martes, 11 de agosto de 2015

Relatos: HELENA

Buenas a todos. Después de darme muchos quebraderos (Hay veces que te atrancas meses con casi cualquier historia), os
"Janelaprosoldet" by Shiko (CC BY-NC-SA)
dejo aquí el relato que he estado escribiendo estos días. Se engloba dentro de una saga llamada "Las últimas vacaciones", una iniciativa con la que varios compañeros de trabajo hemos estado jugando, aportando cada uno un cuento diferente. Por supuesto, a parte de respetar la temática, había que introducir en el texto unas palabras a cada cual más estrámbótica, tal y como ya ocurrió en "Carolina vs. the hipster" (sólo que, esta vez, las "six evil words" se han convertido en siete).

Dar las gracias a Rafa Maldonado, 'Rafiki', por inspirarme con su relato "La griega", que acompañado de la imagen de "La muchacha de la ventana" de Dalí (que no puedo poner en el blog, tema de derechos), fue dando forma a esta "Helena".

Sin querer dar mas pistas, os invito a que echéis un vistazo a este cuento, una historia que nada entre el erotismo y la actualidad política.
Espero que lo disfrutéis.

P.D.: Como siempre, hubo mucha música mientras lo escribía. Descubrí a Lana Del Rey ("Cola", "Videogames"), me relajé con Radiohead ("Karma Police") y me emocioné con Glen Hasard ("Leave", "Lies"). Y claro, como no, me fui de viaje con Chalres Trenet ("La mer").

Helena                                                           Escrito en Agosto de 2015
Los golpes en la puerta son cada vez más violentos. Los gritos, empapados del odio más visceral, apenas nos dejan oírnos entre nosotros. Reproches, amenazas y palabras ininteligibles deformadas por la rabia, retumbando de tal manera que parecen haber hecho un nido dentro de mi cerebro. Es tan desquiciante que siento ganas de arrancarme las orejas.

Me conoces bien, sabes que no me gusta esconderme. Si sólo vinieran a por mí hace tiempo que les habría abierto y acabado con la pantomima, pero son muchos los que han buscado refugio en nuestra casa  y no quiero ser quién les lance a las fieras. El salón está poblado de ministros y senadores, el alcalde y varios cabezas del partido que hace un año me colmaban de elogios para luego escupirme a la cara. También hay algún que otro funcionario que ha tenido la insensatez de mostrar su apoyo a los presentes. Como ves, este país sigue a rebosar de idiotas y lameculos. Me alegro de que estés lejos para no ver cuán bajo hemos caído. Si pudieras, creo que llorarías de impotencia. O, quién sabe, puede que te desternillaras como una loca, abrumada ante tanta ironía. Es algo que me encanta de ti, que contigo nunca se sabe.

Danae va de un lado a otro de la estancia, tratando de calmar y organizar a todos. No deja que nadie entre en pánico, y los prepara para una posible huida a quién sabe dónde. A pesar de que nos han cortado el agua y hace días que no come nada decente, se mantiene firme y elegante, con su dorada melena perfectamente recogida en una sobria coleta. Dice que es para que puedan mirarla directamente a los ojos y transmitirles la confianza que han perdido. No adivino si habla de nuestros invitados o de los manifestantes de afuera. Tratándose de Danae, posiblemente de ambos.
Tengo que reconocerte que, como casi siempre, tenías razón sobre ella. Mi esposa es una mujer fascinante. Incluso en este momento busca un rayo de esperanza. Cuando aparecieron hace unas horas, eran ovejas temblorosas camino del matadero, y ahora, míralos, casi parece que se vislumbra un destello arrogante en su mirada. Me recuerdan a esos niños de las películas que creen en la gloria del campo de batalla. Pobres ilusos, nadie se acordará de ellos cuando del Acrópolis no queden más que los escombros.

Mientras mi mujer sigue con su representación, yo me he apartado a una esquina, buscando esquivar cualquier mirada. Exhausto tras la tensión de los últimos días, me dejo caer en el butacón, dejando que el peso de la derrota me envuelva condescendiente. Protegido por las enormes orejas de seda granate, espero poder evadirme en mis momentos finales y rememorar nuestras últimas vacaciones juntos. Pero el respaldo, desagradecido anfitrión, lejos de proporcionarme consuelo, se me está pegando con saña a la piel. Parece querer recordarme que estoy atrapado y que, si no acaban conmigo los golpes, lo hará el calor, cada vez más intenso y pegajoso. La perspectiva, desde luego, no es muy halagüeña; las ventanas, cerradas y atravesadas por verjas, han convertido el hogar en una prisión y el sudor se ha convertido en un hermano del que no recuerdo haber estado nunca separado. Por supuesto, ya me he arrepentido (una y mil veces) de haberme puesto la camisa. Qué te voy a decir a ti, que solías reírte de cómo nunca sabía cuándo seguir el protocolo y cuándo ser informal. Quiero pensar que, al ver mi foto en los periódicos, serás capaz de encontrar el chiste entre las lágrimas. Aunque quizá sólo soy un bobo al creer que aún te importa.

