lunes, 6 de octubre de 2014

Relatos: APOLO XXI


El otro día me pasaron un artículo de los marcianos más carismáticos de la historia de la televisión, y leyéndolo descubro que del 4 al 10 de octubre se celebra la Semana Mundial del Espacio (y yo con estos pelos). Pues bien, aprovechando que estamos inmersos en esta gran fiesta galáctica, he pensado que seria divertido publicar este relato que trata de un chico con imaginación sin limites y amor incondicional por otros mundos. Se trata de una de mis escasas incursiones en el humor. Espero que os guste.

Por cierto, desde aquí declararme fan absoluto de “Alf”, sin duda mi extraterrestre favorito. ¿Cuál es el vuestro?


Apolo XXI                      
Escrito en Diciembre de 2012, escuchando "Close to me" de The Cure

Aún a día de hoy se recuerda el día que llovieron máquinas de escribir en el centro de Madrid.

Nadie sabe cómo pudo pasar semejante fenómeno meteorológico. Se habían oído historias de lugares dónde llovía café en el campo o incluso que caían ranas desde nubes verde oscuro. Pero aquellos armatostes de metal estallando contra las calles de la Gran Vía, las teclas saltando hacia todos los lugares como si pertenecieran a un ballet anárquico, eso era algo que iba mucho más allá de cualquier explicación razonable.


Esa mañana, David Vera se había levantado con una nueva idea que llevar a cabo. No iba a dejar que la negativa de la Nasa a entrenar a niños de 9 años le bajase el ánimo. Había llegado a la conclusión de que ellos no tendrían mucha idea, pues se les quemaban la mitad de los cohetes que mandaban al espacio y encima quitaban al pobre Plutón de la lista de planetas. David tenía claro que cualquiera que no considerara a Plutón, que era el más molón de los asteroides, no merecía ni un segundo más de su tiempo. Pero razonó que, para ser justos, tampoco debían de ser tan malos esos señores de la Nasa (sólo un poco zoquetes), pues le habían regalado una réplica de un cohete muy famoso, del que se podía leer en un costado “Apolo equis equis palito”. El chico no llegaba a entender por qué los americanos no podían dejar de escribir en clave con tal de no poner numeritos. “Seguro que es para que los espías no les roben la tecnología espacial” – pensó convencido.

Su madre se había quedado muy preocupada al ver el tamaño de semejante juguete siendo entregado a nombre de su hijo. Hasta habían tenido que traerlo en un camión, y no habían tenido más remedio que colocarlo en medio del jardín de la casa, pues eso por la puerta, cómo que no entraba. Al menos, al leer la carta que le entregó el repartidor, firmada por nada menos que un subcomandante de algo del gobierno americano, pareció quedarse mucho más tranquila.

Lo cierto es que estaba en inglés y la madre de David no entendió ni jota, pero no le iba a hacer ascos a semejante regalo, pues gracias a eso se iba a poder ahorrar lo menos dos cumpleaños y otros tantos reyes magos.

A David no le había hecho tanta gracia el Apolo. Sí, era más bonito y más grande que las maquetas que le habían regalado sus primos. Pero éste ni siquiera podía cogerlo para balancearlo por los aires. Sólo se quedaba ahí de pie parado, como los enanos de jardín de mamá que tan poco le gustaban. Tenía, eso sí, un hueco dentro en el que se podían guardar cosas, e incluso parecía un buen escondite en el caso de querer esconderse cuando su madre se convirtiese en un orco de Mordor y saliera detrás de él, zapatilla en mano.

Carboad Rocket by
Pero el caso es que hoy no le apetecía jugar con el cohete. El ya se había imaginado embutido en su traje de astronauta, todo su pelo de erizo bien engominado para poder meter el casco y unas gafas especiales de astronauta para no tener que llevar las suyas de pasta, que, aunque eran muy chulas y de color azul fluorescente, un amigo del colegio le había dicho que no eran validas en el espacio, y, lo cierto era que no había visto a ninguno de los que pisaban la Luna con gafas como las suyas.

Decepcionado por el aplazamiento de su carrera espacial, por lo menos hasta los dieciocho según su madre, había decidido que su vocación era descubrir los mundos fascinantes a todos los lectores inquietos que poblaban la tierra, y quien sabe si hasta de Marte o Plutón.

Eufórico decidió dar las buenas nuevas a su madre:

- Mamá, he decidido que voy a ser escritor. – le gritó el niño.

Desde la ventana de la cocina, la madre de David lo miró con cara de pocos amigos.

- Si claro, como el gandul de tu padre. – dijo con desprecio

A David no le gustaba que su madre dijera eso. Su padre no podía ser gandul porque todo el mundo decía que había sido periodista y mujeriego, que era tener dos trabajos. Aunque David no sabía muy bien en que consistía ninguno de ellos, al fin y al cabo trabajaba por dos, por lo que no podía ser un vago. Ya hacía mucho que no lo veía porque, según contaba su madre, se había ido hacía un año a comprar tabaco. A él le parecía que tardaba mucho en volver, así que pensó que el quiosquero estaría bajo de existencias y el pobre de su padre habría tenido que irse lo menos a África a buscarlos, porque el camello de la cajetilla era seguro de África y allí tendrían tabaco para un regimiento.

