miércoles, 8 de junio de 2016

Relatos: PIGS. Capítulo VI. Cogorza.

Antes de nada, disculpad el retraso, estos días apenas encuentro hueco para hacer las revisiones y por eso ser retrasan las entregas. Pero, por fin, aquí llega el 6º capítulo de nuestros queridos cerdos. A falta de un episodio, Frank nos
desaconcertará con un rocambolesco análisis de los deseos más primarios. Sexo, cine y algún que otro reproche se dan la mano en esta antesala del gran final.
¿Hace otra copa?

Nota: En el texto hay 'spoilers' de la película Cinema Paradiso. El que avisa no es traidor.

Capítulos anteriores:

I y II. Cóctel de bienvenida y Primera copa.
III. Ronda de chupitos.
IV. Juegos de beber.
V. Barra libre.

Como siempre, recomiendo leerlo escuchando de fondo la Playlist musical:
 Tom Waits for PIGS

Aquí un par de ejemplos:




 






PIGS

VI – Cogorza

Hay horas en la noche en que todo parece tener una cadencia muy particular. Desde hace un rato, el cantar de las chicharras lleva colándose desde la puerta del baño, un vibrato en compás uniforme que resuena cada vez que alguien se levanta a cambiarle el agua al canario. Tras la barra, en un descanso de mi labor de comentarista, me entretengo observando el decrépito reloj de pared que se eleva sobre la estantería de las bebidas. En una imagen que ya ha empezado a olvidar el color, una joven anuncia una importante marca de refrescos en pose seductora. Además de la encantadora sonrisa, únicamente lleva puesto un bañador estilo marinero, de los de hasta las rodillas, el típico que seguro ponía a tono a nuestros abuelos. Si se fijan más en detalle, descubrirán a la pizpireta muchacha guiñándonos un ojo de pestañas sombreadas, al tiempo que mueve su brazo que hace las veces de minutero. Y así, ensimismado en las curvas que asoman en las caderas de la ‘pin-up’, voy, poco a poco, dejándome mecer por el vaivén de los diferentes sonidos. Al ritmo del ‘cri-cri’ de los divos insectos, el repicar de la peculiar aguja juega a acompasarse con el murmullo de las escasas conversaciones que aún nos acompañan; una tos seca por años de vicio que se adelanta al ‘chin chin’ de algunas copas incansables; un hilo musical casi imperceptible tratando de hacerse notar con un aullido de saxofón in crescendo. Y como escenario, una espesa cortina onírica, humo de hilos danzantes que juegan a inventar sombras chinescas, ocultando con sus formas algún que otro labio que se muerde con remordimiento, dudando si lanzarse a entonar sus penurias en una melodía. Viajando a lomos de la niebla, los “Mi jefe es un capullo”, “Mi mujer me engaña”, y los “Todo es una mierda” se mezclan en esta sinfonía imperfecta, una que edulcorada con unas cuantas copas de más, bien podría ser una canción de Frank.
En definitiva, todos los instrumentos en posición esperando al hombre orquesta, a que la última partitura dé comienzo.
 
Mientras Zulema va apagando algunas luces, dejo de lado el reloj y me dedico a hacer la cuenta de la caja. No es ninguna sorpresa que hoy tampoco llegue ni para cubrir los gastos. A este paso puede que pronto tengamos derecho a pedir subvenciones como centro de caridad. No sería tan descabellado cuando, al fin de al cabo, ayudamos a pasar la noche a pobres almas solitarias como las suyas.

Pero no dejen que la deprimente situación económica del lugar les distraiga de lo importante. No me perdonaría que se perdieran el final de esta historia, el montante de su propina depende de cuan satisfechos acaben con el epílogo de nuestro cuentacuentos. Ahí lo tienen, levantando la mano para pedir otra ronda. Les dejo, no vaya a ser que la tome con ustedes por retrasarle la comanda.