Lo que sé con certeza es que, si te tuviera enfrente, estarías levantándome a patadas e insultándome hasta quedarte sin voz. Nunca te gustaron los derrotistas. Decías que por eso me elegiste a mí por encima de todos tus jóvenes y grises compañeros de universidad. “Unos chupatintas con sueños de nueve a cinco”, te quejabas. En cambio yo, a pesar de sentirme en aquel tiempo atrapado en la mediocridad, debí parecerte una exótica antigualla. Horas regadas de cafeína y nicotina, hablando de cine, cuadros y de cómo cambiar las cosas sin renunciar a lo que creíamos. Y es que tú, brillante hasta las pestañas, incluso a idealista me ganabas. No mucho más tarde me encontraría entre tus muslos, tu mirada esquiva como la de una adolescente, y, en mi oído, tus labios confesando que el pecho se te tornaba volcán cada vez que me veías desafiar a los dictadores de Bruselas. Entonces te agarraba firme en las caderas devolviéndote el cumplido. Mientras, tú apretabas, retándome, transformando la inocencia inicial en sádica seducción. El placer venía pronto a buscarnos, encontrándonos entrelazados como dos contorsionistas en medio de aquel circo que nos rodeaba. Era ver tu sonrisa (pícara, nerviosa) justo antes del final y me hacías sentir más heroico de lo que probablemente nunca fui. En cambio ahora casi puedo sentir tu decepción aunque no estés.

Pero, mi preciosa niña de rizos caracola, lo cierto es que me he cansado. Sin ti a mi lado ya no encuentro motivos para seguir peleando y anhelo quedarme tumbado en la lona. Que arda el país, la economía y el mundo si hace falta. Mi ilusión se quedó en aquella alcoba, el último y caluroso día de verano, poco antes de que nuestros socios, cual lunático Nerón, decidieran reducirnos a cenizas. Debieron pensar que más valía una nación enterrada que una continuamente moribunda. Nos utilizaron de escarmiento y pensamos que con orgullo podríamos pararlos. Como te contaba, un montón de idiotas.

Aún así, no quiero que te preocupes por mí. En este patético momento ya no siento desesperación, ni tan siquiera miedo. Es curioso cómo uno encuentra cierto consuelo abandonando la lucha. He pasado los últimos dos años navegando entre números, redactando acuerdos, destrozándome la cabeza en busca de una quimera que salvase nuestra tierra. Tristemente, sabes que de nada me ha servido. Poco ha importado que fuera un lince de las finanzas, que dijesen que era el ministro mejor preparado de todo el continente. Hacer que mi propia gente me acusara de traición fue su forma de decirme que, a su juego, no se podía ganar.
Y, sin embargo, tengo la tranquilidad de no arrepentirme de nada de lo que hice. Amé el país, batallé por una idea y encontré en tu vitalidad lo que creía perdido. Únicamente me queda el regusto amargo de no volver a ver tu cuerpo desnudo una vez más.

Decidido a aislarme del caos que va aumentando a mi alrededor (a pesar de la entereza de Danae, ya se empiezan a escuchar algunos sollozos), agarro los cascos, tratando de escapar de esta absurda escena. En la estantería, bajo el equipo, rebusco entre mis preciados vinilos de Dylan y los de Bowie, los compactos electrizantes de Radiohead y los suaves de los Pulp, el grupo favorito de ella. Demasiado disco para tan poco tiempo. Creo que no llegué a contarte que mis colegas siempre me han tachado de sibarita por mi consideración a la música, por defenderla como algo vital para el desarrollo personal. Me pregunto qué pensarían de ti, la melómana más exquisita que he conocido, la única jovencita de Atenas que, en vez de ir a fiestas y discotecas, pasaba las noches escuchando el saxo de John Coltrane.

Tras unos instantes, estratégicamente escondido bajo una montaña de recopilatorios olvidados, encuentro lo que estaba buscando. La carátula de la cinta miente mostrando a un radiante Mercury ante un estadio de Wembley a rebosar. Mas, en el interior de la caja, aquel famoso concierto se transforma en un transparente casete con una serigrafía a bolígrafo rojo difícilmente legible. “Próximas vacaciones”, escribiste sobre la grabación que me habías preparado. La excusa perfecta para que me acordara de ti mientras estábamos alejados. Una compilación de clásicos franceses en las antípodas de mis gustos musicales que, sin embargo, no dejé de poner a cada momento durante los días posteriores. Si acabó al fondo de la estantería fue por no dañar innecesariamente a Danae ni, para serte sincero, a mi mismo. Porque era escuchar aquellas almibaradas melodías y colarse una angustiosa punzada al recordar tu promesa: “Para que te imagines tomando el sol conmigo, Yanis. Perdidos en la Costa Azul”.