De todas maneras eso no venía al caso. Lo realmente importante era que acababa de hacer todo un descubrimiento.

- ¡Ostras! ¿Papá es escritor? – preguntó el niño con cara de incredulidad

- Mierda, ya la hemos liado – dijo la mujer en voz baja y para sí misma. A continuación volvió la cabeza para dirigirse a él – Tu papá lo que es de verdad es un vende panfletos, además de un fugado, un renegado y un c….

- ¡Un escritor! – dijo el niño lleno de alegría – Mamá. ¡eso es lo que estaba destinado a ser! No era futbolista, ni fabricante de juguetes, ni astronauta ¡Es escritor!

La madre lanzó un suspiro lleno de cansancio. Tenía el pelo recogido en un moño imposible y llevaba un cigarrillo de los que si debían de quedarle al quiosquero.

- Mira, si dejas de dar por saco, eres escritor, domador de leones o Brad Pitt. Anda, ve al garaje que seguro que el desgraciado de tu padre no tuvo tiempo de llevarse la Olivetti.

- ¿Olivetti? ¿Ese quien es, un señor gordo italiano?

Después de un par de gritos, otros tantos “niño me tienes harta” y alguna aclaración sobre Italianos gordos y máquinas de escribir, David se encontró en el garaje de su casa con su particular tesoro.

Resultó que su padre, como era evidente, no se había llevado la máquina de escribir a comprar el tabaco, para que le iba a servir. Por mucho que los quiosqueros de África fueran muy raros, David no creía que aceptasen Olivetti como forma para pagar las cajetillas. Lo que si le resultó mucho más sorprendente fue que no había una sola máquina con nombre de italiano gordo: ¡Allí había toda una colección! Empezó a contarlas, … siete.. ocho… nueve. Sí, había nueve máquinas, todas muy viejas, y para escribir la odisea que tenía en mente era posible que las necesitase todas. Lo cierto es que parecían bastante más pesadas que el ordenador portátil de su madre, pero ya que tenía prohibido acercarse al susodicho “so pena de muerte”, tendría que valer con las Olivetti. Así que, una a una, David Vera fue llevando, no sin dificultad, las máquinas metálicas al jardín, mientras pensaba que el nombre de italiano gordo empezaba a cobrar significado.

Tardó un buen rato en descubrir cómo funcionaban aquellas cosas que no hacían más que arrugar el papel y llenarlo de tinta. Pero tras lo que debieron ser unos cincuenta folios y tres máquinas descartadas, el joven escritor comenzó la que iba a ser su primera novela.

La trama se desarrollaba, como no, en el planeta (y había que poner énfasis en planeta) Plutón, a menos cinco mil grados, en los que una manada de yetis luchaba a muerte contra Luke Skywalker, los Ewoks, y un tiranosaurio gigante que echaba fuego en principio, pero que al final se quedó sin tal poder pues a David no le pareció que fuese creíble. Por supuesto no se le olvido meter una historia de romance, con besos y todo, ya que su madre le había dicho que una historia sin amores era aburrida y sin gracia y que esas historias solo gustaban a los patanes (entre los que siempre metía a su padre).

A la hora de comer ya había terminado de escribir el mejor libro jamás escrito por un niño de ocho años. Le había quedado algo largo, casi de dos folios, y el esfuerzo había sido titánico. Exhausto por el alumbramiento de su obra, el pequeño David decidió que ya había cumplido su sueño de ser escritor y que era el momento de dejarlo, cuando aún estaba en la cumbre.

Ahora tocaba publicarlo para el regocijo de sus miles de fans. Había escuchado que eso era muy caro, pero eso para él no era un problema. El pequeño David tenía mucho dinero ahorrado gracias a que su abuela Alfonsa le daba unos billetes siempre que lo veía. Cuando se los daba solía darle unas palmaditas en la cabeza mientras le decía que era un pobrecito por no tener padre. El chico veía que la abuelita Alfonsa, además de estar sorda como una tapia y pesar más que Moby Dick, no se había enterado de que su padre se había ido a comprar tabaco, y que había tenido que ir a África a buscarlo.

Así que estaba decidido, iba a publicarlo con sus ahorros. Pero, ¿Cómo demonios se publicaba un libro? ¿Se hacían fotocopias y se daban en las librerías? ¿Cómo iba a conseguir el papel duro ese que ponían en las portadas?

Tanta pregunta termino por aburrirle, por lo que pensó que publicar un libro era demasiado trabajo para un buen escritor cómo él.

