viernes, 27 de mayo de 2016

Relatos: PIGS. Capítulo IV. Juegos de beber.

Os dejo con el cuarto capítulo de esta odisea borracha entre Frank y sus acólitos.

Pongo por aquí los enlaces a los capítulos anteriores:

Capítulos I y II
Capítulo III. Ronda de chupitos.

También os dejo con la playlist de la música de Tom Waits seleccionada para esta historia, y os saco un tema a los perezosos que no os apetece entrar en la lista.

Playlist: Tom Waits for PIGS







Gracias por seguir este experimento. Sentíos libres de criticar lo que veaís, si se os hace pesado incluso, pues una de las funciones de este experimento es ver hasta que punto puedo abusar de los diálogos sin llegar a hartar.

Gracias por el apoyo.

PIGS

IV – Juegos de beber

“El show debe continuar” cantaba Mercury ante un estadio de Wembley entregado. Y esa ha sido siempre la máxima de Frank desde que lo conozco. Habitualmente no sabes donde empieza el personaje y donde continúa con el siguiente. De la persona, ni rastro.

Aunque crean haber sido partícipes de una inspirada genialidad, déjenme revelarles que no lo es tanto. Este hombre no es de los que deja nada a la casualidad, ni el tono musical perfectamente calculado, ni la melancólica letra, en sintonía con una conversación hábilmente dirigida hacia donde a él le interesa. Ahora mismo apuesto a que se siente todo un ‘Rock Star’, igualito que Freddie. Le falta el estadio a rebosar, pero quién necesita eso teniendo a dos ingenuos mediocres bailándote el agua, ¿verdad?

Sin embargo, queridos voyeurs, tratemos de no soltar el hilo y prestemos atención de nuevo a la mesa, no nos haga la retórica perdernos parte de la fiesta. Ahora en nuestro apartado rincón, terminada la actuación estelar, ha llegado el tiempo de los piropos, los “oye, pues no eres tan malo después de todo”, un par de palmaditas de felicitación y otra ronda a cuenta de la casa, y ya van.
Frank se ha garantizado nuevos seguidores y eso para él es motivo suficiente de celebración.

Tras dejar atrás algunos momentos algo tensos, me atrevería a afirmar que el ambiente entre los tres ha pasado de mar picada a calma chicha. Brindis de amistad, alguna que otra coña y más de una mirada cómplice en dirección a mi pobre compañera, dan fe de ello. Con tanta camaradería incluso los ojos apagados del jovencito han recuperado cierta luz perdida. Si se plasmara la estampa en un cuento no quedaría más azucarada.

Sí, ya sé que esto no es por lo que han estado esperando. No se preocupen, Frank es un morboso por naturaleza, y con esta alegría no puede poner en práctica el paternalismo y la chulería de los que tanto se enorgullece. Habiendo obtenido ya su aplauso, no hay razón para alargar más una conversación que ya se le antoja aburrida. Así que no pasa mucho hasta que vuelve a la carga.

— ¿Cómo la conociste? —pregunta de sopetón— A Sarita, digo.

— No es nada original. — Víctor arrastra las palabras que parecen pesarle en una lengua adormecida por el alcohol— En el último año de facultad era la más buena de clase, ya me entiendes, y bueno, un día de borrachera…

— ¿Y hubo tema?

— Bueno, esa noche no pasamos de un par de agarraos y la mano en la cintura.

— Ni que estuvieras en los sesenta, niño. Yo pensaba que vosotros los jóvenes, eráis de los de “aquí te pillo, aquí te mato”.

— Bueno, quizá si hubo algo de toqueteo de culo y un leve arrime, pero por encima del calentón había un respeto.

— ¡Qué respeto ni que ocho cuartos! — interviene Carlos — Si la chica te hubiera dejado, te habrías lanzado a la yugular. Te conozco bien, primo, y a Sara ya ni hablemos.

El  jovencito trata de lanzarle una rápida réplica, pero se ha quedado sin nada elocuente que decir ante la acusación. Se toma unos segundos explorando en su mente alguna digna salida, mas eventualmente baja los hombros, vencido por la evidencia.

— Me parece — reflexiona Frank con sequedad — que mintiendo así, al que no tienes respeto es a ti mismo.

El músico taladra con la mirada al joven profesor que se encoge como si la silla le hubiera succionado el culo. Una leve oscuridad vuelve a presentarse en las pupilas del chico.

Bravo, Frank, ya has conseguido el tono que querías.

­— No, si tenéis razón, mala elección de palabras. —reconoce Víctor mohíno— No voy a ningún lado ahora dándomelas de caballero. De hecho, si reconozco algo es que el dolor de huevos con el que me fui a casa me tuvo ‘encabronao’ una semana entera.

— Y poco me parece. — refunfuña su primo.