Al introducir la cinta en la pletina fijo la vista en los sellados y tristes ventanales, intentando evocar el despejado balcón donde fumabas aquella mañana, dejando que toda la ciudad disfrutara de tu belleza. Acompañando el nostálgico carraspeo de la aguja sobre la banda magnética, colándose entre la trágica Edith y el intenso Jaques, emerge el risueño timbre de Charles Trenet, cantando “La mer”, su declaración de amor al gran azul. Y, con sus gorgoritos haciendo nana, voy dejándome ir, viajando meses atrás hasta nuestra habitación del Plaza.


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"Untitled" by Silvia Sala (CC BY-NC-ND)
 
Ha pasado casi un año pero las imágenes vuelven a mi memoria como si nunca hubiesen terminado las vacaciones. Es una tórrida mañana de agosto y el sol aparece cubierto por una espesa niebla que hace que el cielo parezca un lienzo impresionista.
Me acabo de despertar después de otra noche de interminables recorridos del uno sobre el otro. Otra vez hemos sido dos animales hambrientos, conscientes de que nuestro tiempo es limitado para saborear cada palmo del otro. Ni siquiera el cansancio ha podido con nuestro insaciable apetito.

Madrugadora como siempre, el colchón parece ya echarte de menos y se niega a olvidar tu forma, arrugándose retorcido allí donde lo has abandonado. A mi no me hace falta tal recordatorio. Solamente tengo que girarme sobre el lecho para descubrirte asomada al balcón mientras fumas uno de esos cigarrillos baratos.
Apoyada contra la barandilla  y con la mirada perdida en algún recuerdo, pareces la muchacha asomada a la ventana que pintó aquel catalán loco que tanto te fascina. Aunque tú, aficionada al nudismo, has perdido el vestido por el camino y cambiado las tranquilas aguas mediterráneas por una sinfonía de gritos y bocinas. Si bien, mostrándote sin vergüenza frente al Parlamento, casi me gusta más soñar con que eres una moderna y revolucionaria Venus de Milo.
Asomada a la Plaza Sintagma, muestras tu sonrisa a los transeúntes que se dirigen, al igual que cada mañana, a protestar contra el nuevo gobierno impuesto por los burócratas, el que les ha quitado lo poco que les quedaba. Algunos tipos se detienen ante la visión de tu figura, completamente desnuda, y, durante un instante, creen olvidar las penurias que les asolan. Cómo no entenderlos cuando yo mismo he comprobado, princesa de Troya, que entre tus brazos no queda lugar para las decepciones.

Al tiempo que los manifestantes regresan a sus protestas con una nueva fantasía en la cabeza, me tomo un rato para repasar cuidadosamente tus formas, con precaución, eso sí, de no hacer ningún ruido. No quisiera distraerte de tus pensamientos y estropear esta sensual fotografía con la que quedar fascinado. Me gusta empezar observando tu jovial rostro, fruto de la confluencia de varios mares. Tu cabello, olas del océano más oscuro, lo debiste heredar de una antepasada italiana, quién sabe si de una gran estrella de cine que un día se hartó de los focos y decidió cruzar los Alpes. Me pregunto si sería en esas montañas donde brotó esa naricilla cubierta de pecas, la cual arrugas cual ratoncillo cada vez que te enfadas. Eso sí, tu cuerpo es tan heleno que casi puedo vislumbrarlo esculpido entre las columnas del Partenón; cintura jónica, sobre dos interminables columnatas que, con tan sólo verlas caminar, hacen a cualquiera querer bailar Sirtaki como el loco Zorba de Anthony Quinn.

A.Quinn y A.Bates bailan Sirtaki en la película "Zorba el griego" (1964)
Y es que, contemplar tu silueta supone una deliciosa y bucólica estampa, sólo empañada por el serpenteante humo pizarra que sube desde la calle. Demasiado temprano para un contenedor quemado. Pero, quién sabe; en la capital la tensión crece cada día y poco se puede intuir de cómo acabará esto.

