi intención es que al lector le quede la duda de si al final de los siete capítulos ha conseguido ver algo de la persona que hay detrás o no.

      Gracias también por lo de los diálogos; y lo de los dobles signos no sabía que estaba mal. Al caso de esto, ¿cual elegirías en este caso, la exclamación o la interrogación?

      Un beso, Isabel, espero verte en el bar hasta el final.

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    10. Dejaría la interrogación ¿Qué me estás contando primo? Voy a por el siguiente Alejandro.

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    11. VI – Cogorza
      No puedes negar al músico que llevas dentro. La historia entera lo cuenta, y en este VI desde las cadencias de los primeros párrafos lo reafirmas incluidos los onomatopéyicos sonidos de cri-cri y chin-chin musicalizando la sintonía imperfecta de las cuita de los clientes. Muy buen gran párrafo introductorio.
      El “vacile” de Frank en sintonía con su personaje.
      Los diálogos, como siempre, distendidos, coloquiales, creíbles y acertados (para el lugar y sus circunstancias, aderezados con guisqui). Hay cinismo, hay chulería. Muy bien.
      No podía faltar una pelea nocturna, claro, o un inicio de ella, el alcohol suelta la lengua y los puños.
      Bueno…a ver que nos cuenta el muy canalla en el próximo capítulo...a ver si hay sexo y rockanrol :)

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    12. Gracias Isabel, por seguir comentando (oye, no te habrás saltado el V ¿no?). Tomo nota de lo de las interrogaciones y espero que disfrutes del final. Un abrazo, compañera.

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    13. Noooo...creí que había puesto el comentario. Mañana lo busco y te digo, que ya es muy tarde y hay que madrugar. Oye, que muchísimas gracias (no me canso de repetirlas) a tus preciosos y precisos comentarios a Villa Herbania. Buenas noches compañero.

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    14. V – Barra libre

      Ya tenía elaborado el comentario desde hace unos días, pero me despisté al subirlo. Ahí vá, compañero
      Me gusta (ya te lo he dicho varias veces), el maestro de sala que has empleado para contar lo que sucede, y también te he dicho que te lo voy a copiar descaradamente para alguna historia. Casi siempre comienzas los capítulos con él, y esto hace que nos situemos en el escenario siempre bajo las órdenes del “puntero” del narrador con el “miren lo que pasa por aquí, o por allá”. Un buen ayudante. También esto hace que descansemos de los diálogos (el verdadero protagonista de tu novela corta), pero el coloquio se apoya en la narrativa inicial y final, es como un cofre, las joyas están dentro de él, pero el envoltorio es importante.
      El otro gran protagonista es Frank, que aunque se ponga máscaras, muuuchas, su cinismo forma parte de él, la chulería, la inteligencia cáustica, la camaradería, y hasta los golpes de humor que funcionan como golpes de efecto. Fran es listo, el puñetero, pero no es feliz, al menos en el sentido clásico del término. A mí me encantan los personajes esquinados, los “no felices”, pero no del todo “infelices”. Es muy difícil hablar de Frank, porque es listo quiticagas, y para contar de un tío listo y con vivencia, algo de listeza y de experiencia de vida hay que tener, si no se le notaría que está impostado. También tener el oídos fino (o las orejas ), porque los diálogos son tan fluidos y naturales (no me canso de decírtelo), que se escuchan con facilidad. El autor de la novela fijo que es músico.
      También me gusta del personaje Frank, que intenta disimular la sensibilidad hasta cuando hace música. Los primos dicen que la música tenía sentimiento, y él se empeña en que solo es una puta canción, se parodia a sí misma, y hace caricaturas de corazoncitos destrozados.
      También me gusta de Frank (literariamente hablando), es su manipulación sobre los demás. Es un líder nato, y por medio (no digo de la oratoria, ni de la retórica…sino de la labia)…llega a las conclusiones que quiere llegar, y su “audiencia” también, maneja el cotarro, es el amo de la batuta, y hace lo que quiere con ella. También me da la impresión de que es consciente de su poder. Y también de que su poder es …hablando coloquialmente, una puta mierda.
      Es muuuy listo el Frank, hace juegos continuos de palabras entre el Cambridge…y el camembert, y además lo disfruta. Hace chistes malos con gracia. Es rápido, ágil, las pilla al vuelo…en menos de lo que tarda en caer un vaso al duelo, él cambia de tercio, de situación. El autor es muy bueno en esta faceta de su criatura Frank ¿bipolaridad?, lo llamaría intuición y agilidad (Un acierto esta dualidad, porque enriquece literariamente a Frank, pistolero Frank, hay más posibilidades de juego)
      Y cuando toca en su piano, cundo se transforma en algo profundo e intenso…el autor no deja que se emociones el lector rebajando el sentimiento a “la polla en verso”
      Entre tú y yo, Alejandro, tiene que ser agotador para ti no dejarte llevar con Frank, siempre sujetándolo de las riendas, no sea que se te vuelva lírico o algo peor, romántico.
      Y otra cosa para terminar, Carlos es un buen contrapunto, y Vic también, los personajes secundarios son importantes, no están tan bien dibujados como el principal, pero da un respiro, otro punto de vista, un buen apoyo.