— ¡Mateo, ponte otra ronda por aquí! — se gira hacia los chicos— Qué seguro que con otra copa les empieza a gustar más lo que les cuento.

Ellos se ríen con timidez, que con la que llevan encima ya les hace gracia cualquier cosa, hasta la saliva se les habrá convertido en alcohol. En vista del nivel etílico, me permito traer junto con la bebida una pequeña dosis de vacile.

— No sabéis la suerte que tenéis de conversar con el gran Frank. — les suelto con cierto recochineo — Yo de vosotros afinaría las orejas.

Se limitan a asentir como buenos samaritanos mientras tratan de contener una nueva carcajada. Me recuerdan a los niños de la escuela tratando de disimular una trastada. Entre nosotros, no les niego que me da un poco de envidia no estar ahora mismo sentado con ellos.

— ¡Pero mira que eres pelota, chaval! — me responde el músico — Si estás esperando un extra en la cuenta, ya deberías saber que eso no va con mis principios.

— Con que pagaras lo que tomas, ya me daría por satisfecho.

Chúpate esa, Frank. Eso te pasa por ir de chuleta con tus nuevos amigos.

— Touché, chaval. — asiente con la cabeza gacha. Pillado in fraganti ni siquiera ha conseguido encontrar un aforismo con el que contrarrestar.

Satisfecho por la momentánea victoria (ya me la devolverá con creces), me retiro triunfante, el mentón en alto y el paso firme, que ojalá Zulema me haya visto. Si no fuese el caso, cuento con ustedes para que hagan correr la leyenda. No escatimen en adornos, por favor.
Aunque no nos centremos en mi rutilante réplica y vayamos con la cuadrilla. De regreso a la mesa, tras unos minutos de burlas por parte de los chicos al recién humillado músico, y media copa mediante, Frank está preparado para retomar su clase maestra.

— Bueno señores, — comienza meloso— está claro que la metáfora de la canción no fue quizá la más acertada. ¿Me permiten mostrárselo desde otra perspectiva?

— Somos todo oídos. — le responde un Víctor sorprendentemente distendido.

— Bien, entonces saquemos al monstruo del armario ¿Por qué creéis vosotros que los tíos siempre perdemos la cabeza por las chiquillas?

Víctor no puede evitar poner una sonrisita de satisfacción. No me negarán que son todo un espectáculo; un borracho preparándose para dar lecciones a sus acólitos sobre la idealización adolescente del sexo. Apuesto a que Freud se está revolviendo en su tumba

— No sé, ¿mejores tetas, un culo de infarto? — evidencia el joven muy seguro de sus palabras.

— ¿En serio esa Sara le aguantó casi dos años? — pregunta Frank a Carlos.

— Ya ves, la chica al final era una santa.

Víctor suspira ante el enésimo ataque a su persona. Al menos está tan borracho que el mosqueo le dura un buche al whisky y enseguida vuelve a poner cara de bobo, de estar a punto de abrazar a todo el bar.

— Y tanto. —ríe el cantante— Pero, dime ¿tú qué opinas? Sobre lo de ir detrás de las faldas de colegiala, digo.

— Bueno Frank, — expone el de las gafas haciéndose el erudito— si lo piensas con lógica, el hombre siempre busca una mujer más joven por aquello de la fertilidad. Es un tema de supervivencia. Que nos pongan más las de veinte que las de treinta es pura evolución.

Frank hace una mueca de desagrado con la boca.

— ¡No me vengas con tus mierdas de teorías de empollón, Carlitos! Para darme la tabarra ya tengo a mi hijo que hasta se sabe cómo follan las flores.

— Y seguro que lo hacen más que yo— replica Carlos con ironía.  

— La vida de casado apesta, ¿eh? No, si al final necesitas tú más terapia que aquí tu primo.

— Oye, que yo no necesito terapia,— se queja Víctor, el cual salta en la conversación al intuir que los palos van a volver a ir en su dirección— que acabo de decidirme y ahora me voy a cepillar a todo lo que se mueva. Voy a estar en el puto séptimo cielo.