A sabiendas del inminente desastre, ya te he pedido varias veces que prepares una salida en caso de que la situación estalle. Pero hasta el momento tú siempre te habías negado a renunciar a la esperanza. Pregonabas con vehemencia que te enorgullecías de nuestra gente y que nunca podrías abandonarlos. Sin embargo, días atrás, conseguí por fin que contemplaras la idea de alejarte de casa. Créeme que lo hice por tu bien. Aún así, perdóname por abusar de tu ilusión juvenil y tu ingenuidad aún no contaminada. No tuve más remedio. Tu alegría al descubrir que habían aceptado tu beca para el Museé Mathisse de Niza, tumbó, cual castillo de naipes, tu lealtad por la tierra que te dio nombre. Ni siquiera sospechaste de mi intrusión, cegada como estás con tu nuevo juguete.


Me has hecho prometer que cambiaremos los encuentros del Plaza por una bonita terraza con vistas al mar. A todo te digo que sí, no puedo permitir que te quedes por mí. Y, a pesar de que estas vacaciones saben a despedida, con tan sólo pensar en tu piel bajo el tórrido sol de la Riviera, llego incluso a creer que existe alguna posibilidad.


Al dar la última calada al pitillo, te apartas del balcón, percatándote de mi presencia. Una risita nerviosa delata un pequeño toque de vanidad; te gusta sentirte deseada, como a todos los jóvenes. Siguiéndome el juego, haces que no me has visto y vuelves a reclinarte sobre la barandilla, esta vez inclinando más aún el busto, permitiendo que me recree con tu redondeado culo de manzana, deliciosa colina al final del valle de tu espalda.
Tras unos instantes de erótico coqueteo, abandonas la terraza para volver a la cama. Viéndote caminar hacia mí, las caderas yendo arriba y abajo, empiezo a notar como se nublan todos los pensamientos. Los sentidos también se unen a la fiesta, perdiendo su razón de ser para convertirse, por enésima vez, en esclavos del instinto animal que tanto me provocas.

Y de esa manera, encerrados en nuestro particular Avalon, vamos dejando que el reloj gire las agujas, olvidándonos de que afuera existe algo que, en algún momento, tuvo alguna importancia.

 
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Pasan las horas y, al caer la noche sobre el hotel, no se presentan ni las estrellas ni la luna redonda. En la ausencia de claridad natural, las luces de nuestra ruidosa ciudad se han colado por el ventanal, revelando nuestros contornos sobre la cama. Hemos estado haciendo el amor toda la tarde y bebido hasta que cualquier tontería nos ha parecido una genialidad.

Desnuda y agotada, batallas por conciliar un sueño que se intuye imposible, demasiado calor para según que cosas. Te observo dar vueltas, primero a un lado, luego al otro, y volver a empezar. Casi parece que regresas a uno de tus sugerentes juegos para poner a prueba la libido, la cual, codiciosa, ansía a cada momento poder volver a ver las partes de tu anatomía que están en el lado opuesto. Las sábanas, más afortunadas, se enroscan juguetonas y acarician tu piel que hierve como el Etna, haciendo brotar pequeñas perlas líquidas que se deslizan por tu cintura. Con la imaginación haciendo migas con la lujuria, necesito apretar con fuerza los dientes para contenerme. No vaya a acabar de despertarte y devorar de nuevo cada centímetro.
Finalmente, te giras por última vez dándome la espalda, descubriendo los lunares que nacen de tu nuca. Pequeños meteoritos de melanina que caen por tu envés, formando una suerte de mapa estelar que termina donde nacen las curvas del trasero. Perfecto paisaje para este cielo sin constelaciones.

Tras un buen rato contando y recontando cada marca, comienzo a vencer al insomnio, con los párpados aumentando su peso a cada segundo. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de perder la consciencia, vuelves a girarte de sopetón. A pesar del sobresalto, me reconforta verte despierta. La opción de follar de nuevo resulta mucho más apetecible que dormir con el bochorno. Tu pecho, discreto aunque generoso friso, ahora asoma entre la tela que nos cubre y me reafirma en la ilusión de un nuevo encuentro. Pero algo te está molestando y aparentas estar en otro lugar. Con tus enormes ojos pardos (felinos, sagaces) abiertos como nuestro ventanal, pareces haber perdido el sueño y la calma que pensaba habías conseguido conquistar. Tus labios, entre abiertos e indecisos, no sé si están pidiendo consuelo o se han llenado de inquietudes. Tras unos instantes, fijas por fin la mirada en mi. Al segundo, comienzas a sonrojarte, quizás avergonzada de tus dudas.

 
—Yanis—dices con tiento— ¿Puedo hacerte una pregunta?

 
Nunca pareces tan niña como cuando nadas en incertidumbre. Es en esos momentos, con la expresión ansiosa e inocente, creo olvidar tus formas de mujer y únicamente siento ganas de abrazarte, tal que lo haría un padre ante el primer desengaño de su pequeña.

 
—Claro. De todas maneras no parece que vayamos a dormir mucho hoy, ¿cierto?

