lunes, 22 de diciembre de 2014

Colaboraciones: JUANETES de Fernando García Crespo

Siguiendo con Carolina contra el Hipster, vuelvo sobre mis pasos y os traigo el primero de los relatos que abrieron este proyecto de las seis palabras (o six evil words como a mi me gusta llamarlas). Si no os acordáis, estas eran 'congoja', 'escapulario', 'gratitud', 'onanismo', 'egoísmo' y 'rinoplastia'; y el reto consistía en introducirlas coherentemente dentro de un relato. Coherentemente o no, lo que está claro es que salieron cinco relatos bastante alocados. El de Fernando, creador de la iniciativa, fue esta locura con olor a pies. Espero que la disfrutéis como yo lo hice leyéndola.

Seis Palabras (I) - "Juanetes" de Fernando García Crespo

"Feet UP" by Stephanie Carter (CC BY-ND)
Tengo juanetes, hasta ahora los sufría en silencio, pero ya estoy un poco harto de que todo el mundo se crea que mi cara de pocos amigos es debida a un carácter soberbio. Mi mal gesto se debe exclusivamente a mis callos podales.  


Al final de mi niñez escuché, y crecí con ello, que los callos eran debidos a un onanismo desenfrenado. Así que siempre he caminado con sentimiento de culpa, con un propósito de enmienda que se disipaba al estar sentado y no te digo ya tumbado.

Partiendo de esta premisa, que ahora considero errónea, he hecho muchas tonterías para librarme de los molestos juanetes. Durante años he llevado un escapulario a modo de plantilla de zapatos, botas y zapatillas. Lejos de pretender caminar blasfemamente, mi única intención era purificar lo que yo creía producto de una actitud pecaminosa.

Ahora también entiendo que una relación más sana con las chicas me hubiese alejado de tan pertinaces tocamientos, pero siempre temí que las muchachas, al ver mis pies callosos, me tomasen por un pervertido de esos.
Esto me ha mantenido siempre alejado de ellas, en el sentido carnal. Y claro, tanto alejamiento no deseado no provocaba otra cosa que un hundimiento mayor en tan dichoso vicio.

Las mujeres más decididas, las que saltaban las barreras que mi congoja levantaba, acabaron desistiendo de su actitud convencidas de mi homosexualidad, o de mi enorme estupidez. Tales abandonos, por parte de ellas, dejaban tras de sí, en mí, la sensación de ser un miserable. No había gratitud en sus miradas heridas, dolidas, despechadas.
Lo bueno era cuando aquello se arreglaba con su firme desprecio, lo malo cuando su indignación clamaba venganza.
Es difícil reparar un desagravio que no has pretendido. Yo, al menos, no he sabido hacerlo. Tal vez hubiese sido tan fácil, esto lo pienso ahora, como confesar mi delito de autofrotamiento, pero ..., …un profundo sentimiento de culpabilidad no me lo permitía.

Y ahora estoy aquí, esperando a que me quiten las vendas que cubren parte de mi cara, anhelando la confirmación de que la rinoplastia ha sido un éxito. No es que no estuviese contento con mi nariz, pero todo el mundo me decía que la tenía pequeña, y eso…, eso duele. No es fácil conversar con alguien que es incapaz de apartar la mirada de tu napia, intuyendo (con los años) que no tardará en decirte (como si fuese el primero) “qué nariz tan pequeña, ¿no?”

No me he operado, yo no el cirujano, por vanidad, ni siquiera por egoísmo, simplemente es un intento, por mi parte, de acabar con mis problemas de sociabilización.

Lo de los juanetes ya lo he arreglado, he puesto mis pies en manos de una podóloga.
Ahora sólo me falta que los demás me vean tan guapo como yo siempre me he visto en el espejo, de tobillos para arriba me refiero.

Y es que si no soy capaz de que quienes me rodean me vean como soy, al menos voy a intentar parecerme a ese que ellos ven y con quien siempre me confunden.


Fernando García Crespo

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