— Venga, Charlie, ­— solicita Frank, jugando ahora a ser defensor del condenado— no seas tan duro con el pobre Vic. Volver a casa doblado por no haber triunfado, es algo normal. Nos ha pasado a todos alguna vez.

— Si no es eso, Frank. Lo que me jode es que este no se responsabiliza por nada de lo que hace, se dedica a ir como un elefante en una cacharrería. Y mientras, en su cabeza, vive inmerso en un mundo de color y fantasía. Ha sido así desde que éramos críos.

Espoleado por tal ataque, Víctor, que estaba alicaído un segundo antes, cambia la cara y se levanta cual gato al que le han pisado la cola.

— ¡¿Qué me estás contando, primo?! Siempre estás mirando por encima del hombro, no te creas mejor que yo.

— ¡Yo al menos no engaño a mi mujer y me pongo a quejarme cómo si fuera culpa de ella!

— ¡Serás…!

El gordito cierra los puños y la ira le transforma la cara en un colorado mapa venoso. A su primo nadie le ha enseñado la valiosa lección de que no hay que provocar demasiado a alguien que no sabe beber.

— ¡Haya paz, señores, ‘caguenlaleche’!

Frank golpea la mesa con autoridad. De un violento porrazo se ha transformado en una suerte de profesor mandando callar a sus revoltosos alumnos. Por suerte, la cosa funciona (ayuda que el tipo les saque dos palmos) y los dos gallos de pelea cierran el pico ipso facto. Ilusos, no son conscientes de que están justo donde el cantante los quería.

— Vamos a ver, — continúa Frank tratando de serenarse — Yo entiendo que te cabrees, Vic. Qué joder, el Carlitos viene con la escopeta cargada y es normal que te toque la moral, por no decir los cojones. Pero aquí entre nosotros, creo que tú más que nadie sabes que el chaval sólo trata de echar un cable.

— Pues si la ayuda va a ser esa, se la puede meter por dónde le quepa.

Víctor, claramente ofuscado, le da un infantil empujón a su amigo, cuando lo que le querría regalar sería un buen puñetazo. El otro sonríe malévolo, mirándolo, efectivamente, por encima del hombro.

— Venga, no te piques, casanova. — se mofa Carlos.

— “No te piques, casanova” — imita su primo poniendo una vocecita ridícula.

Claramente el chico se nota cansado de tanto dardo envenenado. La expresión de cabreo se ha ido esfumando y ahora su rostro pasa a denotar un cariz grave, preocupado.

— Lo que me jode no es que os metáis conmigo, no. — se lamenta— Dios sabe que os lo he puesto fácil. Lo que toca los santísimos, es que estás insinuando que yo no quería a la Sara. Y por ahí no.

Ante el cambio de tono, su primo eleva las cejas sorprendido. Inmediatamente deja de lado el tono burlón y trata de suavizar la tensión.

— Bueno tío, discúlpame, por favor, no te lo tomes así. A lo mejor me he pasado, que no pretendía decir que no la quisieras.

Víctor, con la mirada pegada a la mesa, asiente apesadumbrado.

— Ya lo sé, primo. No te preocupes.

— No te disculpes, coño. — patalea el músico— Qué estábamos llegando a un punto interesante.

— Joder, Frank, —le regaña Carlos— ahora que estaba intentando arreglarlo me sales con esas. Pareces una hiena buscando carroña.

— Me han llamado cosas peores… Pero, a lo que vamos,— se dirige a Víctor — ¿Tú estás seguro de lo que sentías?

— Sí. Creo. Supongo que sí.

— Pues muy claro, no se te ve. — entrelaza los dedos, maquinando— Mira chaval, hay una prueba que siempre hago y no falla. ¿Quieres probar?

El chico no tiene muy claro que sea buena idea, pero está seguro que, diga lo que diga, Frank va a hacerlo de todos modos.

— Adelante.

— ¿Estás seguro?

— Ni en un millón de años.

— Bien, esa es la actitud. — Mientras los chicos han perdido el ánimo, Frank sigue disfrutando como un chiquillo — Es muy sencillo, un pequeño ejercicio de memoria.

— Dispara.

El músico le dedica una pícara risa. Comienza el juego.

— Necesito que me digas que es lo último que le regalaste a Sarita.

— A ver… — el joven se queda pensativo un momento— por navidad fue el perfume de la boutique de Madrid, y después de eso está el ordenador, y poco más tarde lo del aniversario… No estoy muy seguro, pero juraría que lo último fue un collar. Uno muy caro que sólo venden…

— No, no, — le corta el cantante— muy mal. Suspenso total en el examen.

— ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que he dicho mal?

— Espera que todavía no llega la hora de las correcciones. Ahora le toca a tu primo. ¿Qué me dices, Charles?