 
Apelo a la respuesta ingeniosa para lograrte una sonrisa, algo que me muestre a la chica avispada  y provocadora que tanto me gusta. No obstante, la tristeza ha contagiado tu rostro y en tu mirada únicamente vislumbro un pozo de aguas negras. Me encantaría rodearte y que desterraras esos ojos perdidos que acaban de aparecer, pero no quiero que pienses que trato de ser condescendiente contigo.

 
—¿Crees que volveremos a tener unas vacaciones como ésta?—prosigues con apenas un hilo de voz.

 
Tu frase resuena en mi cerebro cual diapasón. Como me temía, has tardado muy poco en ser consciente de lo que tu marcha a Francia podría significar. Ya en tu tono sospecho que yace la necesidad de escuchar una respuesta que te saque del miedo. El problema es que no encuentro alguna que no suene a mentira. Todo lo que puedo hacer es tratar de suavizar el golpe.


"..Acropolis" by elias filis (CC BY-SA)
—Nadie puede adivinar que va a pasar mañana—te digo intentando mirarte a los ojos—, pero sabes que esta habitación lleva nuestro nombre, ¿verdad?

—Eso no me consuela, amor—replicas apesadumbrada—. Además, esa es típica respuesta de político. Te conozco lo suficiente para notar cuando tratas de ser paternalista conmigo.

 
En eso tienes razón. Discúlpame, Helena, me has probado suficientes veces que tu mente es aún más deslumbrante que tu cuerpo. A estas alturas debería saber que no se te puede tratar como una tonta.

 
—¿Qué es lo que esperas que te diga—pregunto perdido.

 
Te acercas y juntas tu nariz a la mía. Tu respiración resulta tan intensa que consigue estremecerme. Tus ojos, antes esquivos, ahora se clavan en los míos y soy yo el que se siente un poco niño. Una enorme y forzada sonrisa se forma en tus labios.

 
—Dios, que estúpida. Perdóname. Por favor, perdóname. No debería hacer que esta noche terminase de una manera tan triste.  

—No hay nada que perdonar, preciosa. Entiendo que te sientas vértigo ante tanto cambio. A mí tampoco me resulta fácil.

—Sí, pero me avergüenza que me veas tan agobiada. Sabes que nunca he soportado pedirte nada, desde el principio era consciente de lo que era esto...

 
Arrugas la frente tratando de contener un llanto infantil que empieza a asomarse.

 
—Y el hecho,—prosigues visiblemente acelerada— es que me gustaba. Eras un descanso de la rutina y creo que yo también era tu escape de tanta vorágine. Disfrutaba con las conversaciones, las inquietudes que compartíamos y nuestras habitaciones de hotel. Jamás me importó que me hablases de Danae, e incluso admiraba que trataras de disimular los indisimulables celos que te sobrevenían cuando era yo la que te contaba que había conocido a algún chico interesante.

 
—Supongo que, a pesar de nuestros defectos, nos complementábamos bien.—te comento con leve desencanto.

 
—Sí, y no necesitaba más, Yanis. Hasta ahora nunca me había sentido egoísta respecto a nosotros. Pero no puedo evitar que…

 
Sin querer, una lágrima se te escapa traicionera y se estrella contra la almohada. Sobrepasada, empiezas a suspirar profundamente para tratar de mantener la compostura. Viendo como te ahogas en angustia, comienzo a  sentirme cada vez más pequeño, un vil escarabajo que se maldice por permitir que te sientas culpable.
¿Cómo puedes llamarte a ti misma egoísta? Tú que tanto insististe para que no dejase a Danae. Que me convenciste de que ella era demasiado importante para abandonarla por una locura de verano. Si alguno de los dos no estuvo a la altura, no fuiste tú. La primera vez que hablaste del tema, fascinado yo contigo tal que un adolescente, recuerdo sentir como si un boxeador se estuviese ensañando con mi estómago. No fue hasta que te vi junto a ella que entendí que no tenía nada que ver con el sentimiento que hacia mi profesabas, sino más bien con el enorme respeto que le tenías a mi esposa. “Ella es parte de quien tú eres, Yanis.”, afirmabas con la seguridad con la que se da clases a un infante. Y, con todo, descreído que era, seguí pensando que sólo actuabas de esa manera porque en el fondo seguías siendo una chiquilla, lo suficientemente ingenua para creer que las relaciones estaban más allá de convencionalismos o ataduras. Sin embargo, con el paso del tiempo, no he tenido más remedio que rendirme a la evidencia al irme dando cuenta de la solidez de tus convicciones. Y así, aprendiendo de tu admirable falta de ego, me he ido colgando todavía más de ti.