— Pues ten cuidado a ver si te equivocas de culo, amigo. — se burla Frank— Qué no se puede ir sacando la picha por ahí y no encontrarse sorpresas.

— Muy gracioso, Franco — responde el chico con un desaire.

— Ya me estás otra vez tocando los cojones con el nombrecito, chaval.
 
— Pues aplícate tú el cuento — exclama tronchándose. —Qué nos has llamado ya de todo, que si Charlie, que si Victorcito...

A pesar del tono claramente benigno del jovencito, Frank no parece haber pillado la broma.

— ¡Me vienes ahora con esas, en mi propia casa! ¡Mira que me levanto y os dan a los dos!

De manera totalmente inesperada, el tipo empieza a rugir cual animal encabritado. Si su voz rota ya tiene presencia en el escenario, imagínensela a pocos centímetros de su cara, justo después de haberle hecho enfadar. Evidentemente, el chico cambia súbitamente la expresión ante el desplante. Si bien hasta ahora le había aguantado los envites, la cólera que muestra esta vez su contrincante consigue que, en pocos segundos, se evapore el color rosáceo de sus mejillas y hasta le castañeen las rodillas. Frank lo observa sin mover un músculo, mirada de perro rabioso, escrutando al chico y preparado para lanzarse sobre la yugular.
Una situación peliaguda, que, sin embargo, resulta no ser otra cosa que una nueva patochada. Y es que no pasa ni un minuto y, de la misma repentina manera que había empezado todo el lío, el músico rompe el rictus y estalla en carcajadas.

— Macho, — se desternilla— tenías que haberte visto la cara. ¡Si es que os pillo siempre! ¡Ay, qué niños me sois todavía!

Los primos, aún algo nerviosos, tratan de seguirle en la risa, un torpe intento de disimular el agobio que acaban de experimentar. Otro maldito cuento del artista del engaño, un juego que me temo un día va a costarnos el infarto de algún cliente.

— Joder, Frank. — respira Víctor sofocado — por un segundo creí que te liabas a guantazos.

—Tranquilo Vic, sólo te estaba vacilando un poco, yo a golpes sólo con la almohada, que aquí dónde me ves soy un blando. Pero, qué quieres que te diga, es que no lo puedo evitar, uno ha nacido cabroncete, y encima la santa madre no le bautizó de la mejor manera…

— Tranquilo, que no se me olvida ya, — responde el gordito con sarcasmo— por la cuenta que me trae.

— Ya, ya… — se excusa — Pero no es mi culpa, es que os tragáis todo.  Bueno, a lo que iba, que me liais y no termino.

Entiendo que les haga gracia lo que el tipo afirma con todo el morro. Que le lían, dice. Cómo si le hiciera falta excusa para darle al palique.

— El hecho—continúa narrando— es que, da igual que seas un imberbe o un vejestorio, que te pones como una moto cuando ves a una chiquilla. Digamos adolescente, digamos mejor en la universidad de aquí el amigo, no vayamos a tener problemas.

Se recuesta sobre la silla y vuelve a sacar un habano de la chaqueta. Mientras da un par de caladas, los chicos piden otro par de tubos, supongo que para entonarse de nuevo y dejar atrás el disgusto de hace un instante. Recortados por la lumbre de la pequeña lamparilla, queda la imagen de los tres pistoleros, frente a frente, tomándose un momento de silencio para coger fuerzas para el siguiente salto. Una pelea que se va a disputar en un triángulo perfecto de lujuria, mentiras y canciones cargadas de decepción.

— Pero ¿sabéis por qué nos volvemos idiotas? — insiste Frank.

— Esa parece fácil. — contesta Víctor— Te diría que es porque pensamos con la polla, pero contigo nunca se sabe, así que, por favor, ilumínanos.

— Vaya, vaya  pues sí que me vas conociendo, amigo. Por cierto, ­— se mete la mano en la chaqueta y saca otros dos puros — probad estos, que los tengo que gastar, que el día que me registren la americana me deportan.