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    15. ¡Madre mía! Menudo rollazo te he largao!!!!!!!!!!

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    16. VII – La última
      Aquí sí que te has permitido rebajar el tono coloquial y entrar en una especie de nirvana moderado en el antro, y habla el narrador con un deje íntimo y cercano, un paréntesis algo reflexivo en la casi madrugada, y hasta te permites ser poético con la luna jugando con zulema. Por un momento pensé que hacías un paralelismo entre la luz de la luna y la cocaína (al decir dama blanca), pero solo era un juego lírico…algo que casaría con el ambiente nocturno (alcohol, droga, sexo). ¡Qué pedazo de baile se ha permitido el narrador con Zulema!..el juego de los dedos entre sus rizos. Está bien el inciso romántico, y está bien también que vuelvas de ellos a los diálogos que son los verdaderos protagonistas (no solo del capítulo).
      Pequeños despistes repetitivos: “Se rasca la nariz risueño y la boca se torna sonrisilla”
      Me gusta cómo has incidido en las posturas de Frank buscadas para impresionar a su pequeña audiencia (los gestos calculados), Frank es un encantador de serpientes.
      Muy, pero que muy bien contada la historia del matrimonio de Frank, con sus incisos y coloquios de los participantes, que ahora sube el tono, ahora lo rebaja, y eso lo hace tremendamente natural, incluido el lenguaje tan …(iba a decir masculino, pero mejor digo que se da tanto entre los hombres)…el lenguaje gestual no verbal en el que tan acertado has estado al incluirlo.
      Ya te dije en los anteriores capítulos que en esta historia faltaba sexo, y aquí lo tienes, con la rubia extranjera. Sexo explícito en su justa medida. Muy pero que muy bien contado. Gráfico sin ser pornovulgarizado. ..¡aunque mira que echar de menos en el instante supremo los macarrones de la Marisa!
      Un final acertado.

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    17. En definitiva Alejandro, un gran trabajo. Si te decides a publicarlo en papel, aquí tienes una lectora que te compra un ejemplar fijo. Enhorabuena compañero.

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    18. Gracias, gracias, gracias, Isabel. Menudos comentarios tan exhaustivos y currados me has dejado. No puedo agradecerte lo suficiente, en serio.

      De lo que dices del V, me congratula que disfrutes de las entradillas del narrador, la parte más clásica de la historia, y que también te seduzca el canalla de Frank, un personaje peculiar, tópico andante, pero, como bien apuntas, esquinado, roto por dentro. No intentaba en ningún momento salir del personaje maniqueo de barra de bar visto tantas otras veces, era mi forma de hacerlo más cuento, casi más pegado a lo irreal (¿existiría un tipo así, tan sacado de una canción?). Y es verdad que los contrapuntos de los primos no están tan bien dibujados como el protagonista. Es algo con lo que no he quedado satisfecho, tendría que haber nivelado un poco la balanza.

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    19. Del VII. El principio era muy arriesgado porque, como dices, era un inciso romántico, algo alejado del cinismo reinante en el resto, pero no me pude resistir (y eso que está muy acortado desde su primera versión). Zulema representa un poco esa fascinación que todo lo ciega, ese platonicismo que embruja los sentidos y que tiene muy poco de real. Mateo, al igual que Víctor, está en el punto de perderse en esas cosas, igual que lo hizo Frank en su momento, y que, a pesar de haber recibido el palo, sigue tentado en caer en las mismas redes. Lo que quería con Frank era que se viera que su supuesta madurez y sabiduría tiene mucho de fachada y poco de autenticidad. Él habla como un gurú, pero posiblemente volviera a cometer los mismos errores.

      Gracias por haber llegado al final del viaje y por tus maravillosos comentarios. En papel no se publicará nunca (no creo que sea su medio), pero para mí es como si ya lo hubieses comprado. Gracias de corazón.