Incluso ahora mismo, con las mejillas hinchadas de la congoja y sin ropa que esconda tus defectos, sigues demostrando una generosidad extraordinaria para una cría nacida en este mundo ciego de tanto mirarse el ombligo. Que hayas tenido un momento de debilidad no hace otra cosa que confirmar que, detrás de la mujer que tanto he idealizado, hay una dulce chica que necesita lo que todos, un poco de cariño para las noches más tristes. Me niego a que te martirices pensando que hay algo malo en lo que estás ahora sintiendo.

 
—Helena, preciosa, deja de decir tonterías.—Te limpio con los pulgares los pequeños charcos que se te han formado bajo los ojos—Pero si eres la persona más desinteresada de entre todas las que he conocido.

 
Sonríes ante el cumplido, esta vez de manera sincera.

 
—Y, por mucho que suene egoísta—prosigo—, no quiero que pienses, ni por un segundo, que no iría contigo al fin del mundo y vuelta.

 
Eso te lo digo con total convicción, aunque puedo ver que no es suficiente. Ávido de acabar con tu tristeza, repaso la memoria en busca de algo que te devuelva tu risueño y habitual semblante. Tras descartar varias frases hechas y otras tantas promesas sin sentido, sin tener claro si es buena idea, resuelvo dejarme llevar por la ilusión y relatarte una historia que guardaba para mí; el mismo sueño que tuve la primera vez que te conocí, cuando aún no podía imaginar que acabaríamos enredados entre las sábanas. En él nos imaginaba perdidos en un gran viaje por tierras remotas, las mismas que conquistó Alejandro el Grande. Volando lejos del condenado ruido, sin ninguna maleta a la espalda.

 
Te cuento acerca de grutas escondidas, de paseos en camello y de frutas tan llenas de color que parecen de otro planeta. A cada palabra tu rostro se va llenando de emoción y las lágrimas empiezan a parecer una pesadilla remota. Ríes con los pintorescos habitantes de las islas y suspiras por las calas desiertas que casi nadie conoce. Para cuando ya no tengo más lugares que inventar, tus pupilas ya se han convertido en dos perlas brillantes.

 
  —Vayamos a esos sitios, Yanis. Vayamos a todos.

 
Con el amanecer llamando a la puerta, hacemos el amor por última vez. Pero, en esta ocasión, es diferente. Vamos despacio, descubriendo lo que creíamos saber de memoria. Sin el ansia que acostumbramos, sin gritos que nos impidan escucharnos respirar. Queremos que dure lo más posible, conocedores de que puede que no haya próxima vez. Donde antes te agarraba, ahora te acaricio suavemente, disfrutando de cómo se te eriza la piel al contacto de mis dedos. Y, casi sin darme cuenta, voy notando una sensación extraña al respirar, un agobio que nunca había sentido antes. Algo me hace sentir un irracional miedo si te suelto, pero otro aún mayor si no lo hago.
Maldita ironía, yo que pensaba que era el más enamorado de entre los griegos, darme cuenta, en el último momento, de que todo lo sentido hasta ahora no era más que un ensayo de este momento. Sin saber cómo, tengo la certeza de que, a partir de esta noche, algo ha cambiado en la manera en que te veo. Y que ni siquiera sé si seré capaz de mirar de nuevo a Danae a la cara.

 
Al llegar al orgasmo, nos dejamos caer exhaustos sobre la cama. Un rayo de sol se cuela por el balcón e ilumina tu rostro que duerme plácidamente sobre mi pecho. Tu pelo huele a casa y tu abrazo se siente abrigo. Notando el calor de tu respiración, voy cerrando los ojos y me dejo descansar en el sueño.

 
Un globo aerostático leva anclas escapando de la vigilia. Luego vienen dos y luego cien. Dejamos atrás las montañas de la Capadocia y ponemos rumbo a cualquier lugar. Sin otro límite que los puntos cardinales, el viento nos lleva a paraísos que nunca imaginamos, regando el trayecto de paseos sobre la arena, de bailes y borracheras, de noches sin techo y mañanas recortadas contra tu piel caliente como el Etna, dorándose bajo el sol.


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El estruendo de la puerta retumbando al caer al suelo me roba de la ensoñación vacacional. Algo atolondrado, con Trenet todavía susurrándome alegre al oído, observo cómo la gente empieza a entrar en tropel a la casa. A los ojos de cualquiera parecerían un río desbordado, pisándose unos a otros, con los rostros desencajados de tanto gritar. Pero yo, dulce Helena, contagiado ya de la serenidad que me ha dado rememorar nuestra habitación, sólo alcanzo a ver a niños jugando, moviéndose en un improvisado vals de trombones y violines. Entonces, guiado por la serenata, vuelvo a cerrar los ojos y a recostarme en la cama, junto a ti, disfrutándonos como dos críos a los que les importa un comino lo que pase fuera. Y río como el loco Zorba, porque esas últimas vacaciones fueron las mejores de mi vida.
 