Carlos estira la mano para coger uno. Su primo, en cambio, rechaza el ofrecimiento.

— No gracias, Frank, lo estoy dejando.

— Esta noche no, niño. Esta noche no se deja nada.

En la mirada del músico, aparece una expresión blanda, casi entrañable. El chavalito, que va ya más puesto que en fin de año, está a punto de echar la lagrimita.

— Bueno, bueno,— interrumpe Carlos— no nos pongamos moñas. Qué estábamos hablando de las tías y vamos camino de acabar abrazaditos.

— Tiene razón tu primo, que si seguimos así te vas a ir a casa igual que has venido, y no es plan.

— Con la que llevo encima —evidencia Víctor al tiempo que le bailan los ojos. — te aseguro que llegar a casa será una auténtica aventura. ¿Pero no nos ibas a decir por qué nos volvemos idiotas?

— Claro que sí, Vic. Claro que sí. Pero no tengas prisa, deja que te lo ilustre con un ejemplo.

— Qué sorpresa que no vaya al grano… — susurra el joven a su primo entre dientes.

Frank se remanga la chaqueta y vuelve a avivar el cigarro, ya casi apagado. Los otros le siguen en el gesto y, en un momento, ya están rodeados de una espesa nube de humo blanquecino que los hace prácticamente invisibles para cualquiera que esté a más de un par de metros. Menos mal que me tienen a mí para que les transcriba la conversación.

— Para que lo visualicéis, —comienza Frank— Es como en la peli esa, la del cine Paraíso, ¿sabéis cual os digo?

— Yo sí. “Cinema Paradiso” — dice Carlos.

— Pues yo, ni puta idea.

— Si hombre, la del viejo y el niño que tienen un cine y el viejo se queda ciego y luego el niño vuelve ya pintando canas...

Víctor sigue poniendo cara de no enterarse de nada. Frank levanta las palmas en una señal que bien podría interpretarse con un  “No te preocupes, que para eso estoy yo”.  

—  Pues mirad, — continúa con ritmo pausado— cuando Totó, que es el crío, vuelve a su pueblo, se encuentra con que Alfredo, que es el viejo, le ha dejado una película con todos los cachos buenos.

— ¿Los cachos buenos? — se extraña Víctor.

— Sí, hombre, los besos y las guarradas que quitaban los curas de las pelis de antes.

— No le hagas caso a este, — comenta Carlos con hastío—  que la ha visto pero fijo que ni se acuerda.

El músico mira con los ojos entrecerrados a Víctor, como si lo hubiese pillado en una fechoría.

— Ay Vic, que hay que ir salir más al cine, que no todo puede ser el porno...

Frank se ríe para sí mismo, encantado de sus ocurrencias. Por su parte, Carlos mira a su primo con resignación y le lanza un dedo acusador.

— Tanto profesor de universidad, y siendo yo barrendero, tengo mucha más cultura que tú.

Tópicos de clases sociales. Atención, espectadores, nuestros amigos han subido de categoría y han ascendido a la elegancia personificada.

— De qué te sirve, ¿te ayuda ‘Chopenjagüer’ a limpiar la mierda? — desafía Víctor.

El alborozo y el pitorreo que se monta en la mesa, acaba con la primera copa en el suelo. Los cristales se esparcen en mil pedazos, pero ninguno de los tres le hace el menor caso, demasiado ebrios para que les importe un carajo. Si no fuera por ustedes, les prometo que aquí les liaba la de “Dios es Cristo”.

— Te estás entonando, Victorcito. — le alaba Frank. — Pero no nos desviemos de nuevo, que pierdo el hilo.

— Venga, venga, sigue contando.

— Por donde iba… Ah, sí, pues eso, que ahí está el Totó, que se pone a ver los trozos picantones y eso, y al final acaba llorando a borbotones, como un niño.  Pero no en plan mal ni nada, sino de rollo melancólico, ¿me captáis?