Cómo, aparte de publicarlo, no se le ocurría como compartir su fascinante legado literario, dilucidó que lo mejor era enviarlo al espacio para que los aliens pudieran descubrir dentro de quinientos o mil años cómo era la inteligencia en el planeta tierra. Aunque le daba pena que sus congéneres no pudieran disfrutar de su fascinante relato, el prestigio de la humanidad estaba en juego, y quien era él para negarse a tal responsabilidad. “Representaré con orgullo al planeta” – se dijo.

En pos de la humanidad, el pequeño David introdujo sus dos folios en el compartimento del Apolo, y, cómo no sabía que hacer con tanta Olivetti, decidió meter también las nueve máquinas dentro y cerrar la compuerta.

Con la cuenta atrás y el mensaje a Houston de rigor, el Apolo equis equis palito estaba listo para su despegue. David fue dando vueltas alrededor de la nave, se agachó para comprobar que el motor no tuviese ninguna fuga y a continuación fue pulsando uno por uno los botones que se encontraban en uno de los laterales del juguete. Por fin y tras la larga espera, su historia iba a llegar a todo el universo.

Great Expectations by Viren Kaul

Lo que el niño no esperaba es que aquel juguete comenzara a echar fuego por debajo mientras temblaba como un martillo hidráulico. Cuando el Apolo XXI salió volando del jardín de los Vera, la madre de David era ya una loca histérica que no paraba de gritar dando vueltas por el jardín. El niño, tras la sorpresa y satisfacción inicial, no pudo evitar un sentimiento de angustia cuando se dio cuenta de que no había firmado el que iba a ser el libro más importante desde la Biblia.

“Tanto trabajo y ni un poco de gloria. Bueno, todo sea por el bien de la humanidad” – pensó. Tras un momento de meditación llegó a una conclusión- “Creo que mi vocación verdadera es ser presidente y preparar al mundo para cuando vengan los aliens”

Lo que sucedió a continuación depende mucho de quien cuente la versión.

Para algunos vecinos, simplemente fue que los fuegos artificiales de la feria se habían adelantado aquel año. Pero para la mayoría de los madrileños fue lo que calificaron como “el suceso más extraño del mundo” o “el efecto de lluvia gráfica”.

Muchos científicos han venido desde entonces a la ciudad para tratar de explicar el fenómeno.

Poco se ha podido esclarecer de lo que ocurrió aquel día, más allá de unas extrañas y poco confiables historias que circulan en algunos foros de Internet que implican al antiguo responsable de logística de la NASA y una estrambótica confusión entre una réplica y el ultrasecreto proyecto del relanzamiento de la misión Apolo. 

10 comentarios:

  1. Muy divertido, con humor inteligente y a la vez cargado de frescura. Deseando leer el próximo

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  2. Muchas gracias, espero que te guste el resto.

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  3. Consigues meterte en la mente de un niño excelentemente, lo manejas con agilidad. Una historia muy divertida. Un saludo, Alejandro.

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  4. Un relato apasionante narrado de manera magistral, la imaginación de un niño extraordinario con un encuadre mágico y audaz, las connotaciones de la realidad y del mundo adulto que lo rodean le dan fuerza y magnifican la empatía del lector por su joven protagonista. Saludos Alejandro!

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  5. Muy buen relato, Alejandro. Me has sacado varias sonrisas. Excelente narración acorde a la historia que cuenta.
    Un abrazo!

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  6. Gracias chicos. Me alegra que os haya hecho sonreír. Si os apetece, pasadme relatos vuestros para meterlos en la próxima misión, la del Apolo 22. Así, sin comerlo ni beberlo, podemos convertirnos en los escritores más famosos de la galaxia y ser la envidia dentro del círculo literario. Ya me imagino a Vargas LLosa diciendo : "Yo tengo el Nobel, pero esos tipos... esos tipos venden libros hasta en Marte, literal".
    Un abrazo a los tres! Y pensaros lo de la misión!

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  7. Qué divertido. Seguro que el cuento de David terminó en las manos de Alf, que se rió muchísimo

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    1. Gracias Ana. Alf es que se reía con todo, menos cuando veía que no se podía zampar al gato.

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  8. hahaha, me ha encantado, lo he compartido con mi sobrina,que dudo que sepa o que es una Olivetti. así tendrá ocasión de preguntar e iniciar una conversacion familiar. Fascinante historieta sobre lo muy fuera de lo común fabricada con los elementos tan comunes que conforman la vida cotidiana.
    Mi extraterrestre favorito es mi tieta Neus de Tarragona. el ser más socarrón y divertido del Universo, que no sé cómo, acabó compartiendo planeta con todos nosotros. Confío en que me lo cuente algún día.
    Casi todas las familias tienen agún extraterrestre similar, seguro que sabéis de lo que hablo

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    1. Muchas gracias AdeV. Nunca es pronto para que los niños descubran las máquinas de escribir, antes de que la tecnología lo borre todo. Y tienes razón en lo de que, en cada familia, hay alguien que no es de este planeta, demasiado divertidos para ser de la Tierra.

      Un abrazo.

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