Únicamente nos faltó bailar el Sirtaki.
 

17 comentarios:

  1. Muchas gracias Alejandro por regalarnos una historia tan magnifica. Te felicito

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  2. Me gusta como esta escrito. Con un ahorro de comas realmente envidiable. Son dos relatos entretejidos, el primero narra el encierro, el sudor, el miedo y cuanto que ayuda Danae en poner orden entre los refugiados ¿Quienes y donde? No lo sé. El otro relato es de unas fogosas vacaciones llenas de un sexo compartido sin culpas, pero sin destino. El mismo que se recuerda para huir de la situación cuando cae la puerta bajo el tropel. Un abrazo.

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    1. Gracias Carlos. Me alegro que lo disfrutaras. Mi intención era dejar bastantes pistas para que se enlazara con la persona real sobre la que se basa (Yanis Varoufakis, ex ministro de finanzas griego), que tan en boca está estos días en Europa. Lo curioso ha sido que, leyendo sobre él, he descubierto a su esposa Danae, una mujer verdaderamente remarcable, de la que se dice que incluso llegó a inspirar la canción "Common people" del grupo británico Pulp.
      Un abrazo amigo.

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  3. Monumental relato, la descripción de la joven Helena, los sentimientos plasmados de los amantes, la escenografía y las circunstancias que hacen tambalear el mundo del protagonista. Una rememoración estival de amor y frenesí que abarca de la "A" a la "Z" este mundo de letras evocadoras y placenteras. Un trabajo de estructura y contenido soberbio.
    ¡Abrazo, Alejandro! ¡Gracias, Maestro! :)

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    1. Gracias a tí, Edgar. Gracias por tu generosidad, tanto con este relato como con los anteriores. Un gran abrazo.

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  4. Excelente relato. Impresionante. De nuevo me quito el sombrero ante tu arte. Aparte del desarrollo original de la temática, la narración es impecable. Puede que tardes más o menos en escribir un relato, pero cuando lo haces con amor, con dedicación, con pulso, se nota, se siente cuando lo lees. Visualizas la obra de un artista, la de un escritor, que no la de un escribiente. En fin, para que más. Has creado una simbiosis entre dos puntos opuestos: el drama político, actual y el erotismo, la sensualidad.
    Un relato para leer con pausa, deleitándose en cada frase.
    Tengo que decir que yo mantengo como asignatura pendiente escribir un relato ambientado en Grecia (no en la clásica), sino en la moderna o contemporánea. Es algo de hace mucho tiempo, ya sabes, de esas imágenes que alguna vez se graban en tu cerebro en forma de semilla que algún día te prometes será una historia. Bueno, cuando llegue llegará, pero mientras tanto, el tuyo me ha encantado.
    Abrazos compañero

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    1. Gracias Isidoro. Jamás pensé que este relato tuviera tan buena acogida. Me alegro muchísimo de que lo disfrutaras. Te deseo lo mejor con tu relato griego. No lo dejes, que a lo mínimo que te descuides nos queman esa bella tierra. Un abrazo.

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  5. Ah, y has manejado el erotismo como nadie, con unas frases antológicas compañero. De nuevo mis felicitaciones

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  6. Dear,lo leí anoche y me entró lo que yo llamo "una infinita tristeza",por eso no te escribí nada.Gracias.
    Esta tarde lo he vuelto a leer,despacio,sintiendo,imaginando...tu sabes transmitir emociones,ideas,belleza-una extraordinaria belleza-con tus palabras,porque eres hermoso.
    Te diría,pero sería gilipollas,que no dejes nunca de escribir aunque te duela,aunque eso es cosa tuya...no?.J'aitemme.Rafiki.

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    1. Gracias Rafiki. Ya sabes que tuyo es el germen de esta historia. A ti te debo el haberme enganchado con estos personajes y haber vivido con ellos en la cabeaa este último mes. Y, por favor, que no te de tristeza ninguna, que estos griegos aman con todas las consecuencias, y nos demuestran orgullosos que no se doblegan ante nadie.

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  7. Hermosa historia con un personaje idealizado hasta el extremo pero cuyo narrador lo hace real, hasta tal punto que logra enamorarnos (al menos a mí). Por supuesto, eso es obra tuya, de esa calidad literaria que desprenden tus letras, Alejandro, y que a mitad del relato me hizo exclamar en un susurro: ''Qué bien escribe, hay que joderse''.
    Logras transportarnos a esa habitación y que percibamos un halo mágico, de ensoñación que envuelve toda la escena, expresando cada sentimiento sin vacilar, sabiendo lo que se hace, dominando la naturaleza humana.
    Solo me queda decir que las partes eróticas son brillantes por cómo están tratadas, con una sutileza y delicadeza lejos de lo obsceno, que se agradece.
    Un abrazo, Compañero.