— Yo lo único que pillo es que al tío lo llaman como el perro del mago de Oz, que hay que tener cojones. —comenta Víctor irónico.

— Es que, el final daba mucha pena. — apunta Carlos sin hacer caso a su primo— Que el chaval quería mucho al viejo.

— No, no, no y no, — se ofusca  Frank— siempre la misma lectura simplista. Ahí está el problema, que no entendemos una puta mierda, sólo vemos lo que está en la superficie.

Hace una pausa y toma aire para tranquilizarse un poco.

— El tipo no llora porque se le ha muerto el carcamal, que eso ya lo sabía de antes. Llora porque la peli le hace sentir cosas que creía olvidadas.

— ¿O sea que llora por qué se ha empalmado? — pregunta Víctor con picardía.

— Claro que no, por eso no se llora. El tipo se emociona porque vuelve a sentirse un chaval otra vez, y en el fondo le parte el alma darse cuenta de que ese tiempo ya ha pasado.

— Frank, colega, — replica el de las gafas— no creo que la película quisiera contar eso.

— Que cojones que no. Si sólo tienes que ver como vuelve el tío, un triunfador estirado, más vacío que una nuez podrida. Deseando volver a vestirse con harapos, oler a estiércol y pasar las tardes viendo pelis.  

— Ya, ¿pero qué leches tiene que ver eso con lo de las tías? — argumenta Víctor al borde de la exasperación.

— ¡Pues todo, amigos míos! ¡Todo! ¿No os dais cuenta?

Los dos primos se miran con desconcierto. El delgado, algo más sobrio que su acompañante, carraspea y toma la palabra.

— De verdad, que esto de los ejemplos, no termina de cuajar. Con la tajada que tenemos encima vamos a necesitar algo más concreto, tío.

— ¡Si está muy claro! — vocifera— Se trata de recuperar la esencia de las cosas. Con las mujeres nos pasa lo mismo que al Totó. Claro que nos gusta un cuerpo atractivo, una cara bonita. Por supuesto que es ver un trasero bien plantado y notar como sube el fuego por dentro. Pero nuestra ansiedad incontrolable nos hace creer que correr como animales para tirarnos a una chiquilla nos va a devolver el tiempo que hemos perdido.

En ese momento, Frank ya no para de hacer aspavientos con los brazos, visiblemente eufórico.

— No nos damos cuenta de que Alfredo ha muerto, ¡qué no va a volver! — sentencia al borde del éxtasis.

— A ver, déjame que trate de descifrarte ahí ¿Estás diciendo que queremos follarnos a veinteañeras porque queremos volver a ser niños?

— No a ser, Carlitos, simplemente a sentirnos. Dime, ¿cuántos cuarentones conoces que no estén amargados, con el careto todo el día?

— Y ni siquiera hace falta llegar a cuarenta... — afirma quitándose las gafas con visible decepción.

— Pues eso, amigos míos, yo creo que soñamos con que agarrados a ese culito juvenil, vamos a sentirnos como ya ni nos acordamos. Que nos la vamos a camelar, que se va a enamorar de nosotros, folleteo a todas horas y que, a partir de ahí, todo va a ser un camino de rosas.

Carlos asiente solemne. Víctor, en cambio, se rasca el mentón, tratando de buscar un sentido a la filosofía de Frank.

— Lo siento tío, no te cabrees, pero no lo compro. Y de verdad que me mola tu rollo en el que vas de profundo, con tu aire de músico maldito y todo eso, pero creo que en el fondo eres como todos, y te gusta un bombón como a los demás.

— ¿Y cuándo he dicho yo lo contrario? ¿Crees que no me comería un pastelito, por ejemplo, no sé, la espectacular camarera?

Frank señala de nuevo a Zulema, la cual está absorta leyendo mensajes en el móvil tras la barra. Menos mal, porque si se hubiese dado cuenta de que están hablando de ella, les habría regalado una buena marca en la cara. La morena no es de las que se anda con chiquitas.

