¿Se hace "De guionista a cuentista" un harakiri?
Siempre he sido uno de esos que no sabe tener los pies en la
tierra. No debería tener más de diez años y ya me estaba preparando el discurso
para cuando recogiese el Óscar. Con el tiempo, lo he ido repasado muchas veces
y le he ido añadiendo matices. Porque tenía clarísimo que ese día llegaría más
tarde o más temprano. Vamos que de ego no andaba corto.
“And the winner is…” Todos rompiendo a aplaudir, conmovidos ante tal acto de
justicia. Frente a la entregada audiencia cito a Kubrick, a Takeshi Kitano, y hasta
me pego una marcada con Kurosawa. Y para rematar suelto algo así como
"A todos los niños que creen que los sueños son imposibles, desde aquí os
digo que sí, que se puede". ¡Toma discurso, Trueba!
Como veis, no tenía problema en dejarme crecer las alas.
Pero tanto volar, el tiempo no hace prisioneros y te llena de piedras los
bolsillos. Quizá por el peso, quizá por cinismo, me he ido dando cuenta de que
no me viene mal bajar al suelo de vez en cuando, y aceptar que no soy Hitchcock
reencarnado, que no voy a tener a
Spielberg pidiéndome autógrafos ni a la Scarlett Johansson persiguiéndome cual
groupie rockera. Con esto no quiero decir que haya vencido mi egocentrismo. Ni
mucho menos. De hecho, mi buen amigo AZG me ayuda de vez en cuando a centrarme,
recordándome que no debo estar pendiente de si un relato se lee más o se lee
menos. Una difícil lucha la de este hombre ante un caprichoso como yo. Bendito.