Ante la molesta mirada del más joven, el de la perilla canosa toma la palabra. Sus ojos huyen de cruzarse con los de Frank, revelando cierta vergüenza por lo que va a decir.

— Pues mira Frank, Dolores y yo no somos muy de regalos. Si te soy sincero, yo no gano mucho, y lo que ahorramos preferimos gastarlo en alguna que otra comida o, cómo mucho, en una breve escapada por los alrededores. No somos gente de lujos, menos mal.

— Sí, sí, muy idílico, — responde impaciente — ¿pero lo último, qué fue?

— Su cumpleaños la semana pasada. Aunque no se puede decir que fuera un regalo. Simplemente le preparé un picnic, que es algo que le encanta, y nos fuimos al parque a pasar la tarde al sol.

— ¿Y a ti te apetecía ese plan maravilloso? — pregunta Frank con retintín.

— Lo mismo que coger piojos ahí abajo.

— ¿Ves? ¿Ves? — insiste Frank a Víctor.

— ¿El qué? — le responde perdido el joven.

— ¿Cómo que el qué? ¡Pues eso mismo, el puto romanticismo! — exclama entre histriónicos aplausos — ¿No lo ves, Vic? Ahí está la clave. Aprende de tu primo, macho.  

Frank muestra una enorme risa que, al menos a mi, me recuerda a cuando un niño encuentra la pieza del puzle que le falta. En contrapunto, Víctor únicamente alcanza a mostrar la más absoluta extrañeza ante la supuesta gran revelación.

— Pues que quieres que te diga. ¿Qué tiene que ver eso con que yo quiera o no a mi esposa?

— Todo.

— Menos mal que te explicas como un libro abierto. — contesta irónicamente el chico.

 — Sí, y lo vas a comprobar. — sentencia desafiante.

El cantante pone la manaza sobre el hombro de Carlos.

— Fíjate en lo que regala aquí el colega, — continúa— todo planes para los dos. Mojonacos que se come porque, por encima de todo, le apetece estar con su piba. Y tú mientras, compras el pedrolo y te lo quitas de encima. Qué la niña se quede contenta y no te moleste.

— De acuerdo, pero — se defiende Víctor ofendido — que yo le compre joyas no quiere decir que no pueda hacer también esas cosas.

— Por supuesto. Es más que seguro que tu amigo compraría alguna bisutería a su señora si tuviese la pasta. Pero, y dudo que me equivoque, intuyo que esto no tiene que ver con la economía.

­­— ¿Y te basas en…? — deja caer el joven.

El músico mueve de un lado a otro la lengua viperina, quizá saboreando la victoria sobre su oponente. Yo, que le he visto  hacer lo mismo tantas noches, aún no alcanzo a comprender porque disfruta tanto aleccionando a los clientes.

— En tus palabras, ‘mon frère’, nada más que en tus palabras. Porque, respóndeme anda,  ¿cuántas veces en los últimos meses has propuesto tú algo para que hagáis juntos? Y no me refiero a un cine y esas mierdas. Algo que te hayas tenido que currar.

Víctor se queda pensando un momento. La pregunta le parece sencilla, ese tipo de cosas las hace cualquiera. Pero, a juzgar por su cara de sorpresa, no consigue encontrar nada. Con la presión del escenario, la audiencia expectante ante su respuesta, comienza a agobiarse de manera manifiesta. Es más, a cada segundo que pasa, parece que le cuesta un mayor esfuerzo el rescatar algo desde el fondo de su cerebro. Rechina los dientes, agita la pierna, y se cruje los dedos. Pero nada. Poco a poco empieza a notar como le abandona la temperatura y un sudor frío que se desliza por la camisa. La misma que hasta hace un rato le resultaba liviana y ahora se siente igual que una de las apretadas que le ponen a los dementes.  
Vamos, un caso típico de quedarse en blanco ante el examen.

Finalmente, tras unos sepulcrales minutos, suspira agotado.

— Mierda macho, tenéis razón — se lamenta abrumado.

Víctor esconde la cabeza entre las manos. Su emblanquecida cara, con los ojos como ventanales y expresión de terror, es todo un poema.

— Es todo como decís. Cómo no me había dado cuenta. Qué hijo puta he sido con la Sara.

Al verlo tan abatido, Carlos no puede evitar rodear a su primo con el brazo.

— Bueno, — dice condescendiente — ella seguro que también era un poco arpía.

Víctor le agradece el apoyo con una sonrisa amarga. Frank, ajeno al momento fraternal, se saca un puro ajado de la chaqueta y se lo coloca en los labios. El aprendiz de Maquiavelo ha ganado, los ha lanzado a la mierda y ahora se dispone a rescatarlos.

— Bueno chavales, ya hemos llorado suficiente. Si he venido aquí es para quitaros esos caretos. ¿Hace otra ronda?