— Vale, — prosigue Víctor — pero entonces ¿por qué tratas de justificar el calentón hablando de infancia? Cómo frase de Paulo Coelho te queda de puta madre, pero, qué quieres que te diga, no deja de sonar a libro de autoayuda más que a un consejo que me vaya a valer de algo.

— Y decías que tú primo no tenía cultura, ¿eh Charlie? Coelho, ni más ni menos, el rey de las frases hechas. Qué he hecho yo para tener tal honor.

— ¿Dar más vueltas que una peonza? — le contesta el gordito como si fuera lo más obvio del mundo.

— De acuerdo, muy agudo. No se puede decir que no me lo he ganado. Pero ya está, ya no os voy a contar más metáforas, ni os voy a endulzar la realidad con estrofas propias de una canción. De veras que quiero que saques algo positivo de aquí, amigo.

Decía Aristóteles (no se extrañen tanto, los camareros de hoy tenemos estudios), que no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. Intuyo que, a su particular manera, es lo que Frank lleva intentando toda la noche, y por eso ha reservado el gran final para desenredar la madeja. A pesar de ser un retorcido manipulador, tengan claro que pretende ayudar a los chicos, particularmente al triste gordito abandonado. Quizá sólo para ponerse la medalla de salvador, pero a fin de cuentas quiere hacer bien las cosas.

— Joder, tío. — exclama Víctor con una risita nerviosa — Y yo que pensaba que venir a este bar me iba a deprimir todavía más. Ya verás que al final te cojo aprecio y todo.

Los dos, almibarados por el exceso de copas, se funden en un aparatoso abrazo, de esos de palmada en la espalda y sin tocarse demasiado, vaya a ser que dudemos de su supuesta hombría.

Al tiempo que vamos llegando al final, les pido que se detengan un minuto y se fijen en la manera en que esta historia se va acercando a su conclusión. Tal y como habrán ido apreciando, paradojas de los bares, el despiadado lobo que hasta hace bien poco disfrutaba manipulando y burlándose de su indefensa presa, ahora casi se diría que lo que siente no es otra cosa que compasión del triste cerdito; un puerco que incluso después de haberse revolcado en otro barrizal sigue pensando que el mundo se ha cebado con él, una pobre víctima arrastrada al matadero.

Cuando les dije que iban a echar un vistazo a la podredumbre humana, no les engañaba.

— Escuchadme bien; —engatusa el músico— poneos el ‘sonotone’ si hace falta, pero escuchadme bien. Lo que os voy a contar ahora es algo que nunca he contado a nadie, un secreto que esperaba llevarme a la tumba. Sólo así aprenderéis de las cagadas de uno que es más viejo que vosotros… y más canalla.

 (Continúa...)

16 comentarios:

  1. Menudas ocurrencias tiene Frank. Todavía me estoy riendo con "Para darme la tabarra ya tengo a mi hijo que hasta se sabe cómo follan las flores". Y cómo consigue llevar a los pobres chicos adonde quiere. Pobre Victor. Lo que tiene que aguantar.

    Me gusta mucho cómo en la conversación se va notando el paso de la noche. La conversación va transformándose sutilmente desde el primer capítulo.

    Y, ¿cómo no?, tu gusto por el buen cine se deja ver en toda la historia, pero, sobre todo, en este capítulo, con esa referencia a Cinema Paradiso.

    Cuando lo termines, prometo darme una segunda lectura de toda la historia de un tirón.

    Un beso, Alejandro, y enhorabuena.

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    1. Gracias Ana, por ser tan fiel a esta historia. La idea, como bien dices, es que cada vez fueran desbarrando más, al menos hasta este punto, que ya en el siguiente abordamos ya un punto más serio.

      Lo del cine, ya sabes que es mi pasión, y Cinema siempre fue una de mis debilidades (de hecho es la película favorita de mi padre).