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    1. Gracias Ricardo. Me dejas sin palabras, y eso que, como habrás podido comprobar, normalmente me sobran...
      Un abrazo crack!

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  8. me ha gustado el sabor intenso de tus letras
    gracias por
    Seguirme
    es un honor

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  9. Tu Helena es un escrito abierto a múltiples posibilidades, y también un poco desconcertante, pues has hecho un retrato de una situación límite en el que la imaginación del lector también interactúa. Al escribirlo en primera persona resulta más impactante. Nadie puede describir como nadie un dolor mezclado de pánico, como el sujeto directo (el que lo siente)…aunque me resulta difícil imaginar a un político romántico escribiendo una carta de amor y desespero (seguramente porque solo los conozco de verlos en la tele…y en la tele todos ellos, sean de la condición que sean, tienen cara de lagarto). Me resulta muy difícil, como lectora, compaginar estas dos imágenes del político frío y calculador recolector de votos (seguramente con asesor de imagen a su espalda procurando que case la corbata con el color de la tendencia que defiende)

    ¿Qué imagino?...Pues que lo pillaron en algo…y que el pueblo está alterado…y que la esposa lo apoya (simple comparsa política dando imagen de concordia familiar)

    Creíble la parte del odio del pueblo (el pueblo en masa es así, con su odio, y con su adoración)…aunque me faltan datos de la caída del ministro, sus circunstancias, los por qué, los cuando, los comos…tengo la impresión de que está inconcluso y hay partes en la que no reconozco tu impronta (salvo en los fragmentos musicales, que por lo que te llevo leído, eres más tú que nunca). No entiendo (porque no se explica) que invitados hay en la casa y por qué (si los cogieron desprevenidos)

    Muy buena la carta de desespero (salvo algunas explicaciones que para mi gusto sobran), habla del amor que siente por la destinataria…que está muy lejos.

    Muy buena la parte en la que su mujer (Danae) mantiene el tipo y la calma.

    El fragmento en que se hace el amor es tan bonito y especial que dan muchas ganas de quererse de esa manera.

    Y sobre todo la relativa calma del final de la carta, lo bien que está descrito el abandono de la lucha, la rendición.

    En definitiva…que hay partes que me han vuelto loca de lo sensibles y bien escritas que están…y partes que, a mi parecer, han quedado inacabadas.

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    1. Isabel, gracias por comentar este texto y mostrar, como siempre, un análisis tan detallado.

      Para mí, este escrito fue un punto de inflexión, ya que empecé a experimentar con un ritmo más pausado y contemplativo, que arrastro, para bien o mal, hasta el día de hoy.

      Lo que comentas del político... Yo soy el primero que se cabrea con los políticos, teniendo en cuenta que es un tema que me apasiona por lo que suele frustrarme bastante. Pero, muchas veces (no siempre) quiero pensar que detrás hay personas, algunas mejores y algunas peores, pero la mayoría con capacidad de enamorarse pese a su asesor de imagen.

      El caso que nos ocupa, quise hacer muy visible que estaba hablando de Yanis Varoufakis, el que fue ministro griego, que, bajo mi punto de vista, es de los políticos más íntegros e inteligentes que he oído. Esta historia recrearía una situación futura, en la que el pueblo griego, ahogado por las políticas de austeridad de la UE (han estado ya muy en el límite), se lanzan a la calle a por los culpables (ten en cuenta que Syriza, el partido de izquierdas en que estaba Varoufakis, prometió un giro en la situación pero la Merkel no se los permitió), y Yanis y Danae (el nombre real de su mujer) los habrían acogido en pos de intentar salvar alguna vida.

      A día de hoy, leyendo a tu Lucía, me doy cuenta de lo frágil que es escribir un texto sin contar dentro de él el contexto socio político. Se corre el peligro de que, cuando el tema deje de estar de actualidad, o el lector no lo conozca, se pierdan muchas cosas. Tú sí introduces ese contexto en las conversaciones entre tus personajes, haciendo que el relato sea atemporal. Creo que este Helena tendría problemas para entenderse dentro de un tiempo (incluso ahora, ya casi no se habla de Grecia en las noticias).

      De todas maneras, ya te dije que es imposible que nuestros textos nos gusten al 100%. Yo me contento con que haya partes que te han gustado mucho, y trato de poner en perspectiva las que te han gustado menos, a fin de aprender y buscar la manera de mejorar el contenido.

      Muchas gracias, Isabel. Un gran abrazo.

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