A los dos jóvenes, en lo más bajo de la noche, el ofrecimiento del licor les suena a canto de sirena, un chute de morfina para que la recién descubierta realidad duela un poquito menos.

Mientras esperan a que les rellene los vasos, Frank les cuenta un par de anécdotas de sus años en el bar, por lo de relajar el ambiente y subir la moral que él mismo se ha encargado de dinamitar. Con la habilidad de un hipnotizador, les exagera la delantera de Susi, una antigua cliente que se echaba a a bailar medio desnuda a la tercera copa, o se recrea con la tierna fogosidad de Macarena, la más fea de las camareras que jamás había conocido, pero capaz de llenar de cariño las sábanas de cualquiera que se quedase triste un sábado por la noche.

­— Sus piernas te abrazaban con tal fuerza que corrías el riesgo de perder la vida.  

Y así, con el correr de las agujas, el músico les llena la cabeza de historias, en las que, por supuesto, él es el protagonista y la vida en entre estas mugrientas paredes parece un sensual cuento de hadas.

Lo dicho, Frank y sus charadas.

(Continúa...)

12 comentarios:

  1. He vuelto a leer las escenas anteriores antes de esta. Y lo he hecho del tirón, a pesar de tener q hacerlo desde el móvil las he disfrutado. Tienes la capacidad de atrapar al lector, bueno al menos a mi, con tu mido de contar. Enhorabuena, Alejandro. Dos puntos paténtesis.

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    1. Gracias Eugenia. Que las hayas disfrutado es un premio para mi, sea desde el móvil o de dónde sea. Un fuerte abrazo, amiga.

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  2. Este Frank se las trae. Cómo los manipula, sobre todo al pobre Víctor. Sigue así, Alejandro, que te están saliendo los diálogos geniales. Felicidades. Un abrazo muy fuerte

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  3. Gracias Ana. Ya tengo ganas de jugar con otra cosa que hasta yo me estoy saturando de tanto diálogo ;)
    Un abrazo muy fuerte compañera. Y gracias por el apoyo.

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  4. Como llevo un poco de retraso, cuando he ido a comentarte este capítulo he visto que ya has escrito otro, así que me voy a leer el siguiente y te comento

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    1. Gracias Isidoro. Ya te contesté en el siguiente, pero aprovecho para agradecerte de nuevo tus certeros comentarios.

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  5. YA han entrado de lleno en temas amorosos, lo que no podía faltar en una conversación de bar. No se le ve tan bruto al bueno de Fran, en el fondo es un filósofo de la vida. Por cierto que hablas de los diálogos pero los párrafos que intercalas entre los mismos están muy bien construídos y trabajados.

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    1. Gracias Jorge. Me llena de satisfacción tus palabras, ya que tú eres uno de los más expertos en ese tipo de intercalaciones. Te debo un comentario a fondo de ese guardián del bosque que tanto me gustó.
      Un abrazo.

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  6. Sigue así en estas diálogos y los intercambios las explicaciones, puedo aprender de ti. A veces me paso con diálogos muy largos y no hago pausas con párrafos . Un abrazo

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    1. Muchas gracias Maria del Carmen, por leer y comentar. Lo que comentas de los diálogos, es cuestión de gustos. Puede haber diálogos largos magníficos. A mi lo que me pasa es que como lector tengo mucha facilidad para despistarme (yo creo que tengo el déficit de atención), y por eso me cuestan las frases largas. La puntuación me ayuda a fijar la atención, pero muchas veces, creo que puede dar sensación de lentitud.
      Sea lo que sea, es un debate interesante. En cuanto pueda me paso por tu web y veo los tuyos y te comento.

      Un abrazo y gracias de nuevo.

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  7. Fíjate que (y no vayas a reñirme jaja) este ha sido el primer capítulo que he leído con la música. Y el motivo no era de desprecio a Waits (que hacía de Renfield en Drácula, ¿verdad?), sino porque me gusta leer sin voces de fondo, generalmente con música instrumental.

    Pero bueno, ha hecho la charla más...trascendental y fácil de imaginar en un tugurio con el aire lleno de humo, el olor a alcohol, y los cuerpos de estos tres tipos moviéndose de un lado a otro como si estuvieran en un barco en alta mar.

    Por ahora me sigue gustando el experimento (que por cierto, "Pigs" es una buena canción de Pink Floyd). ¡Un abrazo!

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    1. Bueno, no te riño, cada uno tiene su método, aunque te recomiendo que te acerques a su discografía en cuanto puedas, no te va a decepcionar.

      Te agradezco que estés siguiendo esta borrachera y más aún que la compartas.
      Espero que con los tres últimos te quedes satisfecho. ¡Y gracias por recordarme el hit de los Floyd!

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