      Ana, de nuevo muchas gracias por tu apoyo, y en cuanto acabe me leo el nuevo tuyo, prometido. Un beso grande.

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  2. El vibrato en compás uniforme que resuena cada vez que...habla del músico que llevas dentro. Oye...que estoy enganchada y creo que te has dejado llevar en esta seria sacando tu esencia más canalla. Me gusta mucho. Cuando los pongas en TR hazlo por capítulos no demasiado largos...es que quiero que te lea todo el mundo, que me siento orgullosa y me gusta presumir de ti, Alejandritis se llama. Ya te haré comentarios en regla cuando toque. Ahora a ver si soy capaz de que se publique este comentario. Isabel.

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    1. Mil gracias Isabel. Lo que me dices de la música, me hace mucha gracia, porque es algo que siempre he sentido. Lo que pasa es que no tengo ni idea, ni talento para ello, pero aún así ya desde pequeño componía mis canciones (que no revelaré ni bajo tortura), para terror de mis allegados.

      Lo del lado canalla, es algo que me dice mi amigo Ángel (también escritor), que le sorprende cuando lo saco a pasear en los escritos. Y es que él que me conoce personalmente, no ve de dónde puede venir, porque, para ser sincero, yo soy un poco muy blandito. Lo que pasa es que en mi fuero interno me hubiera gustado ser ese canalla, rockero y seductor. Me quedaré con lo de imaginarlo en la piel de Frank, una especie de alter-ego de la parte que nunca fui...

      Poe último, lo de TR, pues no sé como lo voy a hacer. Seguramente estos siete capítulos, que los colgaré a la vez, para que cada cual elija como leerlo. De todas maneras no te preocupes si se lee poco, ya he aprendido que mi carácter y la popularidad no van muy bien, así que casi mejor que me lean pocos pero bien. Y por cierto, lo que me dices de orgullosa... pues que muchas gracias, que me emociona de sobremanera, y que para mi es un poco como si me estuviera felicitando una escritora consagrada (porque ese es tu nivel, Maribel).

      Un beso grande, Isabel, y gracias de nuevo.

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  3. ah mira pues sí...ya le voy pillando el "tranquillo" que decimos por aquí :)

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    1. Por aquí también lo decimos, será que de Despeñaperros para abajo, las islas incluídas, todos somos un poco parecidos...

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  4. Entiendo muy bien cuando dices que se trata de un experimento. Se trata de un relato bastante largo para tener como base el diálogo que presentas. Es una apuesta arriesgada, como tú muy bien dices. Si embargo, es en estos retos donde se aprecia toda tu capacidad como escritor. Esto podría ser (teniendo en cuenta tus gustos ya me imagino que no era tu intención) una obra de teatro en toda regla. El diálogo es ágil, vívido, engancha y nos arrastra, la conducción de Frank es magnífica y la presentación del cuarto actor es la guinda del pastel. Me han gustado mucho las referencias al cine, como dice Ana, se nota que te gusta y sabes aprovecharlo.
    El difícil equilibrio entre divagar y profundizar en una conversación de barra, dándole a la vez un toque entrañable, sarcástico, real... En fin, lo dicho, espero impaciente el último capítulo
    Un abrazo

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    1. Millones de gracias Isidoro. Eres junto con Ana el que está desgranando todos los capítulos con precisión de cirujano, y no te haces una idea de lo que me ayuda eso.

      Me congratula ver que entiendes porque creo yo que es un experimento. Como bien dices, el tema no da para tanto, y en teoría, una historia tan limitada, alargada tanto, está destinada a fracasar. Pero siempre hay excepciones y es entonces cuando me acuerdo de alguna película (como señalas el teatro no es lo mío) que se basa en este concepto, como "Coffee & cigarretes" de Jarmush o incluso, si me apuras, una parte del cine de Tarantino, y recuerdo lo genial que me parecía siempre esa sensación de estar en medio de una conversación trivial, da igual que no me estuvieran contando nada.