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    20. Ha sido un placer leerte Alejandro. Sobre los prsonajes secundarios no estoy de acuerdo contigo...te digo lo que pienso. Es una novela corta ¿no?, no tienen por qué estar demasiado perfilados los secundarios (solo lo suficiente, son el punto de apoyo del prota), de donde parten los diálogos...en cambio, si fuera una novela amplia, si tendrías que desarrollarlos más. Con los toques ligeros que les has dado creo que está bien. Y otra cosa ¿lo de papel por qué no?, tiene calidad y fluidez, es actual, no un rollazo de los años 40 como mi novela :)
      Lo que dices de que querias que se viera la "supuesta" madurez y lo mucho de fachada de Frank, se ve enseguida, y está conseguido el Frank.

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  2. Después de haber leído hace un tiempo los primeros capítulos, he retomado la lectura de esta magnífica historia desde el principio. Y lo he leído del tirón, disfrutando cada sorbo de ese whisky barato (que tu has convertido en un escocés añejo), porque gracias al maestro de ceremonias me he sentido dentro de ese antro, compartiendo la mesa de al lado de Frank y los primos, y observando de reojo a la maravillosa Zulema (que gran párrafo el de ella y la luna).
    Has conseguido unos diálogos creíbles y ocurrentes, definiendo perfectamente la personalidad de cada personaje. Creo que una de las cosas más complicadas es conseguir que los personajes se comporten siempre de forma coherente, es decir que el lector pueda intuir como van a actuar porque tiene la sensación de conocerlos y no haya estridencias o sorpresas injustificables. Adivino un trabajo meticuloso y un gran esfuerzo, y te puedo asegurar que ha valido mucho la pena. Te comenta Isabel que merece estar publicado, yo estoy totalmente de acuerdo y evidentemente también lo compraría.

    La música elegida, ya sabes, una maravilla…

    Un abrazo fuerte

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    1. Me produce mucha alegría y un gran honor que hayas regresado con estos borrachos. Me halagan tus palabras y te agradezco mucho el tiempo y el interés dedicado. Lo que comentas de los personajes es muy importante para mí, pues si algo buscaba es esa coherencia que comentas, sacrificar un pelín el ritmo a cambio de realismo.

      Mil gracias, y un placer compartir contigo relatos y gustos musicales. Encontrar a otro gran fan de Waits es un puntazo!

      ¡Un gran abrazo, José!

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  3. Pues me los he leído del tirón, sin apenas pausas. Te comento: Frank creo que es un gran personaje: un actor de 1.000 caras, un gran embaucador. Así al menos lo presenta el narrador. Es el protagonista absoluto del relato. El otro protagonista, de alguna manera antagonista, es Mateo, el narrador. Me han encantado los párrafos en que el se involucra en la narración. Esas partes contrastan con otras en las que se convierte en una especie de cámara que muestra, sin intervenir, objetivamente las escenas. Todo resulta muy cinematográfico, como un guión, si no fuera por el notable trabajo literario que hay detrás.
    Esto me recuerda algo que me comentaste de que tu inspiración viene más del cine que de la literatura. Además está el nombre del blog: "Guionistacuentista", muy significativo.
    Soy muy exigente con los diálogos y tengo que decirte que los bordas: naturalidad y coherencia.
    Volviendo a Frank, me encantaría que nos contases en otros relatos, si es que has pensado en ello, su verdadero pasado. Creo que es un personaje que puede dar mucho juego, aunque no parece que te despierte simpatía. Dices de él que es una sucesión de máscaras "aunque de la persona ni rastro". Me gustaría saber la historia de esa persona de la que no queda ni rastro.
    No soy muy buena comentando. La verdad es que leo para mí, sin analizar demasiado, disfrutando de lo que leo. Pues me ha encantado esta serie de relatos. Algunos ya los había leído, pero mucho mejor así, juntos. Y muchísimo mejor si se pudieran leer en papel.
    Otra cosa, se menciona al principio una frase de la madre del narrador: "La vida está hecha para comérsela a dentelladas". Absolutamente. La literatura también: ponte bien y cométela a dentelladas y por impulso. Eres muy bueno escribiendo

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    1. Gracias, Mari por leer de manera tan milimétrica. Veo que, como a muchos, te ha gustado mucho Mateo, curioso cuando fue un añadido posterior a escribir los diálogos, que fue ganando fuerza, supongo que para actuar de contrapunto al mismo Frank. Porque, al menos así lo intenté, a Mateo le fascina y le saca de sus casillas por igual todo lo que venga del pianista.
      Me alegra que los diálogos también te hayan gustado, son la razón de ser del relato, y si no hubieran funcionado, habría sido un completo fracaso (que no quiere decir que lo hayan hecho, depende de cada opinión, claro).
      De contar cosas de Frank, por ahora quizá traiga alguna de sus canciones o poemas, pero de historia no lo sé aún. Es un personaje al que tengo cariño, para mí plasmarlo como un manipulador no hace que no le tenga simpatía. Es un personaje que me da mucho juego y que me cae fantásticamente.