      Por eso quería ver si yo era capaz. Espero que al final del cuento, al menos tengáis la sensación de que el viaje ha sido, como poco, entretenido.

      Un gran abrazo y de verdad gracias por los comentarios.

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  5. Los diálogos no pierden ni brillantez ni fluidez, y la historia no decae sino que toma intensidad.Y me estoy dando cuenta de una cosa, el autentico manipulador no es Frank,un pobre diablo, el manipulador real es ese camarero que es quien nos esta llevando por donde el quiere...

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    1. Muchísimas gracias Rafa. Aprecio mucho tus impresiones y, tal como apuntas, el narrador también se las trae. Nunca se sabrá si lo que nos cuenta es realmente de esa manera, al menos los que no estuvieron allí se quedarán siempre con la duda. En cambio, los que estábamos tomandonos un whisky en la esquina, lo hemos visto todo con claridad, y no sé tú, pero yo creo que en realidad el camarero exagera y Frank es un cacho de pan. ¿no crees?

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  6. Me parece muy acertado el comentario de Ana de que los diálogos se van transformando según avanza la historia. Ahora los tres se tratan como si se conociesen de toda la vida, hablan con más confianza y de temas más íntimos. Los diálogos son muy fluídos, aunque van y vienen de manera a veces un tanto dispersa sobre los temas, supongo que de forma muy intencionada pues como comentaste en alguna ocasión tu intención era hacer de ellos algo lo más natural posible. Nos dejas con la incógnita de la nueva historia que va a relatar frank. Se acerca el final.

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    1. Gracias Jorge por seguir pasándote por aquí. Ciertamente, como dices, buscaba la naturalidad a través de la dispersión típica de la conversación real, más aún si está aderezada con alcohol. La duda que tenía, y sigo teniendo, es hasta que punto esto es válido o adecuado para la literatura. No tengo muy claro si mete más en la historia o saca.

      Espero que te quedes satisfecho con el final que Frank ha preparado. Si no, en este bar hay libro de reclamaciones y chupitos gratis. Y además el tipo hasta te canta un bolero si hace falta.

      Fuera coñas, muchas gracias por dedicar tiempo a este invento tan largo y por los certeros comentarios.

      Un gran abrazo.

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  7. Buenos y "pigueantes" días compañero. Voy a mi ritmo en la lectura, es cierto, pero más vale tarde que nunca. A medida que las copas caen y los personajes están bien alcoholizados, surgen esas conversaciones de tipo..."trascendental" sobre la vida. Y los veo naturales, síntoma de que al menos alguna vez te has pillado una buena tajada (culpable yo también), y recuerdas algo de lo hablado en ese estado.

    A falta del broche de oro, aquí sigo leyéndote encantado. No dejo de pensar que Frank seguirá con su triste existencia al final de la historia (triste por la construcción hecha del personaje me refiero), pero sin embargo puede lograr que estos dos chicos salgan mejor de ánimo de lo que entraron, y eso es una buena victoria. Si además le pagan al camarero la kilométrica cuenta, ni te digo ya jaja. ¡Un saludo!

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  8. Gracias José Carlos por tus palabras. Tajadas no he pillado muchas, por desgracia, pero sí he sido partícipe de muchas de estas conversaciones, algunas tan absurdas como ésta sin necesidad de alcohol, y es que cuando hay alguien que quiere desahogarse, da a la lengua que da gusto.
    Espero que te guste el 'broche de oro' y te deje satisfecho como para salir de este bar con una sonrisa.

    De nuevo, mil gracias por pasarte y dedicar tu tiempo a esta panda de borrachuzos. Un saludo, crack!

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  9. Voy poco a poco metiéndome en estas conversaciones del bar. T ahora cuando se bebe más y la cogorza es importante vuela algún vaso de la mesa y se hace añicos. Las conversaciones trasciende en cuanto a las mujeres y el cine. Veremos que nos depara el siguiente y último capítulo. Un abrazo

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