      Y lo de comérselo a dentelladas... pronto, pronto. Como decía Terminator, "volveré".
      Abrazos!

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  4. Alejando, he disfrutado muchísimo de este cuento largo, me lo he leído de un tirón, acunado por la voz aguardentosa de Tom Waits. Eres un maestro para los diálogos y para mantener la tensión, el ritmo, el clima, por momentos me pareció que estaba pasando una película por mis narices.
    La voz narrante, el presentador, que además es el barman Mateo, abre la escena describiendo el bar. Es un lugar miserable alejado del centro de la ciudad donde llegan a tomar tragos todas los solitarios y fracasados. Es el presentador —al que le has hecho jugar un papel acertadísimo— el que también nos da una semblanza del local que cuenta con un pianista venido a menos, de voz gastada, llamado Frank y, además, nos abre la posibilidad de espiar una mesa en donde charlan dos jóvenes que más que divertirse tienen una desgracia que contar: a uno de ellos lo ha dejado su mujer porque él lo ha engañado con una joven alumna.
    Frank está en la barra bebiendo y conversando con el barman. Ahí hace su aparición la bonita Zulema como personaje secundario, el pianista la piropea, ella friega las copas, lo tolera de mala gana. Con ella le has dado un toque de color femenino al ambiente tortuoso del lugar, otro acierto que utilizarás más adelante para jugar un papel clave en la trama.
    Pero Frank está para otra cosa y se acerca a la mesa de los muchachos para buscar un poco de diversión, un poco de charla.
    Y aquí arranca la conversación. Aquí está Frank para sacar partido de la desgracia de Victor, va a escarbar todo lo hondo que pueda, será el inquisidor. Aparecen en esta extensa charla excelentes diálogos cargados de frases ingeniosas, intercalados entre las descripciones de los tres personajes, sobre todo la del excéntrico Frank, que va a cuestionar al muchacho y prometerá darle la explicación y la solución para su condición de marido abandonado.
    En una parte de la charla, Frank entona una canción, la ciudad de los lamentos, una melancólica canción, una escena que le aporta la tristeza de los amores perdidos a esta historia que va a sacar lo mejor y lo peor de los personajes. Hasta el barman queda emocionado con este triste tema que el pianista sabe trasmitir como pocos.
    Y la charla sigue, Frank pone en duda al muchacho acerca de sus sentimientos hacia su esposa, lo hace enojar, le da lecciones de moral barata y no tan barata, se pone como ejemplo contando su propia historia de hombre abandonado, dice que todos los hombres buscan a las mujeres jóvenes, porque quieren volver a sentirse así, jóvenes, da cuenta de que ha perdido lo mejor que tenía: la relación cotidiana con la mujer que quiso tanto.
    Y es ahí cuando se califica de cerdo a él mismo y también a los muchachos. Y a Carlos, que se dice fiel, también le dice que no lo es, porque si pudiera se enredaría con Zulema a quien ha estado mirando toda la noche, ha estado mirándole precisamente sus curvas. Pero, así son los hombres, el deseo de poseer a Zulema ha pasado por la cabeza de todos, incluso de Mateo.
    Y cierra el presentador con unos párrafos de despedida de este lugar nauseabundo, de fracasados, de filosofía barata, de hombres que se aburren de sus mujeres y desean a las otras. Y van las últimas copas cuando llega el amanecer para este cuarteto de cerdos emborrachados.
    Genial relato de un escritor genial, Alejandro has hecho una obra magnífica, puedes sentirte orgullosa de ella. Te mando un afectuoso saludo.
    Ariel

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    1. Ariel, ante este comentario sólo puedo darte las gracias de corazón. Pigs ha sido para mí un derroche de esfuerzo en el que no he quedado demasiado satisfecho, y a la postre me ha quitado las ganas de escribir por un tiempo. Poder leer a alguien como tú desgranarlo de la manera que lo haces, habiéndolo disfrutado como parece que lo has hecho, me devuelve mucha energía y me anima a retomar las cosas. Disculpa mi ausencia estos días, prometo visitarte pronto. Y, por supuesto, aprecio muchísimo el que te hayas metido de lleno en este bar. Un gran abrazo.

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